Cuando la nieve comenzó a caer más fuerte, entramos al musical de los Jersey Boys. Pincha AQUÍ si quieres saber más sobre este musical que cuenta la historia de Frankie Valli and The Four Seasons, como ya comenté en la entrada anterior. Este musical, a diferencia de cuantos he visto en Londres, (aviso), necesita un nivel de inglés alto para entenderlo, ya que abunda muchísimo el diálogo, quizá más que las canciones y mucho más que los números de baile, que no son tan espectaculares como puedan serlo en Wicked o en Les MIserables o en Mamma Mía, por ejemplo, pero que esto no os eche para atrás. Merece la pena verlo. (Aunque si no habéis visto ningún musical en Londres, este no debería ser de los primeros, eso también debo advertirlo). Quizá pensé que cuando saliéramos del teatro Prince Edward la nieve habría dejado de caer, pero me equivoqué, y con qué alegría lo hice. Cuando bajamos las escaleras de alfombras rojas y salimos a Old Compton Street, caía la nieve copiosamente y diríase, si ha de decirse de algún modo, que llegué a Picadilly Circus casi volando, ¿acaso no se vuela cuando se es feliz? Con el paraguas en alto, cubierto de nieve, cual Mary Poppins atravesé Shafetsbury, cruzándome con los autobuses rojos, ahora blancos, y los taxis negros, de igual modo blancos. La nieve, bendita nieve, lo cubrió todo en minutos y no me importó mojarme, al contrario, disfruté haciéndolo.
Nos quedamos por el centro, simplemente viendo caer la nieve, descargando los paraguas, haciendo alguna compra. El frío, es cierto, amaina cuando la nieve se apodera de la ciudad. Es curioso. Camino del hotel, unas horas más tarde, no había dejado de nevar, y a nuestro paso, los bancos, las bicicletas, los coches aparcados, todo, se rendía al encanto blanco. No me habría acostado esa noche, tal era mi entusiasmo. Cuando subimos al hotel, me apalanqué junto al enorme ventanal y seguí echando fotos a cualquier detalle, seguí grabando en video a la nieve caer. Cuando al fin caí rendida, agotada la batería, agotada la energía por el día tan largo, me dormí con la cortina entreabierta, y en el duermevela, la nieve seguía cayendo, y mientras me dormía, creo que sonreía.
Amaneció Londres blanco. No nevaba ya. Pero blanco. Las carreteras habían sido limpiadas, y la nieve se agolpaba en las aceras. Varias líneas de metros fueron cortadas. Las noticias eran alarmantes en cuanto al temporal en Europa. Los aeropuertos de Stansted, (al que llegamos) y Heathrow, anunciaron el cierre por el temporal de nieve. No nos preocupamos. Decidimos disfrutar de la mañana y cuando llegara la hora de irnos, salíamos desde Gatwick, ya veríamos si podíamos salir de Inglaterra o no. Logramos llegar al Big Ben usando las líneas abiertas. Los operarios echaban tierra sobre la nieve para que los coches y los peatones pudiésemos circular/caminar sin peligro, pero a mí me fastidiaba ver la nieve tan blanca convertirse en una especie de barrizal. Le quitaba encanto.
Tras despedirme una vez más de mi querido Big Ben, con un hasta la próxima, emprendimos camino hacia Bloomsbury, el barrio de Virginia Woolf. Esta vez no lo recorrí como en veces anteriores, que pude visitar el lugar donde se reunía con sus compañeros escritores del grupo Bloomsbury, el parque en el que se sentaba a escribir Mrs Dalloway, o las calles, como el 46 de Gordon Sq, donde se instalaron a vivir ella y su familia después de abandonar Hyde Park Gate 22. En el 46 de Gordon Sq nada había que no se pudiera decir, nada que no se pudiera hacer, decía. En ese barrio por el que solía caminar imaginando el entorno y el perfil del personaje en el que estaba trabajando, me adentré en uno de mis viajes a Londres. Regresé "Woolforizada" a casa. En su libro autobiográfico, el único, Momentos de vida, que ya he recomendado en alguna entrada, Virginia hace un magnífico memorial de ese mundo ya desaparecido, de unas personas, sus amigos y su familia, que como ella, pertenecen ya a la historia.
Como decía, esta vez no fui al encuentro de Virginia Woolf o de sus fantasmas, sólo paseé por la zona, admiré los edificios georgianos, y sucumbí una vez más a la llamada del British Museum que se encontraba prácticamente cubierto de nieve. Algunos muñecos, blancos y helados, improvisados, nos saludaban al entrar. Sólo entramos a visitar las salas temáticas de Egipto y Grecia, que siempre merecen una visita. Una reverencia a la Piedra Rosetta.
Las estaciones de metro de la zona se encontraban cerradas. Las infraestructuras londinenses no están preparadas para los temporales de este tipo. Esa es la conclusión que saqué mientras caminábamos buscando una estación que nos llevara de vuelta a la zona de nuestro hotel, para volver a saludar al Dinosaurio de la entrada del Museo de Historia Natural, o para rodear con un abrazo, toda su redondez si fuera posible, al Royal Albert Hall, mi adorado, para después revolcarnos en el manto de nieve que cubría todo Hyde Park y fotografiarnos con los muñecos de nieve improvisados, del Albert Memorial.
Seguimos paseando por las calles nevadas hasta bien pasado el mediodía, las Terraces blancas y los blancos edificios victorianos de South Kensgington y Chelsea se confundían con la nieve, y todo parecía brillar, como si focos de cine, centelleantes, las iluminaran. No hicimos caso de los últimos partes, y cogimos uno de los metros que circulaban con retraso, hacia Victoria Station, donde cogimos el tren hacia Gatwick. Durante el trayecto pudimos comprobar que el temporal se había cebado con la zona de las afueras de Londres. Los pueblos y aldeas que cruzábamos, se encontraban casi sepultados en la nieve. Digerimos que tal vez no saldríamos del país esa tarde. Creo que a ninguna nos importó demasiado.
No nevaba en Gatwick ni lo hizo en las siguientes horas en las que un alto porcentaje de vuelos fueron cancelados y otros tantos sufrieron retrasos importantes. Nosotras, con la suerte que nos vino acompañando durante todo el viaje, sólo sufrimos un retraso de apenas hora y media, casi dos. Subimos al avión casi podía decirse que "On time", y ya anochecido, levantamos vuelo sobre Inglaterra nevada. Mi sueño blanco quedaba atrás, vivido, y recordado para siempre.
The End.
Próximas crónicas viajeras: Amsterdam, a la que viajaré en Semana Santa. Ya os contaré. Sin duda, hablaré de flores de colores, tulipanes y canales. El color blanco, ya queda atrás.
Entrada dedicada a Bea, Cris y Patri.
I.M.G.
La niña, que suerte tiene!!!! je , je... celebro que te lo pasaras tan bien y lo disfrutaras... o clock!! ja, ja... Bss
ResponderEliminarGracias guapa. :-)
ResponderEliminarDespués de tanto viaje, debería hablar de literatura o de nuestra amiga Austen. Lo haré. Besitos
Isa, que envidia, disponer de esa voluntad de viajar (y las moneditas claro). Bueno, de algún modo (envidioso) viajamos contigo. No conozco Londres, ya te llevaré de guía.
ResponderEliminarXimens, mientras escribía esta crónica pensaba, no la va a leer nadie porque no le he hecho caso a Ximens y no he contado detalles morbosos o eróticos, jajaj.
ResponderEliminarPor supuesto cuando vayas a Londres, confía en que te guiaré ;-)
Besos y dejo, de momento, las crónicas viajeras, que con ellas ya he perdido a un seguidor. Trataré de hacerlo mejor a la siguiente: Amsterdam en abril.
ISa
Bueno, me alegro de que la nieve se portara bien y cayera en cantidad. Un viaje completo, ahora a por Amsterdam.
ResponderEliminarBesitos
¡A por Amsterdam! Ya os contaré, Ely :-)
ResponderEliminarLíndisimo el final de crónica Isa, se nota que amas esa ciudad, con nieve o sin ella.
ResponderEliminarGracias, Andrea, sí que la amo, absolutamente. Yo creo que alguna vez, en otra vida, o quizá en varias, anteriores, si las tuve, fui londinense y como ahora, amaba mi ciudad.
ResponderEliminarEs fantástico ver nevar, y tú lo has transmitido de tal manera que he sentido algunos copos sobre mi cabeza.
ResponderEliminarUn abrazo,
Ricardo