miércoles, 31 de agosto de 2011

Viaje a Italia (Agosto 2011) 4ª Parte : Positano y Amalfi

POSITANO

El Ferry dejó atrás Sorrento. Avanzamos en paralelo a la costa de acantilados, playas privadas, construcciones con forma de casas colgantes, pequeños islotes. Delante el mar turquesa bañado de un sol radiante. Detrás, el mar turquesa bañado de un sol radiante. Al otro lado, primero un Capri lejano, después un Capri certero, y finalmente un Capri huidizo, que dejamos atrás, una bruma. Seguimos avanzando hacia Positano. 

Tres islotes en medio del mar. Los reconozco, son las islas de las Sirenas. Cuenta la leyenda, que habitaban allí, y que desde Positano, con un gran catalejo, podía vérselas salir del mar y reposar en esas tierras que sólo les pertenecían a ellas, en medio del mar. Hoy, que las leyendas son sólo leyendas para la mayoría, y que para los soñadores son parte aún de una realidad que sólo disfrutamos los que creemos en ella, son pequeñas islas habitadas por algún personaje adinerado, anónimo o no. Cuando pasamos junto a ellas, no sé por qué se me vino a la cabeza Robert DeNiro. Pensé que uno de los barcos atracados era suyo, y que era suya una de esas casas que se asomaba con vértigo al mar. 

Y de repente Positano...

Entrada a Positano desde el mar
Dicen que a Positano hay que llegar desde el mar. También se puede llegar en coche, aunque debe ser como participar en una carrera de los "Autos Locos", sorteando coches en sentido contrario, cerrando los ojos ante los quitamiedos y enfrentándote a acantilados de vértigo sin más escudo que tu propio cuerpo. Yo, ya que estaba cumpliendo un sueño, quería cumplirlo en condiciones, así que entré a Positano por la puerta grande: por el mar. 

Positano es el alma de la Costa Amalfitana, si Amalfi es su corazón. El pueblo se sitúa, sin orden premeditado, sobre la ladera de una empinada montaña que desemboca en la playa. El tiempo se para en Positano para sorprendernos con cada uno de sus rincones. Dicen que es el destino perfecto para disfrutar de un viaje romántico, o incluso de una luna de miel tranquila y con mucha clase. Yo añado que también es el lugar ideal para disfrutar de las risas y la complicidad de los amigos. 

No se necesita coche en Positano, la mayor parte del pueblo, la más céntrica sobre todo, es peatonal. Casi todo es en cuesta, pero los paseos son muy agradables. El pueblo está lleno de tiendas, puestos, rincones que fotografiar y espectaculares vistas. Los hoteles son dignos de visitar, al menos los más pintorescos o lujosos. Yo tenía uno en mente desde que pisé Positano, o tal vez debería confesar que desde mucho antes, desde aquel año 1994 en que, como dije en la entrada anterior, vi la película Only you: El hotel Le Sirenuse. Hacia él dirigimos nuestros pasos, por puro capricho mío, una vez que nos adentramos en las calles de Positano. 

Hotel Le Sirenuse desde uno de sus balcones (Positano)
¿Cómo se puede estar tan emocionada por entrar en un hotel? Es que Le Sirenuse no es un hotel cualquiera, se encuentra en la calle Cristoforo Colombo, y es un hotel de lujo, de LHW. Está catalogado como uno de los mejores hoteles de Positano, de Italia y del mundo, según varias de las más prestigiosas revistas elaboradoras de rankings anuales. Se trata de un palacio del siglo XVIII renovado recientemente. Sus vistas son espectaculares, sobre todo de la isla de las Sirenas, de las que hablé antes, que le dio su nombre original. Su Spa ha sido seleccionado como uno de los 5 mejores de Europa del año 2008.  Aunque no fue todo esto lo que me hizo colarme como una cliente más en él, sino aquella película. Me parecía ver a Marisa Tomei en cada rincón, a Robert Downey Jr. confabulando para encontrar a un Damon Bradley que fuese atractivo pero que no la enamorara, una Bonnie Hunt predispuesta al romance, pero enamorada de un marido al que acababa de abandonar en secreto. Paredes blancas. Botellas de cava. Terrazas. Positano al fondo. Ascensores de plata. Escaleras de azúcar. Bombones en la piscina. Personal encantador. Yo, en una película. 

Positano desde uno de los balcones del hotel Le Sirenuse

La plaza dei Mulini es la zona central de Positano, a partir de aquí todo el turismo baja hacia la playa, si es que ha venido en coche y viene bajando desde la Via Pasitea, o sube hacia esta o hacia Via Cristoforo Colombo si viene desde la playa. Hay vistas magníficas desde la zona de Fornillo, y se puede acceder a su playa por una escalera de 400 escalones. La iglesia más importante de Positano es Santa María Asunta. Su cúpula mayólica se ve desde todos los puntos de la ciudad. Al salir de la plaza Flavio Gioia, en la que se encuentra, se puede ver el campanario. Ambas, iglesia y campanario datan del siglo XVIII. Además de la playa de Fornillo, está la Spiaggia Grande, (la playa grande), Marina. La playa, una de las pocas que cuenta con arena en vez de piedras,  está repleta de gente en esa época del año. Las sombrillas son todas naranjas, iguales, bien alineadas, y le dan un tono pintoresco exquisito. Desde ahí salen y llegan las embarcaciones a Positano. Su orilla está repleta de pequeñas embarcaciones ancladas. La temperatura del mar es tibia y a la vista es absolutamente cristalina y limpia. Debería ser pecado no bañarse en Positano. No contaré si pequé o no, en esta ocasión  ;-)  

El calor era abrasivo a mediodía, aquel 8 de agosto, y tuve que comprarme un sombrero de paja, que no abandoné ningún día de los que pasé en Italia. Con el sombrero puesto y las enormes gafas de sol negras, descalza y con los pies metidos en el agua, miré hacia atrás, Positano, y luego hacia delante, el mar turquesa salpicado de barquitos, y no supe qué era más hermoso, si lo que tenía detrás o lo que tenía al frente.



AMALFI

Billete de Ferry  de Positano a Amalfi
Si de Sorrento a Positano se tardan unos 50 minutos, de Positano a Amalfi no hay más de veinte, en Ferry. Lo ideal es ir en la parte de arriba o del exterior del Ferry e ir admirando las vistas de la costa. Son alucinantes. (Si se va en coche, son unos 18kms, pero sigue sin ser aconsejable por discurrir por carreteras sobre acantilados, estrechas y de sinuosas curvas).

Amalfi es un pequeño pueblo costero que da el nombre a una de las costas más bellas del Mediterráneo, la costa Amalfitana. Se encuentra rodeado de acantilados, en una especie de valle marítimo. El limoncello está presente en cada uno de sus recovecos, como en casi toda la costa napolitana. Tomarse un limoncello frente al Duomo es imprescindible. El centro se encuentra a un paso del muelle de atraque, dejando el mar atrás, y está salpicado de callejuelas blancas y patios escondidos. La Piazza Flavio Gioia es su centro neurálgico. Lo importante de Amalfi puede verse en un día. La Catedral o Duomo, merece una visita tranquila, ya que merece la pena. Comúnmente se la conoce como la Catedral de San Andrés. En su Cripta se conservan la cabeza y los huesos de San Andrés. La escalinata es empinada, pero es una gozada subirla y contemplar desde arriba, la plaza más transitada de Amalfi. Si llegáis a mediodía a la catedral, y miráis hacia la cúpula dorada, veréis cómo el sol a esa hora la ilumina de tal manera, que parece auténticamente de oro. No podéis marcharos de Amalfi sin recorrer sus puestecillos y tienditas. Son una maravilla. 

Amalfi desde el mar

Catedral de San Andrés (Amalfi)

Después de almorzar y perdernos por las calles más céntricas de Amalfi, tuvimos que regresar a coger el último Ferry para Sorrento, que sale a las cinco y pico de la tarde. No entiendo cómo siendo los Ferrys sólo cosa del verano, y siendo el verano la estación en que más tarde anochece, cómo los éstos terminan sus trayectos en horas tan tempranas de la tarde. Si no coges el último Ferry de vuelta, tienes que dormir en Amalfi, o volverte en autobús por esas carreteras tan poco aconsejables. Nosotras no fuimos tan valientes. Cogimos el Ferry. El camino hacia Sorrento duraba alrededor de hora y cuarto, con parada en Positano, así que tuve la suerte de poder regresar a su puerto y verlo otra vez, aunque fuese desde el barco, y despedirme una vez más hasta siempre. Después partimos dejándolo atrás geográficamente, de otra manera, de la otra posible, Positano se vino conmigo, y aquí lo tengo, supervisando lo que escribo, que ni remotamente se parece a lo que viví. Aquello, in situ, fue más grande.

Delante el mar. Detrás Positano. Avanzamos hacia Sorrento. Nos reciben los acantilados. Entramos al puerto, atravesamos la playa de los pobres y de los ricos, subimos en ascensor a la plaza, atravesamos el centro del pueblo y terminamos en el hotel Rivage, tumbadas en la cama, como si no nos hubiésemos levantado aquella mañana, y todo lo del día lo hubiésemos soñado ahí, sin levantarnos. Mientras mi amigas se ducha, repaso las fotos y me creo que ha sido verdad. Regresaré a Positano, pienso. Hoy, días más tarde, tengo la absoluta certeza. Tal vez en mi luna de miel, si alguna vez la tengo, qui lo sá?

Por la noche, volvimos a confundirnos con todos los turistas de Sorrento. Cenamos en un restaurante de esos en que los camareros visten de forma elegante y te tratan de Signorina, y te llenan el vaso antes de que se quede vacío. Mis penne a los cuatro quesos puso la guinda al día. Exquisito. Pasear por la noche por Sorrento... qué maravilla.

Al día siguiente nos esperaba otro sitio de película: La isla de Capri.



To be continued...

I.M.G.





viernes, 26 de agosto de 2011

Viaje a Italia (Agosto 2011) 3ª Parte : Sorrento

Viajar a la costa amalfitana se planteó como un sueño hacía tiempo, pero jamás pensé que llegaría a cumplirse. El culpable de todo esto es Positano, un pueblito de la costa amalfitana que descubrí en el año 1994 en un cine de Málaga, cuando fui con mis amigas a ver la película Only you, película protagonizada por la ganadora de un Oscar, Marisa Tomei. Positano y el hotel Le Sirenuse se quedaron grabados en mi retina entonces. Reconocí a Positano en muchas películas más, pero no fue hasta ver Bajo el Sol de la Toscana, protagonizada por otra de mis actrices fetiche, Diane Lane, que volvió a entrarme el gusanillo. Entonces decidí que si volvía a Italia, iría a ver Positano. 



Pero no vayamos tan rápido, antes de llegar a Positano, he de presentaros Sorrento. Así pues, en esta entrada voy a hablaros de la ciudad que me hizo de cuartel general en la Costa Amalfitana. 

SORRENTO:


Me alojé en el hotel Rivage en Sorrento, durante un par de noches. El hotel me resultó curioso, pues la recepción estaba, como todas, en la planta baja, pero las habitaciones estaban en pisos hacia abajo y no hacia arriba, como si bajásemos en ascensor a una planta de un parking subterráneo. Sin embargo la última planta subterránea también estaba a ras de suelo, del suelo de la parte baja de Sorrento, y es que Sorrento es un pueblo encaramado a unos acantilados, podría decirse. Es un pueblo de costa absolutamente, y lo reconozco bien porque yo también vivo en una zona de costa. Al decir de costa me refiero no sólo a que esté bañado por el mar, si no al ambiente, a que la vida es más nocturna, para los paseos, los chiringuitos, las terracitas, las tienditas abiertas hasta media noche, el tráfico cortado en el centro para hacerlo peatonal, y la cuidada iluminación. Así pues la vida turística en este tipo de pueblitos, es más bien nocturna. ¿Qué se hace durante el día? Pues ir a la playa, o coger un Ferry para conocer otros sitios de la costa con encanto. Si vais buscando cultura, es mejor ir a otra zona de Italia, no digo que no la haya en Sorrento, su catedral por ejemplo es muy interesante de ver (Cattedrale do San Filippo e Giacomo), aunque poca gente entra dentro, y se para sólo delante de su fachada, que a la par que simple, da vida y vista a la vía del Corso Italia, una vía repleta de tiendas de ropa y de souvenirs, por algo es la calle comercial.


El producto típico de Sorrento son los limones y el limoncello. Encontrar un imán o algo de recuerdo que no lleve un limón es complicado. El limocello está absolutamente por todos lados, como si fuese la bandera del lugar, lo embotellan en botellas de diversos tamaños, colores y formas. No te puedes ir de Sorrento sin probar el limoncello. Yo lo probé, claro. En la habitación de mi hotel, por si me caía redonda, teniendo en cuenta que son 32 grados de alcohol y que yo no suelo beber. Con el primer sorbo me dio ya un ataque de risa. Ahí lo dejo. Otro producto típico, aunque no sólo de Sorrento, si no de toda la costa Amalfitana, son las chanclas, hechas a mano, de cuero, de piel, etc. Puedes comprar las que ya exponen en sus tiendas exclusivas, o puedes hacer el encargo y volver a por ellas en una hora o así. El precio es bastante caro, y más si son exclusivas. El mínimo ronda los 40 €, que son las más simples, lo normal es que cuesten de 60 en adelante. En los alrededores de la Piazza Sant' Antonio, (San Antonio es el patrón de Sorrento y tiene su basílica en esa plaza), podéis encontrar más de una.

Antes he dicho que durante el día lo que se hace en cualquier pueblito de costa, generalmente, es ir a la playa. Bueno, en Sorrento debería especificar. El centro del pueblo está sobre unos acantilados. En línea recta desde la catedral hacia las vistas del mar, se llega a unos jardines. Si te asomas a ellos te causan impresión. Al frente, el mar, en el horizonte toda la costa napolitana y a lo lejos una bruma que oculta a Capri. Si miras hacia abajo se ve el puerto y la playa, y de esa playa voy a hablaros. Hay dos tipos de playa en Sorrento, si podemos llamarlo playa, claro. Se puede dividir en playa de los ricos y playa de los pobres, vulgarmente se las conoce así. La de los ricos no existe, como playa propiamente dicha, si no que lo que han hecho es aprovechar un trocito de arena y plantar sombrillas, y a su alrededor hay malecones y espigones llenos de hamacas del mismo color, y casetas de colores. Todo ellos sobre aguas cristalinas que de lejos tienden a color entre verdoso y turquesa. Es fascinante. Precioso. La playa de los pobres en cambio es un trocito de arena pequeño en el que se agolpan, casi literalmente, unos encima de otros, los que no quieren pagar los 13€ que cuesta entrar a la playa de los ricos. Como ese trocito se llena de gente enseguida, los últimos en llegar tienen que dejar las toallas sobre el asfalto duro que hay junto a los acantilados o sobre alguna piedra que precede a un espigón. Complicada está la cosa, sí señor.

Vistas desde la Piazza Vitoria (playa de los ricos)
Bajar del pueblo a la playa también se puede hacer de dos maneras. Andando, que es como se debería bajar, pero como casi nadie baja, y en ascensor. El ascensor se coge en el jardín que antes comenté, que se encuentra ubicado en la Piazza Vitoria, cuesta 1€, la bajada o la subida, y si coges bajada y subida, tiene descuento y te sale por 1,80. Yo lo usé todas las veces que bajé o subí.

No me bañé en la playa de Sorrento, ni en la de los pobres, ni en la de los ricos, pero sí pasé por allí camino del puerto, los días que pasé allí, ya que desde el muelle de atraque de barcos se cogen los Ferrys para Positano, Amalfi y Capri. Los billetes se compran allí mismo. En casi todas las ventanillas de venta pone Capri, pero sirven para los tres sitios. Generalmente la gente se pone en una cola o en dos, de las siete ventanillas, así que si eres listo, te vas a una que no hay nadie y la sacas el primero. Es así, de veras, la gente espera cola sin sentido. Los barcos que más llegan y salen de Sorrento son los de Capri, pues tienen la demanda más alta y puedes ver en el muelle largas colas a diario para coger el Ferry. 

Comer, cenar, o tomar un helado o una copa en Sorrento no es barato. Tampoco es excesivamente caro. Os recomiendo la terracita del Mona Lisa, donde además de admirar unos frescos en una especie de capilla al aire libre, se puede oír música en directo, (a nosotras nos tocó un músico al que no vimos la cara, pero que sonaba a Andrea Botticelli). El helado de Sorrento no es de los mejores de Italia, y tampoco de los más baratos, pero merece la pena pedirse uno, de chocolate negro, por ejemplo, y comértelo mientras paseas por las callejuelas y te asomas a sus tiendas llenas de colores. En una de esas tienditas en mi afán de encontrar imanes, me encontré con una legión de soldaditos romanos y de gladiadores. A veces puedo ser un poco manazas. Le partí el brazo a un gladiador. Roto. Por el codo. El brazo separado del cuerpo. Nos dio un ataque de risa, aún sin haber probado el limoncello que llevábamos en una bolsa. El pobre gladiador manguito, como la Catedral de Málaga, se quedó allí, con sus compañeros, al día siguiente no podría salir a pelear en el Coliseo, seguramente. Pobre... Debí traérmelo. Pero no lo hice.

Por la noche refresca, así que una rebeca, viene genial, incluso un pañuelo para el cuello. Lástima de haberlo olvidado en Málaga.

La mañana que decidimos ir a Positano me levanté nerviosa. Cumplir un sueño siempre hace que me tiemblen un poco las manos, que tire de algún recuerdo, o que mi nivel de felicidad se acote en un número bien alto de mi propia escala preestablecida. Esa mañana estaba radiante. Nada más salir del hotel nos dimos de bruces con un calor pegajoso y excesivo, pero seguimos. Cuando caminas hacia un objetivo que anhelas, apartas el bochorno de un manotazo, te pones las gafas de sol, y tiras "p´alante", andando a lo "Travolta". 

¿Quién dijo que el Ferry sería barato? No es de extrañar, teniendo en cuenta que el bus de Sorrento es el más caro de toda Italia, pues cuesta 2,40 un billete ordinario. (En Roma, la capital, cuesta 1€).

Billete de Sorrento a Positano en Ferry
Sacamos el billete para el primer Ferry, que salía a las 10:30. Era lunes 08/08/2011. Precio sólo de ida: 13€. Duración del trayecto: unos 50 minutos. Eran las 9:30 de la mañana. En esa hora que quedaba por delante, pegajosa, y calurosa, como he comentado, en exceso, no podíamos alejarnos del puerto, así que nos limitamos a irnos al muelle 7 y esperar al Ferry que venía de Nápoles, ver cómo lo lavaban con manguera y escoba, observar los peces que nadaban junto al casco del barco, oír diferentes lenguas en la cola que se iba formando detrás nuestra, y quejarnos de habernos dejado el sombre que usamos para Pompeya, en la habitación del hotel, que bajo aquel calor asfixiante, se nos antojaba en el fin del mundo. Buscamos la sombra del Ferry, y ahí anclamos hasta que nos dejaron subir. Nos acomodamos en la parte de arriba del Ferry, al aire libre, aunque a esa hora, a pleno sol, podríamos decir que más que al aire libre, al calor asfixiante. Cuando estábamos a punto de marearnos por el solano, el Ferry arrancó motores. No izó velas, porque no tenía, obviamente, y cuando salimos del puerto, dejando poco a poco a Sorrento atrás, con el viento en contra y a toda máquina, el calor de repente se transformó en frío... un frío de vellos de punta, que al principio se agradeció y que luego requirió de rebeca, (o poncho si hubiera habido en el barco, aunque fuese de alquiler), que también dejamos, junto a los sombreros, en el hotel. Ingenuas...

El trayecto hasta Positano, fuera cual fuese la temperatura, merece ser visto por todos los mortales. Impresionante. ¿Un sinónimo que lo defina mejor? mmmm: impresionante. NO hay otra palabra que pueda definirlo de manera más óptima.

Ferry de la costa amalfitana


Sobre Positano, Amalfi y Capri, tendré que hablar en la próxima entrada. Merecen una propia. ¿No creéis?

To be continued...


I.M.G. 




jueves, 18 de agosto de 2011

Viaje a Italia (Agosto 2011) 2ª Parte : Pompeya

Domingo 7 de Agosto de 2011.

Nos levantamos a las 7:07 y dejamos el apartamento romano sobre las 7:30. Desayunamos en el hotel Crosty, (tarta, pan con Nutella, tostadas, fruta fresca...),  y pagamos la tasa de turistas. En Roma es de 2 euros por persona y día. En Florencia es de 3. Llegamos a Termini dando un paseo y a la hora prevista salió nuestro tren para Nápoles. El vagón era cerrado, me recordó a los de las novelas de Agatha Christie. En nuestro vagón íbamos seis personas. Mi amiga, yo, una madre y una hija napolitanas y una pareja que parecía yugoslava por el idioma. Pasamos casi todo el camino dormitando. El sol entraba por las ventanas, y los campos iban cambiando de color y espesura conforme nos acercábamos a la costa. La entrada a Nápoles sorprende, pues el recibimiento lo hacen no unos bloques anaranjados, desconchados y de ventanales marrones, tampoco unos capos de la mafia, ni la Cosa Nostra, El Padrino o la  Mamma Mía, sino unos edificios altos, acristalados y típicos de zonas de oficinas de grandes ciudades. No es bueno tener ideas preconcebidas, lo sé, pero el cine ha hecho mucho, ¿no creéis? 

No salimos de la estación, sólo bajamos a la planta subterránea en busca del Circumvesuviano, que es el tren que recorre la costa napolitana y que nos llevaría al destino programado para hoy: POMPEYA. Antes de eso buscamos un servicio, lo cuento porque no quiero dejar que se me escape en estas crónicas italianas que entrar a un servicio italiano, estés donde estés a lo largo de este país, cuesta dinero, un mínimo de 0,50 y un máximo de 1,5€. Poca cosa es gratuita en Italia. El transporte es caro. Entrar a iglesias o museos es caro. Comerte un helado, por muy buenos que estén, también. Eso sí, se come bien y los precios de la comida son asequibles y no muy diferentes a los nuestros. No me enrollo y sigo. Pagamos el billete de 2€ y pico y nos fuimos a esperar el tren a la estación de Napoli-Garibaldi. Hay que tener cuidado de no coger el primer tren que venga, el que hay que coger para ir a Pompeya es el que termina en Sorrento. Es un tren viejo, sin ventilación y atestado de gente, por lo que hay que entrar corriendo y pillar sitio cuanto antes, si  no, tendréis que hacer el camino de pie y os aseguro que hace mucho calor dentro. Son varias paradas, veinte,  hasta llegar a Pompeya, la que más llama la atención es la de Herculano-Scavi. Te dan ganas de bajar y ver esa otra ciudad que el Vesubio sepultó y que dicen que aunque es más pequeña que Pompeya, está mejor conservada. Nosotras seguimos el camino hacia Pompeya y nos bajamos en la parada en la que se bajan todos los turistas (Pompei-Villa dei misteri), la de la Puerta de la Marina, que se llama así porque era la puerta que daba al mar. 

Cuando te bajas del tren no sabes hacia dónde tirar, lo suyo es seguir a la gente, y poner el piloto automático. En realidad la entrada está a escasos 50 metros de la parada, hacia la derecha. Antes, te encuentras puestos con todo tipo de souvenirs, con planos, etc, y también un par de restaurantes. Cuando llegas a la Puerta de la Marina te dices, ¿ya está? ¿ya estoy aquí? ¿Esto es Pompeya? Y no acabas de creértelo. Miras al Vesubio, que está a lo lejos y parece un monte inofensivo, no demasiado alto, no demasiado cercano y piensas si de verdad fue capaz de tragarse una ciudad entera. 

En la puerta suele haber algún perro tumbado, grande por regla general, inofensivo, y "de la casa". Hay un cartel que reza: Los perros son bienvenidos en Pompeya. Sonrío. Me encanta. Adoro a los perros. Hay una enorme cola de gente. Nadie lleva maletas, ni equipaje, sólo nosotras. Se ofrecen a hacerte de guía en español o inglés, pero nosotras rehusamos. La entrada no es demasiado cara, unos 14€, pero no te dan plano ni nada, así que lo primero es agenciarte un plano de la zona, (sin el plano es imposible andar por Pompeya), por 2€ en la tienda, y lo segundo es, que si lleváis maletas, como era nuestro caso, hay una consigna que es gratuita, donde te las guardan. NO hagáis el loco de entrar a Pompeya con algo de peso, porque a los dos pasos, os sobrará, y creedme que son demasiados los pasos que vais a dar ahí adentro. Más de lo que podáis pensar. Pompeya es una ciudad ENORME. 



El plano de Pompeya es tan grande como las excavaciones, así que tendréis que doblarlo en varias partes. Es un plano pobre en explicaciones, pero pronto os haréis con él. El sol pegaba fuerte, así que desde el principio hasta el final, no puedes deshacerte del sombrero o la gorra, porque el sol se alza en el cielo como un limón de la zona, que parecen melones, y te achicharra los sesos y te ciega los ojos si no llevas gafas de sol. Es bueno también llevar protección solar si llevas los hombros al descubierto. Parece que entramos a una zona de combate, pero os aseguro que nada de esto sobra. El calor es exagerado en esta época del año, y no hay apenas sitio donde cobijarse, y por delante de la entrada hay al menos esperando unas 5 ó 6 horas de caminata. Nuestra suerte ese día fue, que a pesar el calor y el bochorno, de vez en cuando corría brisa. Amén de las fuentes de agua fresquita donde rellenar una y otra vez el botellín de agua. 

Así pues, comenzamos ilusionadas la visita por Puerta Marina subiendo la Vía de Marina, hacia El templo di Venere, la Basílica, la casa di Trittolemo y el Templo di Apollo. (Hay varias rutas para hacer, dependiendo del tiempo que quieras pasar en Pompeya, la de 2 horas, la de 4 y la del día completo. Nosotras escogimos la última. Caballo grande ande o no ande). 

La verdad es que estar allí es algo increíble, aunque el calor te nuble los sentidos. Pensar que el Vesubio se tragó Pompeya en el año 79 d.C. y que estés viendo la ciudad tal cual estaba aquel 24 de agosto, habiendo pasado casi 2000 años desde entonces es algo que no pasa desapercibido y que está ahí, mientras caminas cuesta arriba y crees ver los fantasmas de los soldados romanos desfilando por las calles, apartándose al paso de los carromatos, con los gritos de los niños que juegan en las calles. Pompeya es silencio, sólo roto por el murmullo de los turistas. Es quietud, sólo rota por el movimiento de los curiosos que, cámara en mano, rompemos su inmovilidad. Dicen que se formó una nube de aspecto parecido a un pino, continuos y prolongados movimientos sísmicos sacudían las casas, como si las estuvieran arrancando de los cimientos, una lluvia de fragmentos de lapilli, ligeros y porosos caía sobre toda Pompeya, gases venenosos, el maremoto que se inició con el movimiento sísmico en el golfo de Nápoles... Aquella mañana de agosto, el tapón de lava que obstruía el cráter del volcán estalló desgarrado por la impresionante presión de los gases subterráneos. El bramido fue ensordecedor y al mismo tiempo aterrador, según cuentan los que sobrevivieron. La intensa lluvia de piedra pómez, (lapilli) y cenizas, se depositaron a lo largo de casi 70 km en dirección sureste. Pompeya quedó enterrada bajo un manto de lapilli de casi 3 metros de espesor. La caída de material volcánico duró más de 4 días, durante los cuales se sucedieron frecuentes sacudidas sísmicas que provocaron el derrumbamiento de edificios, dejando pocas posibilidades de salvación a los habitantes de Pompeya, que según estimaciones, eran unos 10.000. Su muerte fue causada principalmente por la inhalación de gases venenosos que desprendían las piedras pómez, aunque muchos de ellos perecieron también enterrados a causa del derrumbamiento de los edificios. Algunas escenas de muerte han podido llegar hasta hoy gracias a los moldes de yeso realizados por los arqueólogos según la técnica de Giuseppe Fiorelli. Se obtenía el volumen y la forma de los cuerpos introduciendo yeso líquido en los huecos dejados en la capa de ceniza por la descomposición de la carne. 



Levanto la vista hacia el Vesubio y de verdad que no me parece tan fiero, ni siquiera una amenaza. Esto lo pienso mientras cruzo por uno de los innumerables pasos de peatones pompeyanos. Son robustas y enormes piedras, paralelas, inconfundibles. Cuando llegamos al Foro, decidimos marcar la ruta a seguir, y así escogemos recorrer la Vía dell´Abbondanza en primer lugar. Es la calle más larga y también la que esconde más secretos y lugares que descubrir, entre ellos si nos vamos desviando por sus calles, la Terma de Stabiane, la casa di Cornelio Rufo, el Templo di Iside, el teatro Grande, el Odeion, la Caserma dei Gladiaroi o el Foro Triangulari. Todo esto se puede ver en el primer desvío a la derecha del principio del a Via dell Abbondanza, entre la vía del Teatri y la Stabiana. Después, es recomendable ir simultaneando entre la casa del Menandro, la casa dell Efebo, la de Paquio Proculo, etc. Al principio se mira todo con mucho detalle y asombro, después vas avanzando casi sin prestar atención y te van pareciendo casi todas las casas iguales, y no es fruto del delirio por el sol, es que hay que tener en cuenta que Pompeya era una ciudad grande y que estamos viéndola al completo y que como en cada ciudad, hay cientos de casitas iguales, que viendo una, las ves todas. Seguimos avanzando hasta una zona de arboledas, al final, dejando parte del camino sin ver porque están aún liados con las excavaciones. Las casas de Octavio Quartio, la Casa di Venere y la Casa di Diulia Felice son para pararse y entrar un rato a verlas. Son grandes y con jardines e incluso un viñedo. En el camino también se pueden observar un montón de cantinas, (son fácilmente reconocibles porque tienen en la entrada como una barra de bar con varios agujeros que parecen fregaderos de cocina, pero son los huecos de las tinajas), la casa del panadero, la del lavandero, etc. Al final del camino de la Vía dell´Abbodanza se encuentran la Palestra Grande y el Anfiteatro, que es una especie de Coliseo pequeñit, que aunque está bien conservado no impresiona tanto, o será que se tarda tanto en llegar que lo único que deseas es sentarte, hacer unas fotos y seguir caminando. De todas formas, he de decir que el trabajo de los excavadores y de los arqueólogos es impresionante. Pompeya estuvo sepultada durante varios siglos, demasiados, bajo unos 7 metros de lava solidificada y tierra. Imaginaos lo que es sacar toda una ciudad al completo de debajo de todo eso, y dejarla al descubierto para que curiosos, como yo, o como vosotros, la visitemos. Me sentí fatal por estar más pendiente del calor y el cansancio que de todo eso que pasaba por mi mente.

Una vez hemos descansado un poco, podemos seguir hacia la necrópolis, y de ahí pasar al Orto del Fuggiaschi, donde encontraremos varios cuerpos de yeso de pompeyanos, todos juntos en una hurna de cristal. ¿impresiona? Pues sí, sí que impresiona. Hay hombres, mujeres y niños que fueron sorprendidos en cualquier posición, por una muerte temprana, llegada desde las entrañas del Vesubio, el volcán al que tal vez miraban cada mañana desde las ventanas de sus casas, creyéndolo tan inofensivo como lo creo yo cada vez que lo miro. Algunas nubes de humo se elevan desde sus laderas, me pregunto si está despertando o si duerme con un ojo abierto.

Llegadas a este punto, el hambre apremiaba y salimos a almorzar. Puedes comer dentro de Pompeya, en la zona de las Termas, detrás del foro, o puedes hacerlo fuera. Nosotras optamos por lo último, sin embargo al encargado de la puerta le pareció extraño cuando le dije que salíamos a comer. Hizo un gesto como de no comprender. Se lo dije en español, en inglés y en italiano, pero no parecía comprender. Le hice el gesto de llevarme comida a la boca y se rió y dijo: Aaaah, "mangare", jajaj. Y nos dejó salir. A la vuelta repitió la frase, al reconocernos, y entre risas, nos dejó entrar de nuevo. 



El restaurante que está fuera de la Puerta de la Marina está decorado con enormes limones y naranjas, tan grandes, que no imaginas que sean de verdad, parecen melones arrugados y de colores. Allí, al fresquito, en un espacio que parecía más bien ibicenco, comimos unas ensaladas, algo fresco y ligero, repusimos fuerzas y volvimos a Pompeya. Aún quedaba mucho por recorrer, como varios templos, la casa del Poeta Trágico, la Casa del Fauno, la casa del Vettii, etc etc. El recorrido nos llevó un par de horas más. Es de destacar la Casa del Fauno, sin lugar a dudas. Delante de su puerta se puede ver escrito la palabra HAVE, de bienvenido y cuando entras te das de bruces con la copia de la estatua del Fauno, la de verdad está en el museo de Nápoles, como todo lo de valor encontrado en las excavaciones pompeyanas. En la casa del Poeta Trágico se puede ver en el suelo la figura de un perro y las palabras que advierten sobre él. En la del Fauno, se encuentra también el solado famoso de Alejandro Magno, cuyo original también se encuentra en el museo de Nápoles. Es fácil pasar junto a este trocito de suelo sin fijarte en él. Está descolorido y si no te fijas, pasas junto a él sin verlo. A nosotras nos pasó, pero regresamos a verlo.

Ya sin fuerzas, casi sin agua, y con apenas impulsos para seguir andando, emprendimos el camino hacia la Villa dei Misteri, que dicen que es la más impresionante por cómo se ha conservado. Ciertamente merece la pena llegar hasta allí, por más que sea el punto más alejado del recorrido, y más si vienes desde el Anfiteatro, es como cruzar una ciudad de una punta a la otra, sin coger ningún desvío y sin un atajo que coger. En la villa dei Misteri, llamada así por el Misterio divino pintado en una de las paredes de una de las innumerables salas, se puede ver la villa, prácticamente como si aún alguien pudiera habitar en ella. Es increíble. 


Después de esta maravilla, dimos por terminada nuestra visita. Habíamos pasado 5 horas andando sin parar. Nos detuvimos en un puestecillo a comprar un libro sobre Pompeya. Me gustan los libros de Historia. Me gusta la Historia. El tipo, un italiano, llamémoslo Marcello, nos estuvo contando cosas de Pompeya, y nos indicó lugares que habíamos pasado por alto en nuestro periplo por la ciudad fantasma, así que, con el libro comprado, volvimos a entrar a Pompeya. Nos dirimos nuevamente hacia la zona de la Casa del Fauno, al Lupanar, (los frescos muestran escenas de sexo, y se pueden ver las distintas habitaciones que usaban las prostitutas, y los camastros de piedra, con sus almohadas de piedra), al templo de Apollo, etc. Una hora más tarde, sí que dimos por finalizada la visita. Recogimos nuestras maletas, sacamos los billetes de tren para Sorrento y nos fuimos a la parada a esperar. Yo hojeaba mi libro y me preguntaba si tendría que volver a entrar a admirar algo que se me hubiese pasado. Pompeya es tan grande... y hay tanto que ver...

El circumvesuviano llegó en unos quince minutos, eran las seis y media de la tarde de un 7 de agosto caluroso. Estábamos sudando y nos quedaba poca agua. El tren venía atestado. Tuvimos que hacer el trayecto hasta Sorrento, otras veinte paradas aproximadamente, de pie, sin aire, respirando calor, y sin agua a mitad de camino. Me entretuve mirando a la gente: una chica que vestía rococó, un tipo que parecía un capo de la mafia, una familia multirracial, una chica que parecía la doble de Idina Menzel, extranjeras que subían al tren recién salidas de la playa, con las espaldas, los hombros y las caras quemadas... Cuando llegamos a Sorrento, era la última parada, sobre las ocho de la tarde, estábamos muertas y con los pies negros de todo el polvo de Pompeya. Vamos, para la ducha directas, pero aún quedaba un recorrido a pie hasta el hotel de al menos veinte minutos, con las maletas, por pleno centro, la vía Corso de Italia, que por la noche, se convierte en peatonal y que recorre Sorrento de punta a punta. 

Sorrento es un pueblo de costa, de turistas de costa, de escaparates y chiringuitos de costa. Le pregunté a una policía por el hotel Rivage. Al fondo del todo, me dijo. Aunque parecía que no, al fin llegamos. Cuando nos duchamos y volvimos a salir a la calle, ya se nos había esfumado el cansancio y corría un fresquito tan bueno, que era de agradecer. A media noche hacía fresco de rebeca y pañuelo en el cuello, pero habíamos pasado tanto calor en Pompeya, que disfrutamos del fresco en manga corta. Caminamos por la calles peatonales de Sorrento, nos fusionamos con el resto de turistas, entramos a tienditas, compramos souvenirs y nos sentamos a cenar en una terracita llamada Mona Lisa. Así empezó nuestra aventura en la Costa Amalfitana, que os contaré el próximo día. 

To be continued....

I.M.G. 



martes, 16 de agosto de 2011

Viaje a Italia (Agosto 2011) 1ª Parte : Roma

Sábado 6 de Agosto de 2011  (Málaga - Roma)

El sábado 6 de agosto llegué por tercera vez al aeropuerto de Fiumicino, en Roma, sin embargo no recordaba mucho del aeropuerto que se va quedando obsoleto frente a los que he ido conociendo los últimos años. Decidí que este nuevo encuentro con Roma lo viviría como si fuese el primero, a pesar de los recuerdos de la primera visita en 2003, a pesar de los últimos recuerdos de cuando vine para ir al concierto de Madonna, en 2008. 

Nuestro vuelo salió "On time" de Málaga y llegó "On time" a destino. No tuve que esperar maletas, porque hace años que no acostumbro facturar. No me gustan las preocupaciones, y facturar, lo es, sobre todo cuando estás a la espera de que tu maleta aparezca entre las tantas que no se han perdido por el camino. Desde el propio aeropuerto, si no te lías por su mala señalización en algunos casos, se accede a la estación de trenes. Nos dirigimos en busca del Leonardo Exprés. Por el camino, le contaba a mi amiga que la última vez que estuve en Roma, mi amiga Mapi cuando fue a sacar los billetes en la ventanilla los pidió para el "Lorenzo Exprés" y se quedó tan pancha, mientras el resto nos reíamos por su lapsus y el italiano de la ventanilla la miraba con cara de decir "estos turistas....". Me acerqué a una ventanilla de Airport Shuttle Express, mientras mi amiga aguardaba la cola, y pregunté si allí vendían billetes también. La chica, amable, me explicó que si queríamos, nos llevaban en furgoneta hasta el propio hotel. De estos impulsos que a veces me dan, acepté, sin preguntarme si hacía bien o mal. Mi amiga estuvo de acuerdo. Dos parejas se sumaron a la aventura. Un italiano que pasaba la cincuentena nos indicó que subiéramos a la furgoneta por orden de cercanía de hotel. El nuestro era el Crosty y estaba cerca de la estación de Termini. Bajamos las últimas. El trayecto hasta el hotel se me hizo largo. Recordé que en mi primer viaje a Roma también fui en furgoneta hasta nuestro hotel. El recuerdo se hizo más real cuando atravesamos una vía que no había vuelto a ver desde aquel 2003, llamada Cristoforo Columbus. Recordé que nos hospedamos allí, en el hotel Caravel. Enseguida apareció el hotel y yo me asombré de mi buena memoria geográfica. El trayecto desde el aeropuerto hasta Termini duró algo más de media hora. (En tren nos habría costado 14€. En la furgoneta nos costó 15). Hasta entrar en Roma, mientras circulábamos por la autovía, daba la sensación de estar en España. Mismos campos. Mismas construcciones.

Eran las 15h cuando llegamos al hotel. Nos atendió un chico llamado Paco que hablaba español con acento italiano. Nos explicó que el hotel tenía overbooking, (esto me recordó a un viaje a Mallorca de hace años), y que nos enviaban a un apartamento que les pertenecía, a apenas un par de calles de allí. En compensación , nos dijo, es más grande, más bonito, y hemos dejado fruta fresca. Un botones hindú llamado Rafi, nos acompañó tirando de nuestras maletas, sorteando el empedrado romano. El apartamento era un piso amplio en una sexta planta a la que se subía en un ascensor antiguo y estrecho. El piso era luminoso, de largo pasillo decorado con espejos, cocina, salón, dos dormitorios, baño y una terraza amplísima a modo de ático.  Apenas pasamos unos minutos en el apartamento una vez se hubo marchado Rafi, lo justo para cambiarnos, coger algo de fruta y bajar al supermercado a por unos bocatas. Sólo teníamos una tarde para pasar en Roma y no era plan de perderla en un restaurante. El metro de C. Pretor estaba justo al lado del apartamento, en la calle paralera, a sólo 3 minutos. En apenas 2 paradas nos encontramos en el Coliseo. Ahí fue cuando nos dimos verdadera cuenta de que estábamos en Roma.



El Coliseo no me impactó tanto como en las ocasiones anteriores. Sentí que se trataba de un viejo amigo al que hace tiempo que no ves y saludas con alegría y añoranza, pero no con la ilusión de una primera vez. Han estropeado su fachada colocando las letras NERONE, que aunque no se aprecie en la foto, hay una letra en cada uno de los arcos de la segunda planta, hacia el lado derecho. Hacerte una foto con el Coliseo sin que aparezcan turistas, viandantes o tráfico danzante detrás de ti, es algo casi imposible. Creo que lo conseguimos en alguna foto, con el trípode que siempre nos acompaña en nuestros viajes y que compré en el Puente de Sant Angelo en 2008. Acercarse a una fuente a rellenar los botellines de agua, resultaba también complicado a esa hora. Las fuentes estaban abarrotadas y el calor era insufrible. Cruzamos y caminamos por la vía de empedrado romano antiguo, similar al de la vía Apia, entre el Foro y el Coliseo, de frente hacia el arco de Tito. Resultaba complicado mantener el equilibrio sobre aquellas grandes piedras.   En esta ocasión no había tiempo de visitar el Foro, el Palatino o el Coliseo por dentro, así que nos conformamos con recordar las visitas anteriores y rodear el Coliseo al completo pero por fuera, observando a turistas y a italianos que o bien vendían souvenirs o bien disfrazados de romanos de época, buscaban fotografiarse con los turistas y ganar unos eurillos con la broma. 

Conseguido el objetivo de rodear el Coliseo, cruzamos hacia la Domus Aurea. Desde allí se obtienen también unas fotos magníficas. Encontré la cafetería desde la cual puedes tomarte un dulce típico romano y un capuccino mientras miras al gran "coloso" por sus ventanales. Esta vez no entramos. Tampoco a la casa de Nerón, ni nos desviamos del camino para acercamos a San Pietro in Vincoli y deleitarnos con el Moisés de Miguel Ángel. Seguimos nuestro camino hacia el Mercado de Trajano, tal y como habíamos previsto, pero por la sombra y con nuestras botellas de agua llenas de agua fresca que manaba de una de las tantas fuentes romanas. Entramos por una calle que recordaba, a los Foros, tras hacernos con trípodes nuevos, y admiramos lo que queda del antiguo Foro romano, una vez más. De ahí subimos hacia la estatua de la Loba con Rómulo y Remo, y llegamos a los museos Capitolinos. El sol quemaba. Seguimos hacia la Piazza Venecia, sacrificando por la hora, la visita a la Boca de la Verdad, que ya habíamos visitado en anteriores visitas. El tráfico en esa zona es peligroso. Seguimos por la vía del Corso con un objetivo: llegar a la Fontana di Trevi. Caminamos por carreteras empedradas, entre calles de fachadas naranjas y ventanales marrones que me recordaron a algún barrio veneciano. Y llegamos. La Fontana di Trevi.



 No sé el número exacto de veces que he estado aquí. Frente a la fuente. Cámara en mano. Siempre me causa la misma impresión. Es apasionante. Única. Tremenda en su piccola piazza. Invita a soñar, y lanzando monedas a la fuente, soñamos y creemos, tal vez, en el destino. Demasiada gente la inunda. Apenas hay hueco donde pararse a admirarla. Hay que esperar turno para lanzar las monedas. Hay que regatear espacio para hacer una fotografía en condiciones, donde no salga nadie. La cosa se torna imposible, aunque todos lo intentamos, como si la fuente  nos perteneciera a todos y cada uno de nosotros y no quisiéramos compartirla. Esta vez tiré una sola moneda. Pedí un solo deseo. El primero que me vino a la cabeza. Un deseo que ya pedí las veces anteriores que anduve por allí. Los años pasan, pero a veces, los deseos, son los mismos. No cambian. 

Evitamos una gelatteria que no nos convenció, en la propia piazza, y seguimos la caminata casi en línea recta, sorteando alguna calle conocida, hasta llegar a la Piazza de España. No tardamos ni 10 minutos en llegar allí. La gente se había hecho con la plaza como si de una manifestación se tratara. Aún así me pude hacer una fotografía rellenando mi botella de agua en la fuente-barca de Bernini. Desde la escalinata que sube a Trinitá dei Monti, hice una fotografía a la vía Condotti, la calle más lujosa de Roma. Unos coreanos gritaban bandera en mano de Hyundai, Free Photo, para que la gente se hiciera fotos con ellos. Nosotras no nos acercamos y seguimos con nuestro periplo fotográfico y recordamos a Audrey Hepburn y a Gregory Peck en Vacaciones en Roma. Continuamos en línea recta hacia la Piazza del Poppolo. Por el camino me venían flashes de cuando paseé por allí con Mapi, o de cuando leí hace años el libro de El código Da Vinci. (Sí, yo tb lo he leído, me pese o no). Cuando llegué a la plaza recordé a Belén y también a Nuria, cuando nos subimos a  uno de los leones del monolito, frente a la Vía Borguesse. Esta vez sonaba Michael Jackson, una banda tocaba, y yo tarareaba la canción de Bohemian Rhapsody de Queen cantada por Josh Groban, Fireworks y Jar of hearts cantadas por Lea Michele. Recordé las crónicas de mi amigo Rafa sobre Roma. La describía vieja, dejada y maloliente. Yo la  he encontrado esta vez algo dejada, en cuanto a carreteras y aceras, pero con el mismo encanto de siempre. Eso sí, el metro es de los peores que conozco. Funciona bien, pero es viejo, sucio y feo.  A simple vista no parece seguro, aunque después lo sea. Supongo que están de reformas porque hay vagones nuevos, amplios, limpios y modernos, y otros sin embargo parecen sacados de una planta de reciclaje de vagones viejos. Las estaciones son antiguas y dan la sensación de estar medio abandonadas, aunque no sea así. 

Cogimos un metro, de los nuevos, desde la Piazza del Poppolo hasta Ottaviano. Nada más salir al exterior me acordé de mis amigos de Burgos, Javi y Jesús. En 2008 quedamos allí, el 6 de septiembre, para irnos al concierto de Madonna. Ese metro era el que solía usar cuando me hospedaba en el Grand Olympic Aurum. De camino al Vaticano compramos un helado. En todo el viaje, no he probado un helado mejor que aquel, y he comido muchos y muy buenos, que conste en acta. Lo pedí de fresa natural y de chocolate negro. Aún me relamo los labios. Su sabor se ha quedado impregnado en mi paladar. Buenísimo es quedarse corta al calificarlo. Atrás dejamos la pizzería L´Isola, donde los propios romanos reconocen que se elabora la mejor pizza de la ciudad. Yo la probé hace 3 años. Y ciertamente estaba buena, aunque las he probado mejores. Mismamente en Florencia, frente al Palacio Vecchio. Llegamos a la Piazza de San Pedro. La columnata de Bernini estaba siendo restaurada. Anochecía. Pasamos un buen rato haciendo fotos. Esta vez era imposible la visita a la Basílica. Nos conformamos con pasear por la plaza y admirar la iluminación nocturna. Seguimos hacia el Castel Sant´Angelo y el Pont Sant´Angelo. Recorrimos los puestecillos, hicimos fotos, comentamos algo sobre la inmensa tumba de Adriano y el túnel que conecta el Castell con el Vaticano, y cruzamo el Tíber rumbo a Piazza Navona. En medio de todo estos, recuerdos iban y venían de los viajes anteriores, pero no los comentamos, nos limitamos a vivir el presente, que era perfecto. 

Me encanta la Piazza Navona. No soy la única, pues está a reventar de gente, de una a otra punta. Artistas. Pintores. Fotógrafos. Puestecilos callejeos. Venta ambulante. Músicos. Todo tipo de arte cabe en esta plaza.  Cenamos en el restaurante Navona, abierto desde 1958. Cenar frente a la fuente es como estar en una película y verla desde dentro. Tras cenar dimos una vuelta por la plaza y admiramos el trabajo de los artistas, compramos algunos souvenirs en las tiendas que cerraban no antes de la medianoche, caminamos por la Vía Emmanuelle y regresamos a la Fontana Di Trevi. Seguía abarrotada, pero verla de noche, iluminada, es aún más espectacular, si cabe, que verla por el día. La policía dispersó a los turistas para que el servicio de limpieza le diera un lavado de cara a la plaza. 

Era tarde, el día había sido largo y cansado, así que decidimos obviar el Trastévere y el Coliseo iluminado, que aunque merecen la pena, ya conocíamos de anteriores visitas. Nos dirigimos a la plaza del Tritón de Bernini y cogimos uno de los últimos metros. El metro cierra a las 1:30. 

A las 2 de la madrugada apagamos la luz de nuestras mesillas de noche. Pusimos el despertador a las 7:07 y lo que hicimos ese 7 de agosto, tras levantarnos, os lo contaré en la próxima crónica. 


To be continued...


I.M.G.


miércoles, 3 de agosto de 2011

CRANFORD (Elizabeth Gaskell)

CRANFORD


En mi afán de encontrar autoras, libros, series y películas de la Inglaterra Georgiana y Victoriana, me topé casualmente con la serie Cranford, (BBC 2007), y su secuela Regreso a Cranford, en las estanterías de series de la FNAC. En la portada, una fotografía de Judi Dench, (ganadora del Oscar, BAFTA, Globo de Oro y Tony, y Dame por la Reina Isabel II, que equivale al tratamiento de Sir de los caballeros), con otras actrices.

Si Judi Dench está en el reparto, me dije, la serie tiene que ser buena. Le hice una fotografía a la carátula, para no olvidar el nombre y una vez en casa, lo tecleé en el ordenador: Cranford Wikipedia. Bien. La Wikipedia hablaba bien de la serie, y no sólo eso, si no que había obtenido varios premios importantes. Me froté las manos por el gran descubrimiento. Lo siguiente fue ver los 5 capítulos, (sí, sólo 5, una lástima), que componen la serie. Y una vez saboreados, hablar de ellos, recomendarlos y prepararme para lo siguiente: ver Regreso a Cranford.

Después de ver la magistral Downton Abbey, (suerte que están rodando la segunda parte, que veremos a finales de este 2011), que merece entrada a parte, y bien larga, por su calidad y por el eco que ha dejado en mí, ver Cranford ha sido regresar a esa época que tanto me gusta leer, releer, y disfrutar. Sin duda son altamente recomendables, si como yo, disfrutáis de este tipo de series y lecturas.

¿De qué trata Cranford? Está basado en varios libros de Elizabeth Gaskell, (autora de la que hablaré un poco más abajo), que son: Las crónicas de Cranford, (que aúna 3 novelas en su interior), Confesiones del Sr. Harrison, y Milady Ludlow entre otros.


Cranford conforma un rico muestrario de la sociedad de la época, (ocurre alrededor de 1842), valores que van cambiando por la revolución industrial, la incorporación de la mujer al trabajo y la alfabetización de las zonas rurales. Amor, humor, situaciones divertidas y también dramáticas se suceden en todos y cada uno de los capítulos, en los que no hay un único protagonista, sino que todo Cranford y sus habitantes lo son. La llegada de un médico joven y apuesto, con nuevas ideas de la medicina, al pueblo, convertirá en coquetas a solteras, solteronas y viudas. La llegada del ferrocarril será para estos habitantes un conflicto entre permanecer o evolucionar. Nos asomamos así a un siglo, el XIX, que no deja de tener su encanto pese a sus miserias.

El pueblecito de Cranford está basado en el pueblo real de Knutsford, donde la autora, Elizabeth Gaskell pasó su infancia. Charles Dickens, gran amigo de Mrs Gaskell, fue quien la animó a seguir escribiendo, tras el éxito que Elizabeth obtuvo con su primera novela: Mary Barton.

 
ELIZABETH GASKELL
 

Cheyne Walk (Chelsea), Inglaterra 29/09/1810 - Holybourne (Hampshire), Inglaterra 12/11/1865

Elizabeth Cleghorn Gaskell o Elizabeth Stevenson, a menudo citada como Sra. Gaskell, fue novelista y escritora de relatos durante la época victoriana. También fue gran amiga de grandes escritores, entre ellos Virginia Woolf, (de la que fue biógrafa) y Charles Dickens. Sus escritos ofrecen un excelente retrato de las vidas de muchos sectores sociales con agudeza tal que tienen interés para los historiadores sociales así como para los amantes de la literatura.
Huérfana de madre desde que nació, pasó su infancia con su tía Hannah Lumb en Knusford, pueblo que immortalizaría más tarde como Cranford. Vivía en Heathwaite, en Heathside, (ahora Gaskell Avenue). También vivió en Stratford-upon-Avon, en el norte de Inglaterra, en Newcastle upon Tyne y en Edimburgo. Se casó con el reverendo William Gakell, a los 22 años, (fueron padres de al menos 5 hijos, 4 de ellos eran niñas), y se establecieron en Manchester donde se relacionaban en círculos donde se movían grandes literarios, disidentes religiosos y reformadores sociales. Compraron una casa de estilo Greek Revival, (20 habitaciones en 3 pisos con porche de frente rectangular) en el 84 de Plymouth Grove, donde Gaskell vivió hasta su muerte. Todos sus libros fueron escritos allí, excepto uno.
Entre los visitantes de la casa se encuentran Charles Dickens, John Ruskin, Harriet Beecher Stowe, Charles Eliot Norton, Charles Hallé y la escritora Charlotte Brontë, gran amiga suya.
 
En 2004, la vivienda, tras pertenecer a diversas asociaciones, a la Universidad de Manchester y tras sufrir un gran deterioro, fue adquirida por la Fundación de Edificios Históricos de Manchester, dejándola abierta al público desde entonces.
 
Entre las obras de Gaskell cabe destacar: Mary Barton (publicada anónimamente en 1848 y que la hizo célebre), Cranford (1853), , Ruth (1853), Norte y Sur (1854), Sylvia´s Lovers (1863),  y Esposas e hijas (1865).
 
Otras obras más de carácter idílico rural fueron: The Moorland Cottage (1850), The Old Nurse´s story (1852), Lizzie Leigh (1855), My Lady Ludlow (1859), Round the Sofa (1859),  y Cousin Phillis (1864).
 
Biografía: Escribió la primera biografía de Charlotte Brontë.
 
También escribió relatos sobre fantasmas, respecto a la ficción industrial o psicológica, que se pueden encuadrar en el género gótico,
 
Su amigo Charles Dickens apoyó su escritura y publicó su obra en la revista Household words.
 
Elizabeth Gaskell se incluye no sólo en el grupo de excelentes novelistas femeninas inglesas del siglo XIX sino en el conjunto de escritores que elevaron la literatura inglesa a las más altas cotas, gracias a su temple, inteligencia y humor.
 
Aunque sus obras se ajustan a las convenciones victorianas, generalmente Gaskell enmarcó sus historias como críticas de actitudes contemporáneas, en particular aquellas que concernían a las mujeres, con narrativas complejas y personajes femeninos dinámicos.
 
 
I.M.G.