Desde que volví de Amsterdam, a principios del mes de Abril, me he preguntado cómo debería enfocar una entrada en este blog dedicada a Ana Frank después de visitar el lugar en el que vivió y escribió su famoso diario, en Prisengracht 263.
Aún no lo sé.
Pero no quiero demorarme más. ¿Qué sentido tiene? Siempre van a faltarme palabras. Ya me faltaban cuando leí su diario. Después de haber conocido el escenario donde fue escrito, donde vivió todo aquello que compartió, sin saberlo, con todos los que, intrusos de sus intimidades, lo hemos leído y sufrido, me faltan aún más. Así pues, sigo perdida, pero con ganas de atreverme a escribir. Por Ana. Por ella. Esta entrada. Para ti.

Nunca podremos ser sólo holandeses o sólo ingleses o pertenecer a cualquier otra nación: además, siempre seguiremos siendo judíos, y queremos seguir siéndolo.
Ana Frank, 11 de Abril de 1944.
Hacía apenas un par de semanas que había terminado de leerme el diario de Ana Frank, y de repente estaba allí, mezclada con la gente, observando unas fotografías en blanco y negro y leyendo unas frases escritas en la pared de lo que alguna vez fue parte del almacén de la empresa que Otto Frank montó allí. Anduve por el pasillo en silencio hasta una sala donde se exhibía un video sobre el paso a la clandestinidad de los Frank, sobre el exterminio nazi, sobre Ana, su familia y quienes habitaron ese edificio, escondidos, en la parte de atrás. El sonido me llegaba a través de un teléfono negro, antiguo.
Y de repente su historia se mezcla con tu historia y sientes que esa niña es tu pariente lejano y sufres por todo lo que ella sufrió, por lo que todos sufrieron. Y te sientes extraña por haber nacido en otra época, por no haber podido hacer nada, por ser una simple espectadora. Por dudar a veces, porque parece imposible que algo así sucediera alguna vez en la vieja Europa, que cosas así sucedan, en este mundo, sea la época que sea. Y caminamos cabizbajos, por los pasillos, brazos cruzados, pensando quién sabe qué, con cientos de imágenes de Ana girando, como palomas, sobre tu cabeza. Y no sabes qué pensar, y te embarga un sentimiento extraño, llamémoslo rabia mezclada con impotencia y altas dosis de tristeza. Tal vez me sentí así cuando me acerqué a las cristaleras para leer documentos originales de la época, tal vez fue así como me sentí cuando pasé de una habitación vacía a otra, cuando subí las escaleras hasta otra planta donde había una máquina de escribir, una pluma, y una serie de enseres que perteneció a los que allí habitaron un día, con ilusiones de supervivencia. Un video, con subtítulos en varios idiomas, era protagonista de la sala. Una de las supervivientes, ya viejecita, relataba aquel calvario. Me cuesta rememorarlo. Duele. Sí. Por eso era difícil escribir esta entrada.
Unas maquetas muestran cómo era y estaba amueblada la parte de atrás, el escondite secreto. Nos advierten que cuando subamos no encontraremos muebles allí, nada de lo que hubo, sólo las paredes, lisas, silenciosas, guardianas de los secretos que Ana no relató en su diario. Otto Frank decidió que aquellas estancias se mostraran así al público. Y su decisión fue respetada. Tras otro tramo de escaleras llegamos a la puerta de acceso a la parte de atrás, oculta tras una biblioteca.
Nos paramos ante la entrada. Hice amago de santiguarme, pero no lo hice. No sé por qué me vino ese amago, tal vez pensé que entraba en un lugar sagrado. Por un momento casi me arrepiento. Había leído en el diario sobre aquella entrada tantas veces descrita... y ahora la tenía ante mí e iba a atravesarla, era como si hubiese entrado en el diario, como si me hubiera colado en sus páginas y ahora fuera a vivirlo todo en primera persona. Me aterrorizó la idea. Pero quería conocer a Ana. Besarle la cara. Abrazarla. Decirle que todo va a salir bien. Que yo terminaría ese diario incompleto y le daría el final feliz que suelo darle a mis historias. Pero allí estaban esas escaleras a un lado y mis pisadas, una tras otra, me introdujeron en la habitación de Otto, su esposa y su hija mayor. Paredes vacías. Una ventana oculta tras un panel oscuro. Unas marcas en la pared con la estatura de las niñas. Ana creció deprisa. Lo muestran las marcas. Fueron más de dos años. Allí. Encerrados.
Y entro en la habitación de Ana. Vacía. (La foto de arriba es una reproducción de como fue, la de abajo de como está actualmente). En las paredes, tras una vitrina de cristal transparente, aún quedan los fotogramas y pósters que ella colgó un día. Me llama la atención una fotografía de la Reina de Inglaterra. Es apenas una niña. Estrellas de cine. Naturaleza. Historia. Realeza. Leonardo Da Vinci. Rembrandt. Greta Garbo. Ginger Rogers.
Si reflexiono sobre la vida que llevamos aquí, llego a la conclusión de que en comparación con los judíos que no están escondidos, estamos en el paraíso. Aún así, cuando más tarde todo retorne a la normalidad, me asombraré de que nosotros, antes tan pulcros, nos hayamos visto rebajados hasta este punto.
Ana Frank, 10 de mayo de 1943
Sólo Otto se salvó.
Ana y su hermana Margot murieron con días de diferencia, en el campo de concentración de Auschwitz. No voy a contar cómo fueron descubiertos, o quién los delató, (suposiciones aún), o la mísera suerte que vivieron todos y cada uno de los que vivieron en aquella parte de atrás de Prisengracht 263, o cómo murieron todos excepto Otto. Para eso está la historia, y la wikipedia, y el prólogo o el epílogo del propio diario de Ana, según la versión que caiga en vuestras manos.
La visita termina en una tienda de souvenirs en la que los libros, en distintos idiomas, de distintos formatos y editoriales, etc priman la sala. Estuve buscando un libro con sus cuentos, pues Ana quería ser escritora, como yo, como mis amigos, pero no lo consiguió. ¿No lo consiguió? Su Diario ha sido y es uno de los libros más vendidos y conocidos de la historia. Sí, Ana era escritora. Aunque no pensaba que lo fuera, sino que lo sería. ¿Acaso no se es escritor desde que se nace? Luego se hace, pero la chispa primera, esa nace con uno. Seguro. Y ella... la tenía. La tuvo todo el tiempo. Y no dejó de escribir un solo día durante su cautiverio. Escribió, se formó, se enamoró, y mantuvo las esperanzas. Me atrevería a decir que sonrió más de lo que supuso, y también que lloró más aún de lo que fue capaz de escribir. Suposiciones. El diario me llegó hondo. Profundo. Como decía al principio: duele.
Si sales de la Casa de Ana Frank y rodeas la iglesia te encuentras con una pequeña estatua de una niña. Siempre está limpia, como si le sacaran brillo a diario. Su mirada chispea de curiosidad. La gente se acerca y la abraza. Es Ana Frank, dicen los que pasan y se paran a fotografiarse con ella. No está conseguida, dicen cuando se van. Yo me acerco, la abrazo y luego, le pido a mi amiga una foto con ella.
No sé si he sido muy melodramática, si no, si he contado poco o mucho, no me he detenido en calcular la medida exacta de esta entrada, ni siquiera sabía lo que iba a escribir cuando empecé con ella. Sólo sabía que quería escribir algo sobre mi paso por aquella casa, que me dejó huella, que aún me persigue, que me volví a leer el diario después de mi paso por Amsterdam y que aún me consterna. Desde mi punto de vista, debería ser lectura obligatoria. La gente debe saber. Las nuevas generaciones deben saber. Para que lo que ocurrió no vuelva a ocurrir. Para que miremos atrás con vergüenza, de haber permitido que sucediera. Yo no había nacido, pero también me siento culpable. Quizá suene absurdo. Pero es así.
En 1960 el refugio pasó a ser museo. Yo estuve allí. Y no voy a olvidarlo. No voy a olvidarte.
Veo cómo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esa crueldad también se acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial. Mientras tanto, tendré que mantener bien alto mis ideales, tal vez en los tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica...
Entrada dedicada a Otto Frank, Edith Frank-Hollander, Margot Frank, Ana Frank, Hermann Van Pels, Auguste Van Perls-Rottgen, Peter Van Pels, Fritz Pfeffer, que vivieron en la parte de atrás y protagonizaron las páginas del diario de Ana Frank.
Y a Miep Gies-Santrouschitz, Johannes Kleiman, Victor Kugler y Bep Voskuijl, que los ayudaron, sin ellos, que también forman parte del diario, no habrían durado tanto, hasta casi conseguirlo, en la parte de atrás.
Ana y su hermana Margot murieron con días de diferencia, en el campo de concentración de Auschwitz. No voy a contar cómo fueron descubiertos, o quién los delató, (suposiciones aún), o la mísera suerte que vivieron todos y cada uno de los que vivieron en aquella parte de atrás de Prisengracht 263, o cómo murieron todos excepto Otto. Para eso está la historia, y la wikipedia, y el prólogo o el epílogo del propio diario de Ana, según la versión que caiga en vuestras manos.
La visita termina en una tienda de souvenirs en la que los libros, en distintos idiomas, de distintos formatos y editoriales, etc priman la sala. Estuve buscando un libro con sus cuentos, pues Ana quería ser escritora, como yo, como mis amigos, pero no lo consiguió. ¿No lo consiguió? Su Diario ha sido y es uno de los libros más vendidos y conocidos de la historia. Sí, Ana era escritora. Aunque no pensaba que lo fuera, sino que lo sería. ¿Acaso no se es escritor desde que se nace? Luego se hace, pero la chispa primera, esa nace con uno. Seguro. Y ella... la tenía. La tuvo todo el tiempo. Y no dejó de escribir un solo día durante su cautiverio. Escribió, se formó, se enamoró, y mantuvo las esperanzas. Me atrevería a decir que sonrió más de lo que supuso, y también que lloró más aún de lo que fue capaz de escribir. Suposiciones. El diario me llegó hondo. Profundo. Como decía al principio: duele.
Si sales de la Casa de Ana Frank y rodeas la iglesia te encuentras con una pequeña estatua de una niña. Siempre está limpia, como si le sacaran brillo a diario. Su mirada chispea de curiosidad. La gente se acerca y la abraza. Es Ana Frank, dicen los que pasan y se paran a fotografiarse con ella. No está conseguida, dicen cuando se van. Yo me acerco, la abrazo y luego, le pido a mi amiga una foto con ella.
En 1960 el refugio pasó a ser museo. Yo estuve allí. Y no voy a olvidarlo. No voy a olvidarte.
Veo cómo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esa crueldad también se acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial. Mientras tanto, tendré que mantener bien alto mis ideales, tal vez en los tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica...
Ana Frank, 15 de julio de 1944.
Entrada dedicada a Otto Frank, Edith Frank-Hollander, Margot Frank, Ana Frank, Hermann Van Pels, Auguste Van Perls-Rottgen, Peter Van Pels, Fritz Pfeffer, que vivieron en la parte de atrás y protagonizaron las páginas del diario de Ana Frank.
Y a Miep Gies-Santrouschitz, Johannes Kleiman, Victor Kugler y Bep Voskuijl, que los ayudaron, sin ellos, que también forman parte del diario, no habrían durado tanto, hasta casi conseguirlo, en la parte de atrás.
I.M.G.