A María no le gustaba cenar sola, así que no cenó. Desde que Mario trabajaba en en el 33 había dejado de cenar. Mario tenía un horario maldito. Ella lo llamaba así. Mario lo llamaba el horario de la hipoteca, pues con el sueldo por trabajar seis noches a la semana en aquel pub, pagaban el piso. María se acercó al frutero y cogió una manzana. Le dio un bocado, y pensó que sólo tenía que esperar unos veinticuatro años para volver a dormir con su marido cada noche. Así era lógico que el cuarto de armas fuera el cuarto de armas y no el de los niños. Se terminó de comer la manzana una vez hubo sacado las magdalenas del horno. Las dejaría enfriar antes de sacarlas del molde.
Puso la tele, en la 1 anunciaban una serie nueva que comenzaría al día siguiente: Falcon Crest. Se levantó del sofá y pulsó el botón de la 2. Ponían una película de Audrey Hepburn: Vacaciones en Roma. A Mario no le gustaban ese tipo de películas, pero a ella sí, le parecían muy románticas. Se acomodó en el sofá y se quedó dormida antes de que terminara. Cuando se despertó eran más de las dos. Se fue a la cama vestida.
El despertador sonó a las 6 en punto. María estiró el brazo hacia el lado de Mario. Estaba frío. Si Mario fuese puntual, tendría tiempo de saborear esos besos que tanto echaba de menos, antes de irse al trabajo. Planchó el uniforme del trabajo y lo dejó sobre el sofá, se dio una ducha, sacó las magdalenas, hizo el café y se sentó a esperarlo mientras oía las noticias de la mañana. Consultó un par de veces el reloj mientras por el ventanal de la terraza se veía amanecer. A las 7 lo consultó por tercera vez. En media hora tenía que irse si no quería llegar tarde y Mario no llegaba. Recalentó el café. Una última mirada al reloj a las 7:10. Mojó las magdalenas en el café y las engulló sin saborear. Mario apareció 10 minutos más tarde.
- Buenos días, cariño, no sabes qué noche -dijo soltando las llaves sobre la mesa de la cocina.
María asintió bebiendo el último sorbo de café. Mario se acercó a besarla en la mejilla y ella se retiró y se dirigió al fregadero a lavar la taza.
- Creí que desayunábamos juntos. Hice magdalenas, ¿recuerdas? Te encantan.
- Vengo muerto, María. Luego me tomaré alguna. ¿Almuerzas hoy en casa?
- Sabes que no.
Mario asintió con un bostezo.
- Que tengas un buen día, cariño. Voy a acostarme. Nos vemos a la tarde -dijo dirigiéndose al dormitorio.
María lo siguió, se quitó el albornoz y cogió el uniforme de la silla. Mario observó su ropa interior.
- ¿Es nueva? -preguntó bostezando de nuevo.
-No -respondió María poniéndose los pantalones del uniforme.
Mario se sacó la camiseta a tironazos y se desabrochó el pantalón.
- Te queda bien. Voy a acostarme -repitió- estoy muerto.
María lo observó mientras se metía en la cama. Estaba visiblemente más delgado. Tenían que hablar de ello, de ello y de otras muchas cosas. El domingo se sentarían a hablar, antes del polvo semanal, lo importante era hablar, coincidir en la casa, en la cama, y hablar. Necesitaban hablar más que ninguna otra cosa, aunque él no se diera cuenta.
Cogió el metro de las 7:40 y a las 8 en punto estaba en El Corte Inglés. Saludó a una compañera antes de guardar su neceser transparente en la taquilla. Carmen, le preguntó por las magdalenas con un guiño.
- Me las comí sola, como siempre -dijo María.
Carmen era su paño de lágrimas y con ella era tan transparente como su neceser guardado en la taquilla.
- ¿Llevas puesto el conjunto aquel que te regaló?
María se levantó la blusa y le mostró el sujetador. Carmen se llevó la mano a la boca reprimiendo un "Oh".
- Estamos pasando una crisis y ni se da cuenta. Para él todo es trabajar y pagar facturas, y yo me tengo que mojar las ganas en el café. Yo no sé cuánto tiempo más voy a aguantarlo, Carmen. Y lo quiero, pero no puedo seguir así. No puedo. No sé cuánto tiempo más... -repitió limpiándose una lágrima rebelde.
- Necesitais vacaciones.
- Necesitamos hablar más, tener horarios compatibles, compartir el colchón, Carmen.
- Y follar.
- Y follar -repitió sonriendo.
Salieron del vestuario y se despidieron junto a las escaleras mecánicas de la 2ª planta.
- Si aparece hoy el morenazo, me avisas, María.
- Ni lo dudes.
Continuará...
I.M.G.
2ª parte del relato escrito por Isabel Merino, basado en la canción de Mecano, Cruz de Navajas, escrita por Jose María Cano para el álbum Entre el cielo y el suelo. 1986.
Supongo que no tendrás la receta de las magdalenas ¿siiii? Pues pásala.. je ,je... Me ha encantado el modo en el que describes la situación, pero ya sabes que eres una gran escritora y que una situación corrientilla como ésta y sabiendo de antemano lo que va a pasar... me haces que me enrede con la madeja y espere más, más... Bss.. Isa... por cierto, pasa por el Jardín que tienes que contestar un cuestionario... sin magdalenas!!
ResponderEliminarBss...
jajjaja, MariCari, es que me alegras la vida sólo con ver tu nombre en una de las respuestas, eh. Gracias por visitarme tan a menudo, y sobre todo por dejarme un comentario. Se agradece mucho, mucho, mucho.
ResponderEliminarLa receta de las magdalenas las tiene María, y probablemente se la dio José María Cano y a él tal vez Doña Emilia, la sua mamma, ¿o sería Ana Torroja? Tendré que preguntarle cuando vuelva por Málaga :-)
Antes de cumplir 1 año de bloggera, ´tendrás la historia completa. Ese año se cumple el próximo día 25. Supongo que habrá dos entregas más y lo terminaré. El final está flojo, voy a tratar de mejorarlo.
Un besito y me voy directa para tu jardín, mi favorito junto a Regents Park.
Isa
Isa, mientras terminas esta canción, yo me como las madalenas.
ResponderEliminarDejando aparte el tema de que estoy oliendo magdalenas y yo no he hecho; estos dos van a tener que encontrar alguna manera de comunicarse ¿no? Complicado lo tienen.
ResponderEliminarA la espera de las siguientes entregas me quedo.
Besitos.
Hola Ximens, qué éxito han tenido las magdalenas, jajaj. Como decía la canción: magdalenas del sexo convexo...
ResponderEliminarLuego al trabajo en un gran almacén...
Gracias por tararear conmigo, aunque te comas toooodas las magdalenas.
Besitos
Isa
Elysa, querida, ya conoces la canción... cada uno vive la historia a su manera. Mario cree que lo da todo y lo hace bien porque trabaja a destajo para pagar su hipoteca y no se fija en los detalles que van desgastando su amor. María sólo ve que ya no tiene al Mario del que se enamoró. Este matrimonio hace aguas... y acabará en tragedia... irremediablemente. Créeme que si no fuera un relato basado en la canción, salvaría a Mario, por descontado, pero José María Cano decidió el final por mí y seré fiel a su historia. Trataré de no ser cruel. I promise.
ResponderEliminarBesitos... yo también huelo a magdalenas, por todo el cuarto, ejej