jueves, 21 de junio de 2012

La casa de Ana Frank (Anne Frank Huis)

Desde que volví de Amsterdam, a principios del mes de Abril, me he preguntado cómo debería enfocar una entrada en este blog dedicada a Ana Frank después de visitar el lugar en el que vivió y escribió su famoso diario, en Prisengracht 263.

Aún no lo sé. 

Pero no quiero demorarme más. ¿Qué sentido tiene? Siempre van a faltarme palabras. Ya me faltaban cuando leí su diario. Después de haber conocido el escenario donde fue escrito, donde vivió todo aquello que compartió, sin saberlo, con todos los que, intrusos de sus intimidades, lo hemos leído y sufrido, me faltan aún más. Así pues, sigo perdida, pero con ganas de atreverme a escribir. Por Ana. Por ella. Esta entrada. Para ti.

Huis significa casa, en holandés. En la puerta del edificio que fue almacén, se encuentra esta placa que lo distingue del resto. De lejos es un edificio más, ni siquiera bonito. Al otro lado del canal me preguntaba cuál de todos aquellos edificios sería el que tras los cristales, ni siquiera un siglo aún atrás, se esconderían los Frank de las garras de los nazis. Ya no hay árboles delante de su fachada, sólo el canal. Se adivina en la cola de la entrada, en el silencio de la gente que aguarda entrar, un lugar de peregrinaje. Las colas duran horas y se mantienen casi desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Consciente de ello, sacamos nuestras entradas por internet, (es aconsejable sacarlas al menos con un mes de antelación), para la tarde del sábado 7 de abril. Nos saltamos la cola para entrar por otra puerta anexa, a la que se accede tocando un timbre. Te validan la entrada y entras con tu grupo, sin guardar cola. 


Algún día esta horrible guerra habrá terminado, algún día volveremos a ser personas, y no solamente judíos...
Nunca podremos ser sólo holandeses o sólo ingleses o pertenecer a cualquier otra nación: además, siempre seguiremos siendo judíos, y queremos seguir siéndolo. 

Ana Frank, 11 de Abril de 1944.



Hacía apenas un par de semanas que había terminado de leerme el diario de Ana Frank, y de repente estaba allí, mezclada con la gente, observando unas fotografías en blanco y negro y leyendo unas frases escritas en la pared de lo que alguna vez fue parte del almacén de la empresa que Otto Frank montó allí.  Anduve por el pasillo en silencio hasta una sala donde se exhibía un video sobre el paso a la clandestinidad de los Frank, sobre el exterminio nazi, sobre Ana, su familia y quienes habitaron ese edificio, escondidos, en la parte de atrás. El sonido me llegaba a través de un teléfono negro, antiguo.



Y de repente su historia se mezcla con tu historia y sientes que esa niña es tu pariente lejano y sufres por todo lo que ella sufrió, por lo que todos sufrieron. Y te sientes extraña por haber nacido en otra época, por no haber podido hacer nada, por ser una simple espectadora. Por dudar a veces, porque parece imposible que algo así sucediera alguna vez en la vieja Europa, que cosas así sucedan, en este mundo, sea la época que sea. Y caminamos cabizbajos, por los pasillos, brazos cruzados, pensando quién sabe qué, con cientos de imágenes de Ana girando, como palomas, sobre tu cabeza. Y no sabes qué pensar, y te embarga un sentimiento extraño, llamémoslo rabia mezclada con impotencia y altas dosis de tristeza. Tal vez me sentí así cuando me acerqué a las cristaleras para leer documentos originales de la época, tal vez fue así como me sentí cuando pasé de una habitación vacía a otra, cuando subí las escaleras hasta otra planta donde había una máquina de escribir, una pluma, y una serie de enseres que perteneció a los que allí habitaron un día, con ilusiones de supervivencia. Un video, con subtítulos en varios idiomas, era protagonista de la sala. Una de las supervivientes, ya viejecita, relataba aquel calvario. Me cuesta rememorarlo. Duele. Sí. Por eso era difícil escribir esta entrada. 



Unas maquetas muestran cómo era y estaba amueblada la parte de atrás, el escondite secreto. Nos advierten que cuando subamos no encontraremos muebles allí, nada de lo que hubo, sólo las paredes, lisas, silenciosas, guardianas de los secretos que Ana no relató en su diario. Otto Frank decidió que aquellas estancias se mostraran así al público. Y su decisión fue respetada. Tras otro tramo de escaleras llegamos a la puerta de acceso a la parte de atrás, oculta tras una biblioteca. 


Nos paramos ante la entrada. Hice amago de santiguarme, pero no lo hice. No sé por qué me vino ese amago, tal vez pensé que entraba en un lugar sagrado. Por un momento casi me arrepiento. Había leído en el diario sobre aquella entrada tantas veces descrita... y ahora la tenía ante mí e iba a atravesarla, era como si hubiese entrado en el diario, como si me hubiera colado en sus páginas y ahora fuera a vivirlo todo en primera persona. Me aterrorizó la idea. Pero quería conocer a Ana. Besarle la cara. Abrazarla. Decirle que todo va a salir bien. Que yo terminaría ese diario incompleto y le daría el final feliz que suelo darle a mis historias. Pero allí estaban esas escaleras a un lado y mis pisadas, una tras otra, me introdujeron en la habitación de Otto, su esposa y su hija mayor. Paredes vacías. Una ventana oculta tras un panel oscuro. Unas marcas en la pared con la estatura de las niñas. Ana creció deprisa. Lo muestran las marcas. Fueron más de dos años. Allí. Encerrados. 


Y entro en la habitación de Ana. Vacía. (La foto de arriba es una reproducción de como fue, la de abajo de como está actualmente). En las paredes, tras una vitrina de cristal transparente, aún quedan los fotogramas y pósters que ella colgó un día. Me llama la atención una fotografía de la Reina de Inglaterra. Es apenas una niña. Estrellas de cine. Naturaleza. Historia. Realeza. Leonardo Da Vinci. Rembrandt. Greta Garbo. Ginger Rogers.



Si reflexiono sobre la vida que llevamos aquí, llego a la conclusión de que en comparación con los judíos que no están escondidos, estamos en el paraíso. Aún así, cuando más tarde todo retorne a la normalidad, me asombraré de que nosotros, antes tan pulcros, nos hayamos visto rebajados hasta este punto.    
Ana Frank, 10 de mayo de 1943


 Llegados a este punto estoy consternada, y el calor, en contraste con las temperaturas cercanas a cero de fuera, se apodera de mí y tengo que quitarme el abrigo y aflojar mi bufanda y dar un buche a la botella de agua. Allí debería terminar la visita, pero aún sigue, falta todo un edificio para que termine, es un anexo posterior, donde nos muestran distintos vídeos del holocausto, donde vemos documentos que hacen tanto daño como las propias imágenes que contemplamos. Y el final del viaje de los Frank y sus amigos. Apenas unos apuntes que marcan el final. 




Sólo Otto se salvó.


Ana y su hermana Margot murieron con días de diferencia, en el campo de concentración de Auschwitz. No voy a contar cómo fueron descubiertos, o quién los delató, (suposiciones aún), o la mísera suerte que vivieron todos y cada uno de los que vivieron en aquella parte de atrás de Prisengracht 263, o cómo murieron todos excepto Otto. Para eso está la historia, y la wikipedia, y el prólogo o el epílogo del propio diario de Ana, según la versión que caiga en vuestras manos.

La visita termina en una tienda de souvenirs en la que los libros, en distintos idiomas, de distintos formatos y editoriales, etc priman la sala. Estuve buscando un libro con sus cuentos, pues Ana quería ser escritora, como yo, como mis amigos, pero no lo consiguió. ¿No lo consiguió? Su Diario ha sido y es uno de los libros más vendidos y conocidos de la historia. Sí, Ana era escritora. Aunque no pensaba que lo fuera, sino que lo sería. ¿Acaso no se es escritor desde que se nace? Luego se hace, pero la chispa primera, esa nace con uno. Seguro. Y ella... la tenía. La tuvo todo el tiempo. Y no dejó de escribir un solo día durante su cautiverio. Escribió, se formó, se enamoró, y mantuvo las esperanzas. Me atrevería a decir que sonrió más de lo que supuso, y también que lloró más aún de lo que fue capaz de escribir. Suposiciones. El diario me llegó hondo. Profundo. Como decía al principio: duele.


Si sales de la Casa de Ana Frank y rodeas la iglesia te encuentras con una pequeña estatua de una niña. Siempre está limpia, como si le sacaran brillo a diario. Su mirada chispea de curiosidad. La gente se acerca y la abraza. Es Ana Frank, dicen los que pasan y se paran a fotografiarse con ella. No está conseguida, dicen cuando se van. Yo me acerco, la abrazo y luego, le pido a mi amiga una foto con ella.

No sé si he sido muy melodramática, si no, si he contado poco o mucho, no me he detenido en calcular la medida exacta de esta entrada, ni siquiera sabía lo que iba a escribir cuando empecé con ella. Sólo sabía que quería escribir algo sobre mi paso por aquella casa, que me dejó huella, que aún me persigue, que me volví a leer el diario después de mi paso por Amsterdam y que aún me consterna. Desde mi punto de vista, debería ser lectura obligatoria. La gente debe saber. Las nuevas generaciones deben saber. Para que lo que ocurrió no vuelva a ocurrir. Para que miremos atrás con vergüenza, de haber permitido que sucediera. Yo no había nacido, pero también me siento culpable. Quizá suene absurdo. Pero es así.


En 1960 el refugio pasó a ser museo. Yo estuve allí. Y no voy a olvidarlo. No voy a olvidarte.


Veo cómo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esa crueldad también se acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial. Mientras tanto, tendré que mantener bien alto mis ideales, tal vez en los tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica...


Ana Frank, 15 de julio de 1944.



Entrada dedicada a Otto Frank, Edith Frank-Hollander, Margot Frank, Ana Frank, Hermann Van Pels, Auguste Van Perls-Rottgen, Peter Van Pels, Fritz Pfeffer, que vivieron en la parte de atrás y protagonizaron las páginas del diario de Ana Frank.
Y a Miep Gies-Santrouschitz, Johannes Kleiman, Victor Kugler y Bep Voskuijl, que los ayudaron, sin ellos, que también forman parte del diario, no habrían durado tanto, hasta casi conseguirlo, en la parte de atrás.

I.M.G. 

sábado, 16 de junio de 2012

Entrega de premios Dime que me quieres 2012

El pasado sábado día 9 de Junio, se entregaron en Málaga, en el Museo del Patrimonio Municipal, los XII premios del concurso de relato epistolar Dime que me quieres. 



Llegué en el mismo autobús Circular que aparece en mi relato, y me bajé en la parada del parque en la que probablemente mi protagonista se subía para volver a casa. Sin llegar a ser las mismas, y sin compartir historia, alguna cosa en común tenemos, como el haber bailado en Bobby Logan, el haber conducido una Vespino, el ser géminis,  o el vivir en Málaga. Seguramente ella también oye a Mecano. A veces, estas cosas son  inevitables. De todas formas, yo nunca me habría dejado atrapar por un destino que no fuese el mío. Alicia y yo, no compartimos historia, sólo semejanzas.

Es el tercer año consecutivo que me presento a este concurso organizado por el Ayuntamiento y las Bibliotecas de Málaga, y es el tercer año consecutivo que  acudo a recoger un premio en este certamen. En 2010 quedé segunda con el relato Y dices que no te quiero. En 2011 fui finalista con el relato 11y25 y este año he vuelto a quedar finalista con mi relato Un frente frío. Por lo que acudir a esta entrega de premios se ha convertido en un evento extraordinario que espero cada primer o segundo fin de semana de Junio. Extraordinario no sólo por lo que significa, sino por el encuentro con amigos, conocidos, gente del mundo de la literatura, con mis mismas inquietudes e ilusiones, y con un jurado fantástico compuesto por Amparo Quíles, José Antonio Garriga Vela y Pablo Aranda. 




El año pasado quedó ganador de este certamen, mi compañero de puntoyseguido Miguel Núñez, y este año he compartido el puesto de finalista con mi compañera de puntoyseguido Inmaculada Reina. Compartir páginas en un libro, con estos dos grandes escritores a los que tanto admiro, es un lujo y forma parte de mi premio. 

Loli Pérez, Miguel Núñez, Inmaculada Reina,
Isabel Merino y Pedro Rojano
(5 de los 7 miembros de puntoyseguido)
Llegué acompañada de mis padres, y me senté en primera fila con el resto de premiados. Antes de sentarnos nos presentamos, los que no nos conocíamos, y nos saludamos los que habíamos compartido algún evento o taller literario (María José Amador, de Antequera, entre ellos. También era su tercer año consecutivo como finalista). Al final, casi todos nos conocemos en este mundillo de la escritura. 

Hola, yo soy el primer premio, y yo una de las finalistas, yo soy el segundo, es mi tercera vez, y la mía, hola cómo estás, otra vez aquí, qué suerte, sois de puntoyseguido, sí, conozco tu blog, y yo el tuyo, gracias, qué tal, qué ilusión, ¿dónde nos sentamos?, uy, ya va a empezar.... 

Este año estaba el jurado al completo. Los años anteriores, por diversos motivos, Garriga Vela no pudo acudir. Toma la palabra después de que Amparo Quiles nos muestre, con un breve repaso, algo de los relatos ganadores y finalistas, cosa que se agradece. Hace dos años hizo un mismo recorrido pero sólo por los tres ganadores, el año pasado obviaron este paso y este año lo han retomado para homenajear a los diez relatos que componen el libro que anualmente publican con ganadores y finalistas y que se presenta en este certamen y de los que nos regalan una docena. 

Garriga Vela explica cómo ha sido la selección y habla de la calidad literaria de los mismos. Toma la palabra Pablo Aranda. La charla es amena a la par que interesante. Sonreímos todo el rato. Nos nombran y pasamos a recoger los premios: un trofeo de metacrilato con nuestro nombre y el de nuestro relato, dos libros de Litoral (Escribir la Luz y Málaga Meeting Point) y Seis Relatos, un libro de relatos de autores malagueños entre los que se encuentran Garriga Vela y Pablo Aranda. 



Antes de que el acto se dé por terminado, sube a la tarima Héctor Márquez, autor ganador del tercer premio, que previamente había solicitado decir unas palabras.Esto es nuevo, no había ocurrido en las ediciones anteriores en las que he estado.  Su discurso se extiende más de lo previsto. Alguna gente sale de la sala. Detrás de él sube María del Rocío León, segundo premio, y por último, toma la palabra Antonia Toscano, que culmina con unas palabras que arrancan el aplauso de todos los presentes. 



Cuando vamos saliendo de la sala Amparo Quiles me habla de las miradas de los protagonistas de mi relato, cada uno en su ventana, en medio el patio de luces con la ropa tendida y el olor a lejía. Hablamos de Bobby Logan. Le ha gustado mi relato. Me alegra que me comente que volvió a leerlo la noche previa. Salgo contenta, conversando con una de mis mejores amigas, y comienza la parte festiva, de fotos, de enhorabuenas, de firmas, de risas, de intercambio de correos... hasta el mediodía en que cada uno se va con los suyos a seguir celebrando. 



Los 7 miembros de puntoyseguido, (Andrea desde Mexico a través del Skype), seguimos juntos el resto del día, de comida, de charla de terraza, de copas de buen vino, de Mojitos, de sofás, de celebración, porque en  nuestro grupo cuando uno es premiado, lo somos todos. El año que viene, volveremos a intentarlo, y habrá una nueva crónica de ello. Seguro. 

Listado de relatos y premiados en este XII certamen, (mayoría de malagueños y mujeres):

Esta tarde        (Antonia Toscano de Ronda (Málaga))
El secreto de mis zapatillas verdes      (María del Rocío León de Málaga)
El tiempo azul       (Héctor Márquez de Málaga)
La vie en rose       (Mª José Amador de Antequera (Málaga))
Largo recorrido       (Luisa Díaz de Estepona (Málaga)
...Pero una estrella lleva tu nombre       (Pablo Díaz de Málaga)
Ni se te ocurra decirme que me quieres      (Marisa López de Antequera (Málaga))
Un frente frío       (Isabel Merino de Málaga)
Álbum      (Inmaculada Reina de Málaga)
El ave del amor     (Mª Antonia de la Torre de Málaga).


Dedicado a: 

Siempre dedico mi premio a alguien. Este año está dedicado a mi compañero de puntoyseguido, Pedro Rojano, ya que este año no pensaba presentarme y fue él quien me convenció para hacerlo, quien me dio la idea para el título y quien me presentó el relato el último día del plazo porque yo no podía ir a llevarlo. Por todo ello, una fecha importante para él, aparece en mi relato. Para ti pues, Peter. 


I.M.G. 













miércoles, 6 de junio de 2012

Novecento

Alessandro Baricco es uno de mis escritores de cabecera. Como muchos otros  lectores, lo descubrí con Seda. Y no me atreví a leer Seda hasta que, hace unos años,  una de mis cantantes favoritas, Ana Torroja, comentó que era uno de sus libros favoritos y me entró la curiosidad.
Me lo leí del tirón. Me lo bebí.
(Escribí una crónica hace tiempo Lee aquí).
 Así pues, esta entrada quiero dedicársela a ella, que me descubrió a este autor, que con perdón de Andrés Neuman, y de mis compañeros de puntoyseguido, se ha convertido en uno de mis autores masculinos, imprescindibles y favoritos.

Tal vez sea que sus novelas siempre oscilan entre lo real y lo onírico, tal vez su estilo narrativo original y directo, sus giros, registros, escenarios, personajes y  narradores tan imposibles y surrealistas, en su incesante búsqueda y consecución de deseos y sueños, que a veces me recuerdan a... ¿mí?

Dediqué otra entrada de este blog, (de las más leídas por cierto, gracias),  a su novela Tierras de Cristal (Lee aquí), una fábula llena de emoción, amargura y sensibilidad que me atrapó desde la primera palabra hasta la última.

Después leí City, Sin Sangre, Océano mar, Esta historia y Emaús. Todas recomendables si os gusta el estilo tan peculiar de Baricco. Yo creo que es de esos autores que te gustan muchísimo o no te gustan nada. Yo, como mi amigo Pedro Rojano de puntoyseguido, soy de las que cayó en sus redes.


Hoy quería hablaros de Novecento (1994), una obra de teatro escrita a modo de monólogo, que leí hace más de un año y que estos días estoy volviendo a releer. Me resulta absolutamente fascinante.
Novecento fue escrito, como nos cuenta el autor, para el actor Eugenio Allegri y el director Gabrielle Vacis y se estrenó en el festival de teatro de Asti de 1994.


... un relato para leer en voz alta. No creo que exista un nombre para textos de esta clase. De todos modos, poco importa. A mí me parece una historia hermosa que valía la pena contar. Y me gusta pensar que alguien la leerá.
                                                                                                       A. Baricco

Novecento cuenta la leyenda del pianista Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, que nació y vivió en el Transatlántico Virginian, (que hacía la ruta entre Europa y América en la época de entreguerras, con su carga de millonarios, turistas, emigrantes...),   y que nunca lo abandonó. En él, aprendió a tocar el piano de la nada, y llegó a tocar como ningún otro. El pianista más grande que ha tocado en el océano. Sus manos eran capaces de tocar las melodías más hermosas, mágicas e inauditas que pudieran imaginarse. Su mejor amigo, un trompetista, es testigo directo de su historia. Y Jelly Roy Morton, el autodenominado inventor del jazz, aparece como un personaje que se bate en duelo al piano con Novecento.

Tocábamos porque el océano es grande y da miedo,
tocábamos para que la gente no notara el paso del tiempo,
y se olvidara de dónde estaba, y quién era.
Tocábamos para hacer que bailaran
porque si bailas no puedes morir,
y te sientes Dios.
Y tocábamos ragtime porque es la música
con la que Dios baila cuando nadie lo ve.
Con la que Dios bailaría si fuera negro.

Novecento nunca llegará a pisar tierra, pero conoce las ciudades, y a la gente de las ciudades, del mundo.

Quizá no había visto nunca el mundo. Pero hacía veintisiete años que el mundo pasaba por aquel barco, y hacía veintisiete años que él, desde aquel barco, lo escrutaba. Y le robaba el alma. En eso era un genio. Nada que objetar. Sabía escuchar. Y sabía leer. No los libros, eso lo sabe hacer cualquiera, sabía leer a la gente. Los signos que la gente llevaba encima: lugares, ruidos, olores, su tierra, su historia...

Novecento es una obra imprescindible en mi biblioteca. Hoy quería compartirla con vosotros. ¿Escucháis la música? Sólo hay que pasar las páginas, una tras otra, hasta el final, y aún así sigue sonando. Suena siempre. Mágica. Inaudita. Hermosa.




Para A. T..



I.M.G.
@isamerino