Algo tan rutinario como un control médico de empresa puede cambiarte la vida. Desde el departamento de Recursos Humanos se nos asignó una cita a cada uno de los empleados de la oficina, como suele pasar cada dos años. Una especie de caravana de la salud, de la mutua, se trasladó al parking privado de nuestras instalaciones y acampó allí durante dos o tres días. Por turnos, fuimos bajando a que nos revisaran la vista, el oído, nos hicieran un electro, un análisis sanguíneo, etc.
Siempre bromeamos antes de entrar, como si la salud siempre estuviera de nuestro lado, porque en apariencia, todo está bien, todo está normal. Estamos sanos, y sólo nos recetarán algo de ejercicio, pensamos, más que nada por el sedentarismo que nos afecta a todos los que trabajamos en oficinas tantas horas, sentados, con mala postura, con la cara pegada al ordenador y los dedos al teclado.
Nunca pensamos que nada más podría salir de uno de esos controles rutinarios. Pero ese día, a uno de nosotros, no le salió bien la prueba del electro. Algo andaba mal en su corazón y él, uno de mis compañeros, no había notado nada más allá de un cansancio que se acusaba cada día más, pero que todos, por regla general vamos sintiendo a lo largo de los días o de los años.
Sólo cansancio.
Tal vez, la primavera, que la sangre altera, bromeamos.
Su cuadro genético, o su herencia genética, daba una pista a seguir a los entendidos, pues en su familia había habido antes problemas cardiovasculares o de corazón. Siento no usar términos médicos, pero creo que así nos entendemos mejor todos. Durante un par de semanas las pruebas se sucedieron y fueron tan alarmantes que en un mes tuvieron que colocarle un marcapasos a mi compañero, que aún no había cumplido los 40 años.
Su corazón estaba sobrecargado y los latidos desacompasados, o arrítmicos, eso es lo que entendimos de entre todas las explicaciones médicas.
Mi compañero, llamémosle J., acudía cada mañana a natación, los fines de semana salía a bailar, iba al gimnasio, bailaba salsa, no fumaba, ni bebía, podría decirse pues, que era un muchacho saludable, en apariencia, pues su corazón andaba "rompiéndose" mientras nadie se daba cuenta. Ni siquiera él.
Durante un tiempo, con los controles rutinarios, la baja laboral, la tranquilidad recetada, y la medicación, todo fue más o menos como debía ir. Después, la cosa se complicó un poco y al marcapasos se le tuvo que agregar un desfibrilador interno, que es un dispositivo que es capaz de detectar cualquier arritmia potencialmente peligrosa y que genera una descarga eléctrica cuando detecta un problema. Su acción corrige el ritmo acelerado del corazón. Eso fue más o menos lo que nos explicó, con una sonrisa abierta, con un optimismo que se le escapaba por sus alegres ojos, y con una tranquilidad que muchos quisieran para sí. Así es J. Cuando finalizó su baja y se encontró mejor, se incorporó a su puesto, pero en un par de semanas, y tras otro control médico, le dieron la baja laboral definitiva. Con un cuadro como el suyo, en el que las cosas no mejoraban y rara vez se estabilizaban "ahí dentro", no podía seguir con un ritmo de vida normal. Los compañeros lo despedimos de la oficina con una comida, un detalle afín a su persona, y con la promesa de seguir viéndonos, y de enviarle todos los ánimos que necesitara. Había perdido peso y la palidez que empezaba a caracterizarlo jugaba en su contra cuando nos decía a todos que estaba bien. Estoy bien, de verdad, decía con una sonrisa sincera. Habían pasado dos años desde aquel control rutinario que nos hicimos todos en aquella caravana de la mutua.
A partir de ese día, el vernos, fue complicado. Todos llevamos un ritmo de vida acelerado, frenético, sin tiempo de pararnos a tomar un café cuando querríamos, siempre están las obligaciones, los compromisos, y apenas surge alguna llamada telefónica en la que nos despedimos con alguna excusa por estar en medio de cualquier atasco personal. Ahora se lleva más eso de enviar un mail para preguntar por la salud, o escribir en el muro del facebook o el tuenti, o twittear unas palabras. Nada de eso equivale a darle la mano a un amigo, a intercambiar unas sonrisas, unas miradas. Nada. Y yo, metida en la misma vorágine en la que todos andamos inmersos en este nuevo mundo en el que vivimos, tan distinto al que viví en mi adolescencia o primera juventud, (considero que ahora estoy en la segunda, y feliz en ella), apenas he ido sabiendo de J. a través de otros amigos, a través de alguna llamada, o sms, pero vernos, nos hemos visto poco en los meses siguientes a su baja laboral definitiva. Ni el desfibrilador, ni el marcapasos podían arreglar su corazón. Y la cosa fue empeorando. Fue este verano cuando nos informaron que J. necesitaría un corazón nuevo.
Es esto algo muy personal, y poco literario, o viajero, para contarlo en un blog, pero si los blogs tienen tanta difusión como parecen tener, quería contar esta realidad para que se vea la necesidad y la importancia de la Donación de Órganos, y de cómo un órgano puede salvar una vida. Mi amigo y compañero J. estaba lleno de vida, y no sólo en el trabajo, pues yo he tenido la suerte de compartir salida y amistad fuera del mismo. Y esa vida se le estaba yendo día a día. Ver cómo se le escapa a alguien sin poder hacer nada es frustrante y también es confuso el hecho de rezar por un órgano para él, ya que implicaba que otra persona, en alguna parte, de una edad similar o inferior, en sus propias circunstancias y las de su familia, iba a perder una vida. Es algo complicado. A mí me resultaba demoledor moralmente, pedir que J. encuentre un órgano y que para que ese órgano llegue alguien deba morir... resulta frustrante y moralmente... demoledor, sinceramente.
Hizo un esfuerzo sobrehumano para poder venir a la presentación de nuestro libro Cuando vivíamos aquí, el pasado septiembre. Compró dos. Me dedicó la mejor de sus sonrisas, se dejó abrazar y me dijo: Estoy bien. Y yo me lo creí porque sabía que si lo creía, podría llegar a ser verdad.
Llegada la Navidad ya no podía salir de casa, ni caminar, le dio un infarto que lo mantuvo en la UCI unos días, en el Virgen Macarena de Sevilla, allí es donde esperaban la llegada de un posible donante, donde todo se gestiona y se realiza, a nivel de Andalucía.
Los médicos informaron a la familia que J. había pasado a ser el número 1 en la lista de espera de donaciones de corazón.
Mi primer sms de Año Nuevo fue para él. No consideré que me respondiera, pero lo hizo deseándome SALUD. Eso me emocionó hasta las lágrimas. Es lo mejor que se puede desear a alguien, desde luego, y él la necesitaba más que ninguno de los que le deseamos Feliz Año esa noche.
Se iba apagando. Su vida, tan normal como la nuestra hasta hacía un par de años, se le iba poco a poco. Acostado en una cama, con apenas 41 años, esperando una llamada que le devolviera la salud. ¿Cómo estás? Bien. Su respuesta siempre precedida de una sincera sonrisa era la misma: Bien. Estoy bien.
Nunca había pensado seriamente en el tema de la donación de órganos, por la confusión que me crea en líneas generales, pero se pueden salvar tantas vidas cuando una se pierde irremediablemente... De repente lo supe. Lo supe de verdad. Supongo que las grandes verdades aparecen cuando se las necesita. J. cumplió 42 años hace mes y pico, y tres días más tarde lo llamaron de Sevilla. Apareció un posible donante, al parecer compatible, y todo se puso en marcha. El milagro se puso en marcha. Y ocurrió.
La operación duró unas horas, las suficientes para destituir el corazón "roto" por el corazón "nuevo". El equipo del hospital salió contento de la misma y así lo comunicó a los familiares. Ahora sólo queda esperar.
La esperanza.
De rezar por un corazón nuevo, pasamos a rezar por el no rechazo, por la aceptación del nuevo órgano. Y también rezamos por el alma del donante, y por sus familiares, que hicieron posible que J. tuviera una esperanza de vida cuando el donante ya no la tenía.
Es un corazón joven y fuerte. J. tendrá posibilidades si no lo rechaza.
Apenas hubo alguna hinchazón, alguna retención de líquidos, muchos controles, tubitos, análisis, etc etc, y en un par de semanas J. fue pasado a la habitación. No había perdido la sonrisa, y su tez pálida comenzaba a coger color. Cuando empezó a bromear con las enfermeras y a protestar por alguna comida, la familia vio cómo poco a poco regresaba ese J. que se había comenzado a ir meses antes.
Le dieron el alta hace más de una semana. Ya puede salir a pasear y come como una "lima", según sus propias palabras. Hoy he podido hablar con él por teléfono. ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Me ha preguntado riéndose, adelantándose a mis preguntas. Emocionada le he respondido que bien. Yo también, esta mañana ya he podido salir a pasear, tengo que recuperar musculatura, que me he quedado en los huesos. Pero ¿estás bien? insisto. Fenomenal, me dice. Y sé que es verdad y que pronto nos veremos.
A J. no le quedaba mucho de vida, tan lleno de vida como estuvo siempre, pero hoy, gracias a ese corazón nuevo, está más vivo que nunca. Y feliz. A todos los que lo han hecho posible: GRACIAS. (Al donante y sus familiares: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, por su valentía y por su generosidad).
Recuerdo una canción de Eros Ramazzoti que me conmocionaba, (aún lo hace), cada vez que la escuchaba, porque era como si un futuro donante la cantara. Decía así: (Para escucharla y ver el videopincha aquí)
Tú, que conmigo estas viviendo
estos últimos momentos
no te quiero ver llorar
no, que esa lágrima no salga
que se quede, que no caiga
no la quiero ver rodar
con el miedo que tú tienes
como hacer que te consueles
que lo veas como yo
porque cuando diga adiós
tú verás una sonrisa
y mi luz se quedará
en mis ojos escondida
para otro que en su vida
nunca víó la claridad
lo quiero así
sí, y podrán mirar de nuevo
ese sol que allá en el cielo
entre nubes brillará, sí
sí, y verán infinidad
de paisajes y lugares
que yo no veré jamás
grande, grande, grande es
la mirada de esperanza
que te estoy, contando aquí, sí
porque puede ser que un día
increíble fantasía
todo esto, esto mis ojos
lo verán por vez primera
y si alguna vez tropiezan
con los tuyos, se sorprendan
de reconocerte a ti
" Esta canción está dedicada a
todos los que han tenido tanto
amor y fuerza para donar alguno
de sus órganos y hacer que otros
humanos vivan o vivan mejor"
estos últimos momentos
no te quiero ver llorar
no, que esa lágrima no salga
que se quede, que no caiga
no la quiero ver rodar
con el miedo que tú tienes
como hacer que te consueles
que lo veas como yo
porque cuando diga adiós
tú verás una sonrisa
y mi luz se quedará
en mis ojos escondida
para otro que en su vida
nunca víó la claridad
lo quiero así
sí, y podrán mirar de nuevo
ese sol que allá en el cielo
entre nubes brillará, sí
sí, y verán infinidad
de paisajes y lugares
que yo no veré jamás
grande, grande, grande es
la mirada de esperanza
que te estoy, contando aquí, sí
porque puede ser que un día
increíble fantasía
todo esto, esto mis ojos
lo verán por vez primera
y si alguna vez tropiezan
con los tuyos, se sorprendan
de reconocerte a ti
" Esta canción está dedicada a
todos los que han tenido tanto
amor y fuerza para donar alguno
de sus órganos y hacer que otros
humanos vivan o vivan mejor"
Esta entrada está dedicada a mi amigo y compañero Juan B. que gracias a uno de esos donantes y a sus familiares, hoy vuelve a vivir.
I.M.G.
Isa, tu entrada de hoy me toca muy hondo. Este fin de semana perdí a un amigo de hace treinta años, cuando tenía él poco más de cincuenta. Se le acabó su mala salud de hierro -había superado dos canceres distintos- y lo atropelló un infarto que le dejó sin actividad cerebral y con el corazón al veinte por ciento. Que todo sucediese a más de diez mil kilometros de distancia sólo ayudó a empeorar mi duelo.
ResponderEliminarMi amigo no fumaba, yo sí. No bebía, yo algo. Se cuidaba, yo nada. Hacía ejercicio, yo no. Fue un hombre prolijo, ordenado, metódico, gran amigo. La vida se lo compensó sin darle hijos y llevándoselo de mala manera antes de tiempo -siempre es antes de tiempo, pero esta vez es mucho más que nunca-.
Tengo tarjeta de donante de los tres países en los que he vivido. Hablo mucho de ello. Mi hijos, siendo aún muy pequeños siempre han sabido que yo quería donar mis organos. Todo aquello que pudiera ser útil.
No puedes imaginar cuánto me alegro que este sentimiento de alguien haya ayudado a salvar la vida de tu amigo J.
Ahora que sabes que cuentas con él un tiempo más, disfrútalo.
Y la próxima vez que le veas, aunque no lo entienda, dale un abrazo de mi parte.
Un beso.
Isa, es una alegría inmensa saber que todo ha salido bien.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande para ti y otro para tu amigo J.
Muy importante esta entrada, Isa. Hablar de donación de órganos siempre lo es, pero tú lo haces con tanta verdad, sin ocultar las partes contradictorias del asunto, que puede uno sentir la verdadera necesidad de estos regalos. Sólo pueden ser regalos y es una suerte que aquí en España haya tanta gente generosa.
ResponderEliminarSiempre me han causado mucho respeto esos contrales rutinarios.
ResponderEliminarNo sé de cuántas cosas soy donante, la verdad, hace mucho que lo soy, desde que trabajé en el INSALUD y todos los compañeros nos hicimos, creo que solo la dentadura postiza se salvará, que no, que me dicen que irá para África, vamos que ya lo he dicho a mi familia, que todo lo que sirva lo coja, luego ni me anden cosiendo... directamente al fuego y que se haga con mis cenizas un diamante para llevarme siempre al cuello (mi hija, claro). Me alegro por vosotros, me alegro mucho, me alegro por tu compañero... no tanto por el joven donante, no tanto por la familia del joven donante porque notarán la falta del latido cerca de ellos... Bss amiga...
ResponderEliminarPedro, lo primero es decirte que siento mucho lo de tu amigo y enviarte un abrazo muy fuerte. Lo segundo, es darte las gracias por un mensaje en el que compartes algo tan personal conmigo. Y lo tercero es que sin duda, le daré ese abrazo a Juan de tu parte. Mucho ánimo, Pedro.
ResponderEliminarBesos
Isa
Gracias a todos por vuestros comentarios. Sin duda el tema de la donación de órganos es espinoso aún pero espero que este granito que he querido aportar, sirva para que sigamos, me incluyo, concienciándonos de que con ello, se salvan vidas, y que tal vez un día, la vida de uno de nosotros o de alguien muy cercano, dependa de ello.
ResponderEliminarIsa, he sido donante en dos ocasiones, tengo la inmensa satisfacción de saber que gracias a una parte de mí alguien está vivo y disfrutando. Siempre desde que tuve edad para hacerlo he sido donante en vida y cuando muriera. Ojalá todavía pudiera, pero como saben los míos, si algo pueden aprovechar cuando muera tienen que donar. Hay que celebrar la vida practicando la generosidad de donar organos.
ResponderEliminarGracias por tu entrada de hoy y dale un gran abrazo a Juan.
Besitos
Elysa, me conmueven tus palabras... Gracias
ResponderEliminarLa salud es una lotería , nadie esta exento de nada , puedes no cuidarte y tener una salud de hierro y puedes cuidarte mucho y padecer enfermedades.
ResponderEliminarUna entrada muy conmovedora y la donación de órganos un tema muy importante.
Me alegro por tu amigo, y lo siento por los familiares de la persona que donó su corazón porque han perdido a un ser querido , pero gracias a él se ha podido salvar una vida.
Un abrazo.
Un abrazo, Rosario
ResponderEliminarEs conmovedor este relato. Me llega hasta lo más profundo porque el martes voy a la consulta de anestesia, hace cinco meses yo también estaba muy cansada y desde entonces comenzó ese rosario de pruebas, citas -las cambiaría por alguna con alguien interesante, bromeaba- ahora me tienen que quitar unas cosas que se llaman paratiroides de las que quisiera seguir ignorando su existencia, como hasta hace dos meses...pero bueno, J. es un ejemplo a seguir, a correr tras sus huellas.
ResponderEliminarAntonia, desde aquí te deseo muchísimo ánimo, muchísima suerte y por supuesto, espero que vuelvas a contarme que todo ha salido fantástico y que no hay de qué preocuparse. La actitud y el optimismo son muy importantes. Mira mi amigo Juan, nunca decayó. Sigue sus huellas, amiga. Un abrazo muy grande.
ResponderEliminarIsa