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domingo, 18 de marzo de 2012

London: Bonus Track (Febrero 2012)


Cuando la nieve comenzó a caer más fuerte, entramos al musical de los Jersey Boys. Pincha AQUÍ si quieres saber más sobre este musical que cuenta la historia de Frankie Valli and The Four Seasons, como ya comenté en la entrada anterior. Este musical, a diferencia de cuantos he visto en Londres, (aviso),  necesita un nivel de inglés alto para entenderlo, ya que abunda muchísimo el diálogo, quizá más que las canciones y mucho más que los números de baile, que no son tan espectaculares como puedan serlo en Wicked o en Les MIserables o en Mamma Mía, por ejemplo, pero que esto no os eche para atrás. Merece la pena verlo. (Aunque si no habéis visto ningún musical en Londres, este no debería ser de los primeros, eso también debo advertirlo). Quizá pensé que cuando saliéramos del teatro Prince Edward la nieve habría dejado de caer, pero me equivoqué, y con qué alegría lo hice. Cuando bajamos las escaleras de alfombras rojas y salimos a Old Compton Street, caía la nieve copiosamente y diríase, si ha de decirse de algún modo, que llegué a Picadilly Circus casi volando, ¿acaso no se vuela cuando se es feliz? Con el paraguas en alto, cubierto de nieve, cual Mary Poppins atravesé Shafetsbury, cruzándome con los autobuses rojos, ahora blancos, y los taxis negros, de igual modo blancos. La nieve, bendita nieve,  lo cubrió todo en minutos y no me importó mojarme, al contrario, disfruté haciéndolo. 

Nos quedamos por el centro, simplemente viendo caer la nieve, descargando los paraguas, haciendo alguna compra. El frío, es cierto, amaina cuando la nieve se apodera de la ciudad. Es curioso. Camino del hotel, unas horas más tarde, no había dejado de nevar, y a nuestro paso, los bancos, las bicicletas, los coches aparcados, todo, se rendía al encanto blanco. No me habría acostado esa noche, tal era mi entusiasmo. Cuando subimos al hotel, me apalanqué junto al enorme ventanal y seguí  echando fotos a cualquier detalle, seguí grabando en video a la nieve caer. Cuando al fin caí rendida, agotada la batería, agotada la energía por el día tan largo, me dormí con la cortina entreabierta, y en el duermevela, la nieve seguía cayendo, y mientras me dormía, creo que sonreía.

 Amaneció Londres blanco. No nevaba ya. Pero blanco. Las carreteras habían sido limpiadas, y la nieve se agolpaba en las aceras. Varias líneas de metros fueron cortadas. Las noticias eran alarmantes en cuanto al temporal en Europa. Los aeropuertos de Stansted, (al que llegamos) y Heathrow, anunciaron el cierre por el temporal de nieve. No nos preocupamos. Decidimos disfrutar de la mañana y cuando llegara la hora de irnos, salíamos desde Gatwick, ya veríamos si podíamos salir de Inglaterra o no. Logramos llegar al Big Ben usando las líneas abiertas. Los operarios echaban tierra sobre la nieve para que los coches y los peatones pudiésemos circular/caminar sin peligro, pero a mí me fastidiaba ver la nieve tan blanca convertirse en una especie de barrizal. Le quitaba encanto. 

Tras despedirme una vez más de mi querido Big Ben, con un hasta la próxima, emprendimos camino hacia Bloomsbury, el barrio de Virginia Woolf. Esta vez no lo recorrí como en veces anteriores, que pude visitar el lugar donde se reunía con sus compañeros escritores del grupo Bloomsbury, el parque en el que se sentaba a escribir Mrs Dalloway, o las calles, como el 46 de Gordon Sq, donde se instalaron a vivir ella y su familia después de abandonar Hyde Park Gate 22. En el 46 de Gordon Sq nada había que no se pudiera decir, nada que no se pudiera hacer, decía. En ese barrio por el que solía caminar imaginando el entorno y el perfil del personaje en el que estaba trabajando, me adentré en uno de mis viajes a Londres. Regresé "Woolforizada" a casa. En su libro autobiográfico, el único,  Momentos de vida, que ya he recomendado en alguna entrada, Virginia hace un magnífico memorial de ese mundo ya desaparecido, de unas personas, sus amigos y su familia, que como ella, pertenecen ya a la historia. 

Como decía, esta vez no fui al encuentro de Virginia Woolf o de sus fantasmas, sólo paseé por la zona, admiré los edificios georgianos, y sucumbí una vez más a la llamada del British Museum que se encontraba prácticamente cubierto de nieve. Algunos muñecos, blancos y helados, improvisados, nos saludaban al entrar. Sólo entramos a visitar las salas temáticas de Egipto y Grecia, que siempre merecen una visita. Una reverencia a la Piedra Rosetta. 

 Las estaciones de metro de la zona se encontraban cerradas. Las infraestructuras londinenses no están preparadas para los temporales de este tipo. Esa es la conclusión que saqué mientras caminábamos buscando una estación que nos llevara de vuelta a la zona de nuestro hotel, para volver a saludar al Dinosaurio de la entrada del Museo de Historia Natural, o para rodear con un abrazo, toda su redondez si fuera posible, al Royal Albert Hall, mi adorado, para después revolcarnos en el manto de nieve que cubría todo Hyde Park y fotografiarnos con los muñecos de nieve improvisados, del Albert Memorial. 

Seguimos paseando por las calles nevadas hasta bien pasado el mediodía, las Terraces blancas y los blancos edificios victorianos de South Kensgington y Chelsea se confundían con la nieve, y todo parecía brillar, como si focos de cine, centelleantes, las iluminaran. No hicimos caso de los últimos partes, y cogimos uno de los metros que circulaban con retraso, hacia Victoria Station, donde cogimos el tren hacia Gatwick. Durante el trayecto pudimos comprobar que el temporal se había cebado con la zona de las afueras de Londres. Los pueblos y aldeas que cruzábamos, se encontraban casi sepultados en la nieve. Digerimos que tal vez no saldríamos del país esa tarde. Creo que a ninguna nos importó demasiado. 

No nevaba en Gatwick ni lo hizo en las siguientes horas en las que un alto porcentaje de vuelos fueron cancelados y otros tantos sufrieron retrasos importantes. Nosotras, con la suerte que nos vino acompañando durante todo el viaje, sólo sufrimos un retraso de apenas hora y media, casi dos. Subimos al avión casi podía decirse que "On time", y ya anochecido, levantamos vuelo sobre Inglaterra nevada. Mi sueño blanco quedaba atrás, vivido, y recordado para siempre. 

The End. 

Próximas crónicas viajeras: Amsterdam, a la que viajaré en Semana Santa. Ya os contaré. Sin duda, hablaré de flores de colores, tulipanes y canales. El color blanco, ya queda atrás. 


Entrada dedicada a Bea, Cris y Patri. 

I.M.G. 




jueves, 8 de marzo de 2012

Londres de nieves, Londres de bienes (2 de 2) Febrero 2012

Sábado 4 de Febrero. Londres. Ni una nube en el cielo. Temperatura: Bajo cero. 

Una parada obligatoria en Leicester Sq, (aún en obras), para una nueva intentona de ver otro musical esa noche. Intentona frustrada, los precios más baratos rondaban las 70 libras. Caminamos hacia Covent Garden y casi ayudamos a montar los puestos del Jubilee Market, donde entre otras compras, me hice con un cuadro de Grease, (ya hablaré algún día de mi pasión por Grease).

Una parada frente a la casa donde alguna vez vivió Dickens, y un entrar al Lyceum Theatre, en el 21 de Wellinton Street, fueron lo siguiente. ¿Tal vez queríamos probar suerte y encontrar entradas para The Lion King a buen precio en el mismo teatro? Tal vez, pudiera ser, pero después de preguntar por un precio razonable que sabíamos que no encontraríamos, nos entretuvimos mirando las paredes, y sonriendo a los vendedores. Cualquier cosa por entrar en calor y desentumecer manos, nariz, orejas y pies. Cuando salimos de nuevo a la calle, el helor ganó de nuevo la partida y tuvimos que andar dando zapatazos, para descongelar las plantas de los pies. 

 Seguimos con el paseo por el barrio chino, que celebraba su nuevo año, y visitamos el teatro de Les Miserables en Shaftestbury Avenue, la avenida de los teatros. No quedaban entradas. A la altura de Picadilly Circus, pasada la una del mediodía, nos pareció que algunas nubes habían bajado de altura y se habían arremolinado sobre los edificios de la semicircular Regent St, aunque sin ánimo de lluvia o nieve. El frío se volvió más intenso por la zona de Waterloo, camino de The Mall, por donde la Reina camina sobre ese asfalto de aspecto anaranjado, cuando le da por bajarse del Rolls. ¿Lo hará alguna vez? 

Caminamos hacia Buckingham Palace, parando brevemente en Clarence House o en St. James, y comprobamos cómo la bandera inglesa ondeaba al viento. Del monumento a la Reina Victoria que preside la plaza frente al palacio emanan agua unas fuentes adosadas, aunque en esta ocasión, el agua salía escarchada y los estanques estaban helados. Tal era la temperatura que estábamos soportando cuando nos adentramos en St James Park, uno de mis parques londinenses favoritos junto a Regents Park. Me gusta ese parque porque no es muy amplio y sin embargo posee un lago lleno de patos, de cisnes y de pájaros que sólo veo cuando visito Londres, porque las ardillas corretean a placer y se te acercan y no se intimidan al esconder las bellotas en el suelo mientras las filmas, porque mires adonde mires, siempre hay gente paseando, siempre hay árboles cuyas hojas o colores te sorprenden, porque a lo lejos se ven mi querido Big Ben, la House Guards y la London Eye, y porque al final del paseo, en cada época del año, encuentras miles de flores de colores. 

Cuando atravesamos la House Guards, (qué hermosos caballos negros soportan el peso de la Guardia montada), y caminamos por White Hall primero y por Parliament St después, asomándonos como cualquier turista a Downey St., sonreí mirando al cielo. ¿Ya se ve el Big Ben? Sólo la puntita, detrás de los edificios, pero no es eso. Sigo mirando hacia arriba: Las nubes se han vuelto más compactas y sólo queda algo de resolillo que aún se filtra entre ellas. ¡Podría nevar! Yo no perdía la esperanza. Cuando estuve una vez más, (he perdido la cuenta de las veces que me he quedado ensimismada mirando esa vieja y hermosa Torre del reloj), frente al Big Ben, tuve la misma sensación que se tiene cuando se ve a un viejo amor, a un viejo amante, por el que nunca dejaremos de sentir ese pellizco en el estómago. Sonreí y me pareció que las agujas, en la posición en la que se encontraban, me devolvían la sonrisa. Soy feliz cuando lo miro, por eso, tomo posición en mi esquina favorita, junto a la cabina roja más fotografiada de Londres, y me quedo extasiada frente a él mientras los segundos y los minutos pasan. Pasan. Pasan. ¡Vamos, Isa! 

Regresábamos de Westminster Abbey, (en esta ocasión no entramos), con un agujero en el estómago,  las cuatro de la tarde y sin comer. En la estación de Westminster parecía haber una concentración juvenil. Cientos, si no miles, de jóvenes, la mayoría disfrazados y portando cervezas o botellas de alcohol, corrían de un lado al otro de la estación. Cuando al fin logramos subir al metro, mi cámara de fotos, (nueva, de estas Navidades), había desaparecido. Nerviosas, miramos en mis bolsillos, en mis bolsas, en mi bolso y nada. Nos bajamos en la siguiente parada y nada. Había desaparecido. Me dolían más las fotos perdidas que la cámara en sí, pero las fotos... irrecuperables. Tras el halo de tristeza que nos embargó a las cuatro, mis amigas reaccionaron con más esperanza y entereza que yo: Volvamos a la estación de Westminster. Yo me negué. Era ridículo pensar que podría encontrar la cámara. No, dije, vámonos a comer. Isa, hay un 99,9% de posibilidades de que no encuentres la cámara, pero tenemos que volver a por el porcentaje que falta. Cogimos el siguiente metro y regresamos, tristes, calladas. La multitud se agolpaba en los pasillos, casi no se podía mirar al suelo, sólo se veían pies huidizos. Me acerqué a un policía y le conté lo ocurrido, no me hizo mucho caso. Nos asomamos a la oficina de control de imágenes en la estación y no nos abrieron. ¡Es imposible!, dije rindiéndome. Mientras miraba al suelo encontré un billete de 5 libras. Mi amiga encontró unos guantes. Me acerqué como última tentativa a un empleado del metro y le dije que había perdido mi cámara de fotos. El hombre, orondo y canoso, con cara de pocos amigos, asintió y habló con alguien a través de un walkie . Al cabo de un par de minutos apareció otro empleado del metro, negro, alto. ¿De qué color es su cámara? Negra. ¿De qué marca? Olympus. Sacó una cámara, en su funda negra, del bolsillo y me dijo: Is this your camera? YES!!!!!!  THANK YOU, le dije al empleado orondo, abrazándome de brazos y piernas a él: THANK YOU, THANK YOU, THANK YOU. Not  me, dijo, him, y señaló al negro. 

Y así fue como recuperé mi cámara, y como volvimos a coger el metro creyendo en la providencia, en la suerte divina y en la orejita del colgante de mi abuela, y nos bajamos en Victoria Station para ir a preguntar por el mi musical favorito, Wicked, en el Apollo Victoria, y para comer por allí. Eran ya las cinco de la tarde. El día seguía nublado. Sin amago de nieve. 

 Regresamos a Leicester Sq. en bus desde Victoria, fracasada la intentona de volver a ver Wicked, y nos recorrimos nuevamente cada establecimiento de venta de entrada "low cost". El frío era ya insoportable a esa hora, y no eran más de las seis y poco de la tarde, ¿cómo quedarse en la calle a esas horas en que el termómetro debía rondar los -10ºC? Teníamos que encontrar un musical a un precio razonable para pasar la tarde-noche en un lugar medianamente "calentito". Y lo encontramos. El musical de los Jersey Boys, basado en el grupo musical Four Seasons, del que formó parte Frankie Avallon, que curiosamente fue artista invitado en la película Grease (1978). Subimos por Charing Cross, camino del Prince Edward Theatre en Old Compton St. El cielo se veía amarillo. Encapotado. A la altura del Palace Theatre, donde estaban dando el musical Singing in the rain, comenzaron a caer los primeros copitos de nieve. 

 Está chispeando, dije. Nooooo, ¡está nevando!, me dijeron al unísono mis amigas. Levanté los brazos como queriendo abarcar la fina llovizna de nieve, y grité a la vez que cruzaba: ¡ESTÁ NEVANDO EN LONDRES! Todo el mundo abrió su paraguas. Yo seguí con los brazos, los ojos, y la boca abierta, viendo de nevar por primera vez en mi vida. (La vez de Eurodisney hace unos años no cuenta porque apenas duró unos minutos y no cuajó en el suelo). 

¡DIOS, ESTÁ NEVANDO! ¡Y ESTOY EN LONDRES! ¡ESTÁ NEVANDO EN LONDRES Y YO ESTOY EN LONDRES! ¿Podía ser más feliz en ese momento? Yo creo que no. Nos sonreímos las cuatro y buscamos un lugar para merendar, el Milan Café.  A través del ventanal pude ver cómo Charing Cross, la calle de las librerías,  se cubría de un manto blanco. Estaba deseando terminarme la tarta y el Capuccino, para salir a pisotear la nieve, a mojarme con la nieve, a sentir el frío de los copos sobre mi cara, a vivir con intensidad mi primera vez.




TO BE CONTINUED...

Cierto es que Londres de nieves, Londres de bienes iban a ser dos partes, pero habrá una tercera, un bonus track dedicado a la nieve de aquella noche, (merece una entrada completa, al musical de los Jersey boys,  a cómo Londres amaneció completamente blanco día siguiente y a cómo cancelaron un montón de vuelos y líneas de metro, y cerraron Heathrow. 

Entrada, nuevamente dedicada a mis amigas Patri, Bea y Cris, mis compañeras en este viaje. 

I.M.G. 


miércoles, 29 de febrero de 2012

Londres de nieves, Londres de bienes. Febrero 2012 (1 de 2)

Yo quería ver nevar en Londres. Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Stansted me preocupé de destaponar mis oídos y luego de mirar por la ventanilla, esperando ver el suelo del aeropuerto cubierto por un manto blanco. Pero no. Era de noche y un frío helado, bajo cero, nos hizo bajar corriendo las escaleras del avión para refugiarnos en los pasillos del aeropuerto. Una vez en las colas del control de pasaportes, pudimos medio entrar en calor. Pues ya que hace este frío, que nieve, decía yo. Tú no sabes el frío que hace cuando está a punto de nevar. Me encogí de hombros. Yo quiero ver nevar en Londres, insistí. Qué perra te ha cogido con eso. Sacamos los billetes de tren, (Stansted Exprés),  y en media hora llegamos a Liverpool Station. Nada más salir de la estación para coger el taxi que nos llevaría al Montana Hotel, (soy asidua de este hotel en South Kensington, cerquita del Museo de Historia Natural), miré al cielo. Ni una nube. Miré al suelo. Ni una mota de nieve. Pues ya que hace tanto frío... Qué pesada. 

Amaneció la mañana del 3 de Febrero sin una sola nube en el cielo. Un sol espléndido se colaba por los ventanales de nuestra habitación. No, Isa, no va a nevar, me dijeron al unísono mis tres compañeras de viaje. Camino de Leicester Sq, (parada obligada para los amantes de los musicales que quieran conseguir entradas low cost), recordé las palabras del biógrafo Peter Ackroyd: la capital británica posee la forma de un joven con los brazos abiertos en un gesto de liberación... fresco y recién despierto. 
El sol cegaba nuestros ojos durante el paseo por Charing Cross, Trafalgar Sq y el Strand (Recuerdo que mi paseo por el Strand fue el arranque de mi apasionamiento por Londres, escribió Henry James), camino de Somerset, donde íbamos a ver una exposición de cuadros de Van Gogh y Manet, entre otros, y el frío nos hacía saltar las lágrimas. ¿Cómo podía hacer tanto frío y no nevar? Dos nubecillas cruzaban el cielo. Se burlaban de mis deseos. La exposición fue una maravilla, by the way. Proseguimos camino por la City, frente al Palacio de Justicia, le hicimos la justa reverencia al Dragón, alzamos la vista hacia la cúpula de St. Paul, visitamos la tumba del capitán Smith, (el de Pocahontas), en St. Mary Le Bow y tras hartarnos de ver hombres enchaquetados, (algunos visten el traje que da gusto fotografiarlos), nos dirigimos al mercado de Lidenhall. Una maravilla. Cuando el hambre devoraba nuestras entrañas, andábamos muy cerca de la Torre de Londres y el Sol seguía guiñándonos desde el otro lado del Thames. 

Con la tripa llena, y camino de la Tower Bridge, (incontables las veces que he estado frente a ella), y tras el saludo al Beefeater de la puerta de The Tower, recordé el dictum más famoso que se ha escrito sobre la capital británica, y que pertenece a Samuel Johnson: Cuando un hombre se harta de Londres es que está harto de la vida, pues en Londres se encuentra todo cuanto la vida puede proporcionar. Londres todo lo contiene y todo lo encierra. (Como podréis comprobar, apenas había una nube en el cielo. De nieve, pues, nada de nada. El helor se nos colaba dentro, a pesar de las capas de ropa térmica, de los gorros, guantes y orejeras). Un paseo por Southbank y su catedral gótica, una visita al Globe de Shakespeare, un saludo a la Tate Modern, un cruzar el Millenium Bridge, y junto a St. Paul cogimos el 15 para desplazarnos hacia una de las zonas de comercio más caros de la ciudad: New Bond St. Nuestra meta, si había alguna aquella tarde era compramos una caja turquesa en Tiffany´s. ¿Y la joya? Bueno, hay que empezar por algo, ¿no? Llegamos a Tiffany´s, donde convergen New Bond St. con Old Bond St. y Tiffany´s estaba ya cerrado. Nos hicimos una foto emulando a la Holly Golightly de Truman Capote, o más bien, a Audrey Hepburn en la película, pero no queráis verla, sólo se parece en las letras del establecimiento. Un paseo por Burlington Arcade hacia Picadilly, es obligatorio y luego, la merienda estrella en el Café Nero: Tarta de queso de tres chocolates, trufa y galleta con Café capuchino macchiatto y un buen chorreón de caramelo y canela, con un toque de vainilla en polvo, mmmm. (Es un capricho que tengo siempre que vuelvo a Londres, sea la época del año que sea). 
Durante el paseo hasta Picadilly Circus, nos encontramos con algún caricaturista, y no pude evitar acodarme de lo que Leandro Fernández de Moratín contaba sobre ellos en su libro Apuntaciones sueltas de Inglaterra: Las caricaturas inglesas son muy divertidas, hay tiendas en Londres que pueden lalmarse almacenes de ellas, tal es su abundancia. 
Es noche cerrada y apenas son las siete y media de la tarde. Ni rastro de nubes. Se divisa alguna estrella suelta entre las luces de neón, muy arriba, donde la vista apenas llega. No conseguimos entrada low cost para ningún musical, el precio mínimo estaba en 68 libras, y lo dejamos para el sábado, a ver si había suerte, pero tan cerca del teatro Prince of Wales en Coventry St, y con frío de bajo cero, ¿cómo no acercarnos en el momento en que todos entraban, a probar suerte? Podría llamárseme loca, o ilusa, pero aún así, había que intentarlo, ¿y si quedaban butacas vacías y las dejaban a un precio ínfimo de última hora?. La jugada nos salió infinitamente mejor de lo que podría esperarse. Cuando nos dábamos por vencidas, aparecieron cuatro entradas, en el patio de butacas, a apenas 7 filas del escenario, (podíamos ver el paladar o la campanilla de los actores cuando bostezaban en el proscenio), por 34 libras cada una. 

El musical: MAMMA MÍA. (De acuerdo que lo he visto ya dos veces anteriormente, pero fue en español, en Madrid y Málaga, y déjenme decirles, que no es lo mismo oír las canciones de Abba, (por muy bien versionadas  que estén), en inglés que en español). Terminamos la noche bailando y cantando con el resto del público Waterloo a todo pulmón. Oh, cuánto disfrutamos la noche, (soy una auténtica fan de Abba, de esas que tienen todos sus discos y se saben todas las letras, y tienen vídeos y conciertos, y se queja de no haber podido disfrutar de un concierto suyo en directo), que no acabó en el teatro, no, terminó como siempre, en Picadilly, Shafestbury, Regent St... y toda esa zona que tiene un encanto nocturno especial, aunque esté abarrotado de gente. Cuando cerramos las cortinas de la habitación, la Luna no tenía cerco. Me quedé dormida enumerando los musicales que he visto en Londres: Wicked, Hairspray, Legally Blonde, Ghost, Grease, Mamma Mía, 80th Anniversay Theater Apollo... y de repente, soñando con la nieve hasta el amanecer. Cuando sonó el despertador, sobre las 7:30, el sol se colaba entre las cortinas, el día amaneció absolutamente despejado, pero el frío era aún más intenso que el día anterior. ¿Era eso posible?

To be continued... 



Entrada dedicada a Patri, Bea y Cris. 
I.M.G.