Cuando comencé a planear el viaje de este verano, sólo tenía una cosa en mente, quería ver palacios, castillos, alquilar un coche y recorrerme pueblitos perdidos por algún país europeo, como hice el año pasado cuando me recorrí La Toscana italiana. El azar, o el Google, la memoria, o alguna palabra capturada al vuelo, me dieron la clave: El valle del Loira, (Val del Loire), en Francia.
El valle del Loira, corazón de la "dulce Francia", es un rectángulo geográfico de veinte mil km cuadrados, todos ellos situados a lo largo de un río y sus afluentes, y en él se concentran más de una centena de castillos y fortalezas salpicados en unos valles de cielos azules declarados patrimonio de la Humanidad.
Consciente de que no podíamos verlos todos, y porque además quería volver a visitar París y Eurodisney, decidimos escoger de entre todos los castillos, aquellos que más nos apetecían ver y los que consideramos que eran probablemente de los mejores, (difícil elección), y así, visitamos: Chambord, Chenonceau, Cheverny, Blois, Clos Lucé, Amboise, Villandry y Ussé. Para ello viajamos a Amboise, a Tours y a Blois, y desde allí hicimos aquel fantástico y mágico peregrinas por tierras francesas que alguna vez fueron dominios ocupados por los Reyes y su corte. Sin tratar de extenderme mucho en cada uno de ellos, aunque lo merecen, os cuento:
Así, el pasado 5 de agosto, viajamos de Málaga a París-Orly y desde allí cogimos un tren, (tipo novela de Agatha Christie, ya me veía ayudando a Poirot a resolver un crimen, que gracias a D. no sucedió), y atravesamos lo que yo llamaba la campiña francesa. Me gusta usar esa palabra: campiña. Cúmulos de nubes grises y rechonchas nos acompañaron todo el camino hasta llegar a nuestro destino, dos horas y pico más tarde: Amboise.
Amboise no es una ciudad muy grande, pero es bastante pintoresca, que conserva un aspecto medieval y una riqueza monumental impresionante, y además es dueña de dos de los castillos que íbamos a visitar: Amboise y Clos-Lucé, en el primero está enterrado Leonardo Da Vinci y en el segundo vivió Leonardo y guarda muchos de sus inventos y maquetas de los mismos.
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Amboise- castillo de Amboise- tumba de Da Vinci |
Ya he dicho que nos acompañaron nubes hasta nuestro destino, ahora toca comentar que quisieron descargar parte de su furia sobre la ciudad el mismo día que la visitamos, así que nos vimos obligadas a llevar paraguas, a andar con cautela sobre suelos resbaladizos y que debido al torrencial de agua que cayó a mediodía, ( y al frío, que lo hacía), apenas pudimos disfrutar de los jardines del castillo de Clos-Lucé porque estaban medio inundados, y claro, con la maleta a cuestas, (suerte de consigna gratuita en ambos castillos), y las chanclas de verano, se hacía complicado caminar fuera de las fortalezas, que a bien decir, están estupendamente conservadas, y que merecieron el viaje hasta allí.
Podría hablar largo y tendido de las historia de ambos castillos, que si el de Amboise fue devastado en varias ocasiones por los normandos, que si a partir de 1431 fue parte integrante de las propiedades de la corona, que si bajo el reinado de Enrique II vivió allí Caralina de Médicis que adoraba el castillo, que si Leonardo Da Vinci está enterrado allí en la capilla, etc etc, pero es que eso me llevaría páginas y páginas del blog y si empiezo así, a ver quién sigue leyendo, ¿no? Así que me limitaré a decir del castillo de Amboise que merece una visita, tanto él como la ciudad, y que sin duda el Clos-Lucé, de ladrillo rojo y piedra blanca y su parque Leonardo Da Vinci, son imprescindibles de visitar. Da Vinci se entregaba en este castillo a la geometría, la arquitectura, la urbanística y la ingeniería hidráulica. En sus salas pude contemplar el primer esbozo de bicicleta y hasta el del primer coche. Este hombre, queridos amigos, como todos sabemos, era un genio. Y recorriendo los pasillos de Clos-Lucé, no hay quien lo ponga en duda.
Cartel del Valle del Loira en la estación de Amboise |
No era aún la hora de merendar cuando bajo los efectos de la lluvia decidimos marcharnos de Amboise. Antes fotografié casas construidas en la montaña, jardines verdes de árboles altos, lagos inundados de niebla, franceses altos y guapos, turistas comiendo a deshoras, cristaleras de colores, casitas de cuento, pero de cuento de verdad. Al fin nos dirigimos a la estación, ya apenas llovía aunque seguía haciendo fresco, donde esperamos el tren junto a un nutrido grupo de ciclistas entrados en edad, matrimonios franceses casi todos, (es muy común ver ciclistas por todo el valle del Loira, ya que son muchos los que eligen este medio de locomoción para visitar los castillos y toda la zona). Un tipo de pelo largo y barba que buscaba su propio ombligo, daba gritos y reía como un loco, nos pedía en francés que no nos asustásemos, y se levantaba, se reía a grito pelado, y sacaba los ojos de sus órbitas mientras mostraba los dientes, volvía a sentarse y a regodearse en sus carcajadas. Los matrimonios franceses huyeron. Poco a poco, nos fuimos alejando de él, pero aún podíamos oírlo. Apareció un tipo que parecía un marine americano, aunque... le fallaba la altura. Al fin apareció el tren y todos subimos a él.
Nuevo destino: Blois, cuna del rey Luis XII, del físico Denis Papin, inventor de la máquina a vapor y del historiados J.N. Agustin Thierry. Pero, esto amigos, os lo contaré ya el próximo día. ¿Quién dijo que los girasoles sólo habitan engalanan a La Toscana? El Valle del Loira está repleto de ellos, todos altos, amarillos, solemnes, mirando al sol, iluminando los caminos. Alegrándonos la vista. La vida.
Castillo de Blois |
I.M.G.
Fotofrafías de Isabel Merino
@isamerino