viernes, 23 de julio de 2010

Un día de playa cualquiera

Ir a la playa debería ser tan sencillo, y de hecho lo es, como llevar puesto el bikini, (bañador en su caso), una toalla bajo el brazo sobre la que tumbarte bajo el sol y algún bote de protección solar. Sin embargo a medida que pasa el tiempo, o me pasan los años por encima, ir a la playa se ha convertido casi en llevar una caravana a cuestas.


Cuando era niña y me acercaba a las playas de Carvajal en Fuengirola, (Málaga), sólo me preocupaba saber en qué coche iría, si en el mío, (un SEAT 124 blanco) o en el de mi tío, (un SEAT 124 burdeos). El resto no dependía de mí. Llevaba mi bikini puesto y de todo lo demás se encargaba mi madre. Ella llevaba las toallas, la comida, la merienda, las cremas, los juguetes, los manguitos, etc. Tampoco decidía la hora de llegada, (generalmente era al amanecer), ni la de vuelta, (siempre anocheciendo). Siempre nos duchábamos en la playa, por lo que la pelea por la ducha una vez en casa, no tenía lugar. Mis juegos en la playa eran los mismos de todos los niños de los 70. Pasaba el día jugando con mis primos, cogiendo cangrejitos en los espigones para luego darles la libertad, corretear por la arena buscando sandías semienterradas, hacer puentes y figuras de arena mojada, jugar a la pelota, al lazo, a subirnos a un hidropedal y esperar que las avionetas publicitarias lanzaran regalos. Una vez cogí una felpa amarilla que a la vez era unas gafas de sol. Comer ocupaba el mediodía. Bajo el toldete, que no era más que una vieja colcha atada con palustres de hierro, teníamos de todo. Comida en ollas, (pisto, cazuela de fideos, puchero...), comida fría, (tortillas de patatas, aceitunas, patatas, filetitos..), comida de barbacoa recién hecha, (pinchitos, chuletitas...), y después había que tomar fruta, para hacernos grandes, fuertes y valientes. Si había suerte, tocaba helado detrás. Durante las dos horas de guardar la digestión preguntábamos, como el Asno de Shrek, ¿falta mucho? ¿falta mucho? ¿falta mucho para poder bañarnos? Nos gustaba esa playa porque para que cubriera tenías que andar muchísimo. A mi primo y a mí nos parecían kms, por lo que nunca llegamos más allá de los hombros. Yo no sabía nadar, o no sabía hacerlo bien, (aún hoy me da respeto el mar), así que no me importaba no llegar hasta donde se bañaban mi padre o mi tío.



Cuando fui adolescente y comencé a ir a la playa con mis amig@s también adolescentes, en los ochenta, sólo me preocupaba de llevar la toalla y el dinero para volverme en el bus. Si iba a La Malagueta cogía el número 13 a la vuelta. La ida la hacíamos andando. Si iba a las Acacias o a El Palo, entonces iba andando hasta el parque, cogía el 11 y a la vuelta hacía lo mismo. No teníamos tanta pasta por aquel entonces como para pagarnos 4 autobuses. A veces nos llevábamos un bocata y un botellín de agua. En la heladería Lauri, que aún existe en Pedregalejo, nos tomábamos un helado de vainilla o de vainilla y chocolate. No éramos tan atrevid@s como para tomar un sabor nuevo. Hoy hay miles. Entonces no había tantos. Y costaba experimentar. Total, que con una mochilita bastaba para ir a la playa. Eso sí, los bikinis no se llevaban demasiado y todas andábamos en bañador, con la consecuencia de pasar el verano con la barriga tan blanca como un helado de nata. Por entonces La Malagueta era una playa larga pero estrecha, atrincherada por rocas. Profunda.



Después llegó la juventud. Aún me considero en esa etapa, aunque muchos dicen que de jovencita nada, que ya debo llamar a mi nueva etapa, madurita. Yo me encojo de hombros y sigo pensando que sigo siendo jovencita, pero no aquella que iba a la playa aún con la toalla en la mochila, el botellín de agua, las paletas, el balón inflable, el bocata, unas galletas de chocolate para la merienda, gafas de sol, (moderna ante todo) y una gorrilla, de visera, como llevaban todos. En esa época, alguna vez, llevamos una sombrilla. No para nosotras, si no para las bolsas. Nosotras nos tumbábamos al sol hasta achicharrarnos. Confieso que apenas me echaba protección, de ahí mis pecas actuales, en cara y hombros. No se llevaba mucho eso de ir embadurnada de crema y a mí me daba repelús mancharme las manos. Obviamente me despellejaba viva. Cambiaba de piel varias veces durante el verano. Eso sí, me ponía negra, como un conguito. No iba ni un día ni dos a la playa, no, teniéndola cerca hay que aprovecharla, y yo la pisaba casi a diario en aquellos veranos eternos de vacaciones. Nunca tenía que estudiar en verano, así que la playa ocupaba todo mi tiempo. Empezamos a llevar colchones para jugar en el agua, más que para tomar el sol sobre ella. Llegábamos a montarnos hasta cinco, como si fuera un caballo, y remábamos muertas de risa, siempre hasta donde se hacía pie, ese era el límite. Uno de los colchones se hernió. Lo llamábamos el colchón "herniao" y era nuestro favorito. Ningún otro conseguía hacernos reír tanto. Una vez también hubo una ballena inflable. En esa época empezamos a jugar a las cartas: el cinquillo, la brisca, el mentiroso... pero lo mejor de todo era jugar a las paletas, (palas). Empezábamos muy cerca una contrincante de la otra, peloteando sin botar en la arena. Poco a poco nos íbamos separando y rescatando alguna pelota del agua. A veces terminábamos rozando los límites de una playa con otra. Cada una en una punta, a lo bestia, lanzando la pelota con todas nuestras fuerzas. Muchas paletas se quedaron allí, en las papeleras de la playa, rotas, resquebrajadas. Vencidas. Abandonadas.


La juventud seguía. Las mochilas se iban llenando de más cosas. La vida también. Las amistades engordaban de anécdotas, complicidades y risas. De vida. Empezamos a cargar con alguna sombrilla, ya no sólo para las mochilas, si no para meternos, por rotación, bajo ella, a descansar del sol que empezaba a quemar más que antes. Nos atrevimos con alguna playa más lejana. Alguna tenía coche ya. Sin aire acondicionado. Eso llegó más tarde. Alguna se atrevía a llevar ya algún bote de crema solar. Alguna vez me dejé echar en la espalda. No era lo mismo volver a casa blanca, por efecto de la crema, que tostada, por efecto del sol. Preferíamos tostadas, claro. Las cartas seguían siendo un vicio. Llegó el chinchón. Jornadas de playa repartidas entre baños, paletas, comida, (generalmente bocatas y sándwichs, nada de elaboraciones como cuando era pequeña), helados, (polos normalmente. El mío un frac, siempre), risas y largas partidas de chincón, con sus correspondientes reenganches, hasta quedar sólo una, la ganadora. Esto a veces sólo ocurría cuando anochecía. Podíamos pasar horas jugando al chinchón, mordisqueando galletas, riendo hasta doblarnos en dos, explotando en carcajadas, para luego recoger "el campo" y salir pitando a ducharnos a casa y volver a quedar. Así eran los días de playa. Así eran los veranos. Alguna vez fuimos tantas bajo una misma sombrilla, jugando a las cartas, que sólo cabían bajo ella nuestras cabezas. El resto del cuerpo se desparramaba en las toallas. Desde una considerable altura parecíamos una margarita. Cada una de nosotras éramos un pétalo. Tal vez por eso me gustan tanto las margaritas, son fiel reflejo de aquellos días de playa, en los noventa y principios del nuevo siglo. Solía ir a Nerja. Aún lo hago.



¿Cómo afronto mis nuevos días de playa? Cargada. Risas. Cierto. Cargada. No siempre. La mayoría de veces. Los "porsi" se han adueñado de mí en mis viajes y en mis días de ocio. Ya no disfruto de veranos eternos y nada me gustaría más, pero a esta edad de juventud más madurita, el ocio no es disfrutable como antaño, sobre todo por la responsabilidad, por el trabajo, por las costumbres que se te clavan en los costados, por la pereza que se recuelga en la espalda como una mochila, porque los días son más cortos que antes y porque el sol ya no es el mismo, ni tampoco la playa, ni tampoco las personas, ni los tenderetes, ni los colchones, ni Nerja. Ni yo.



No piso la playa si no llevo tapones para los oidos. O la piso y no me baño. Son absolutamente imprescindibles para mí. Dinero. Siempre hay gastos o caprichos. Toalla, la de siempre, no la de siempre, pero sí la compañera estimada, sobre la que antes me tumbaba o sentaba, sobre la que ahora apoyo la mochila o simplemente me siento a comer bajo la sombrilla. La sombrilla. Más de una, si puede ser. Que no traspase mucho el sol, si puede ser. ¿Cremas? Factor 30 para la cara. Las manchas de antaño son imborrables, pero no queremos que surjan más. Factor 15 para el cuerpo. Factor 4 de rodillas para abajo, aceitosa, con olor a coco. Factor 10 para el pelo. Factor X para los labios. Total, una mochila dentro de la mochila, sólo para cargar las cremas. Gafas, por si el mar está claro observar las piedras del fondo o mis pies, con las uñas pintadas de negro, caminar por la arena marina. Gomilla para el pelo, felpa o gorro. El sol también es dañino para el pelo y los ojos. Gafas de sol negras. Las paletas se quedaron en los noventa, no hay lugar, aunque a veces las echo en falta. Las cartas. (No suelen salir del bolsillo de la mochila, donde también hay un cubilete de dados que ahora tampoco suelo usar). Una revista o un libro, un cuadernito y un bolígrafo. Pueden surgir muchas historias en la playa. Sobre todo muchos personajes. Unos escarpines, por si hay piedras que dañan al andar. Ahora hay que andar por la orilla. Es sano. Ahora me preocupa lo sano. Y la silla. No podemos olvidarnos de la silla, reclinable. La comida, seguimos con el bocata, o nos vamos a un chiringuito. Ahora cobramos a fin de mes y nos vamos a una playa lejana, nuestro coche, ahora ya propio, tiene aire acondicionado. Y llevamos la nevera con la bebida fresquita, y la fruta. Ya no tomamos helado casi nunca. Y un termo con agua. La mantiene fría. Y buscamos un hueco donde no se nos pegue una familia llena de críos chillones que pregunten ¿falta mucho para poderme bañar?, donde no haya tenderetes hechos con colchas y madres con ollas, preparando la comida y padres removiendo el carbón de la barbacoa.



Y me voy a pasar 3 días a la playa y parece que me voy de viaje. Añadir las cremas para después del baño. La facial hidratante, la Q10 reafirmante para el cuerpo, la tonificante, la anticelulítica y la de vientre firme y liso. Alguna más para los ojos y el pelo. Tal vez aún no sean del todo necesarias, pero viajan conmigo, en su neceser correspondiente.



Y lo mando todo a freir espárragos y digo que bajaré a la playa como antes, sin preocupación, sin nada a cuestas.
Y entonces cojo la sombrilla, y la toalla, y la revista, y los tapones, y los escarpines, y la gomilla del pelo, y las cremas, y el termo con el agua fresquita, y el gorro, y las chanclas, y el bocata, y las cartas, y el espejo por si me entra una pestaña en el ojo, y los dados, y la libretita... y miro a la silla y le digo:

Tú te quedas en casa, que hoy voy a disfrutar como antes, sin llevar casi nada a
la playa.




Y bajo y lo recoloco todo, y me tumbo en la toalla y pienso en mi silla mientras los niños corretean por la orilla, unas chiquillas juegan a las paletas y un grupo de adolescentes surfean sobre un colchón inflable, herniado.
I.M.G.
Posdata: Unas anécdotas están basadas en hechos reales, algunas en hechos observados, otras en hechos posibles, algunas más en hechos futuros, el resto en hechos simplemente.

jueves, 22 de julio de 2010

Tierra de Cristal (Baricco)


Tras leer Seda y compartir impresiones con mi amigo y compañero de Puntoyseguido, Pedro, gran admirador de Baricco, me sugirió leer una fábula llena de emoción, amargura, sensibilidad y realidad, escrita por el mismo autor. Todas estas sensaciones se entremezclan en la novela de Alessandro, igual que los personajes a través de la novela. No hay nada al azar en Tierra de Cristal. La historia transcurre en un lugar cualquiera de Europa, Quinnipak, en una época que podemos situar en el siglo XIX, donde además de acontecimientos y personajes ficticios, conviven hechos y personajes reales de la época.

De entre todos los personajes, con sus sueños, metas, vida ordinaria y extraordinaria, extravagancias, sexo y quereres, cabe destacar la bellísima Jun, su esposo Rail, la música que acompañar a cada personaje, el hombre que no tenía nota musical, la locomotora Elisabeth, un niño que lleva a cuestas su destino en forma de chaqueta, una viuda que no llegó a casarse. Optimismo y crueldad. Pasión y desamor. Tristeza y rebeldía. Locura y alegría. Muerte y vida. Pollas y Sesos desparramados. Mierda. Raíles. Barcos. Libros. Cajas. Joyas. Viajes. Mormy. Y al final, América.

El lenguaje es sencillo. A veces complejo. El narrador compite en una carrera de relevos. Son varios en esta carrera. Sólo uno llega al final, con voz femenina. En algunos momentos la trama adquiere complejidad y los personajes parecen sacados de la chistera de algún mago. En otros momentos algún absurdo se nos cuela entre tanta cotidianidad. Algunas líneas merece la pena releerlas, otras saltarlas con pértiga. Descripciones que estallan, otras que aburren, muchas inexistentes, otras que no podrían haberse escrito de una manera tan minimalista y perfecta.

Hay quien lo compara con Amelie, Big Fish o incluso el Quijote. Esto lo leí por ahí, indagando en la red. En el mismo artículo se comentaba que está escrita en un organizado caos y con un estilo más cercano al funcionamiento de la mente humana que al ensayo o la narración.

El Crystal Palace de Hyde Park, (Londres 1851), tiene también su momento de gloria en el libro. Un incendio lo destruyó en 1936. Baricco nos cuenta cómo pudo ser aquel incendio y qué sintió cada personaje con él y cómo influyó en sus vidas y cómo influye ahora, siglo y pico después, en la nuestra.



















Suelo fijarme en algunas frases sueltas que me resultan profundas o me dicen algo, e aquí algunas, no más de tres, ni siquiera son las mejores, pero son las que me apetece apuntar:



1. Como ya se habrá tenido ocasión de
observar, es costumbre del destino disponer extrañas citas.


2. No pienses nunca en mí si no es
riendo.


3. Suceden cosas que son como preguntas.
Pasa un minuto o tal vez años, y después la vida responde.




4. Y al final, América.


La literatura epistolar, o de cartas, es un género que me apasiona igualmente. En esta historia hay muy buenas cartas. Unas escritas por mujeres, otras por hombres, de amor o de amistad, ninguna iguala a los labios de Jun o a las calles de Quinnipak.
Extracto de una carta escrita por Pehnt, agente de seguros, a su viejo amigo Pekisch, en respuesta a una de sus cartas, o más bien al posdata de una de ellas, que decía lo siguiente:
Pekish a Pehnt:
P.d. Se me ha perdido un amigo que se llamaba Pehnt. Era un chico inteligente. ¿No sabreis vos algo al respecto?

Pehnt a Pekish:


Eso sí que no tenías
que habérmelo hecho. No me lo merezco. Yo me llamo Pehnt, y sigo siendo
aquel
que se quedaba tumbado en el suelo para escuchar la voz de los tubos,
como si
puediera llegar de verdad, cuando en realidad no llegaba. Nunca
llegó. Y ahora
yo estoy aquí. Tengo una familia, un trabajo y por la noche
me acuesto temprano.
Los martes voy a escuchar los conciertos que dan en la
Sala Trater y oigo
músicas que en Quinnipak no existen: Mozart, Beethoven,
Chopin. Son normales y,
sin embargo, son hermosas. Tengo algunos amigos con
los que juego a las cartas,
hablo de política fumándome un puro y los
domingos salgo al campo. Amo a mi
mujer, que es una mujer inteligente y
bella. Me gusta llegar a casa y
encontrarla allí, sea lo que sea lo que haya
sucedido en el mundo ese día. Me
gusta dormir a su lado y me gusta
despertarme junto a ella. Tengo un hijo y lo
amo, aunque todo haga suponer
que de mayor será agente de seguros. Espero que
sea un buen agente y que sea
un hombre justo. Por la noche me acuesto y me quedo
dormido. Y tú me has
enseñado que eso quiere decir que estoy en paz conmigo
mismo. No hay nada
más. Ésta es mi vida. Sé que no te gusta, pero no quiero que
me lo escribas.
Porque quiero seguir acostándome, por las noches, y quedándome
dormido.
Cada uno tiene el mundo que se
merece. Yo tal vez haya comprendido que el mío es este de aquí. Lo que tiene
de
extraño es que es normal. Nunca se ha visto nada parecido en Quinnipak.
En
Quinnipak se tiene en los ojos el infinito. Aquí, las pocas veces que
miras a lo
lejos, miras a los ojos de tu hijo. Y es distinto.
No sé cómo hacértelo comprender, pero
aquí vivimos resguardados. Y no es algo despreciable. Es hermoso. Y, además,
¿quién ha dicho que hay que vivir necesariamente a la intemperie, siempre
asomados al cornisón de las cosas, buscando lo imposible, escudriñando todas
las
escapatorias para evadirse de la realidad? ¿Es que de verdad es
necesario ser
excepcionales?
Yo no lo sé. Pero me aferro a esta
vida mí y no me avergÜenzo de nada: ni siquiera de mis botines. Hay una
dignidad
inmensa, en la gente, cuando sobrelleva sus propios miedos, sin
trampas, como
medallas de su propia mediocridad. Y yo soy uno de ellos.
Mirábamos siempre al infinito, en
Quinnipak, los dos juntos. Pero aquí no hay infinito. Así que miramos las
cosas,
y con eso nos basta. De vez en cuando, en los momentos menos
pensados, somos
felices.
Me acostaré esta noche y no me
quedaré dormido. Será culpa tuya, viejo, maldito Pekisch.
Te abrazo, Dios sabe cuánto te
abrazo.

Esta ha sido mi lectua de Tierra de cristal. En este cuando, de mi vez en cuando, mientras lo he leido, en los pasajes y en las frases menos pensadas, he sido feliz.



I.M.G.



sábado, 17 de julio de 2010

Chawton Cottage ( I )

Londres. Es temprano. Saco un billete para Alton. Es 09 de Abril de 2009. El tren viaja por la campiña inglesa y a medida que avanza en vez de recorrer millas o kilómetros, lo hace en tiempo, en años, en un par de siglos y sé que cuando llegue a Chawton, Jane me estará esperando. A mi alrededor no veo gente, veo personajes a los que regalarles una historia. Lo haré cuando regrese, pienso, pero sé que las historias y los personajes no se bajarán de ese tren ni de ese momento, por eso no he sacado mi cuaderno de viaje, por eso no me los llevo escritos con tinta negra, aprisionados por la gomilla. El tren se detiene. Los asientos son rojos, crujen. Las puertas se abren y estoy dispuesta a entrar en la época de la regencia, en la georgiana, o en la victoriana. Las tres me valen. Contengo la respiración. Un inglés de mediana edad se pasea por el andén. No lleva patillas, ni chaqueta con faldón o pantalón a media pierna. Se expresa como cualquier otro. El tiempo no se ha retrasado, pero yo estoy allí, en Alton, en el condado de Hampshire. Llovizna. Hace frío.
Llevo un mapa dibujado a bolígrafo en mi cuaderno. Parece el mapa de un tesoro. Lo es. Para encontrarlo he de coger un taxi. Es blanco. El conductor amable, con un bigotito a lo Charlot. A casa de Jane Austen, le digo, y cuando lo digo, en inglés, imagino a Jane en la puerta, esperándome. Me dará dos besos y me dirá, querida, te esperaba desde hace tanto... pasa. Y entro.
El taxista hace la ruta varias veces al día. Los extranjeros sólo llegan a Alton para preguntar por Chawton, la casa de Jane Austen. Conversa durante el camino, son sólo unos pocos kms. Yo me siento extraña, sentada en el lugar que ocupa el conductor de un coche en España. Muevo los pies sobre un acelerador y un freno invisible. Cuando el conductor gira, muevo los brazos como si girase yo el volante que no tengo. Y me parece un sueño. Un sueño en el que conduzco un coche sin pedales y sin volante. El copiloto guía el coche. Las marchas se cambian con la mano izquierda, se conduce por el carril contrario. No chocamos con nadie. Todos siguen las reglas contrarias a las que yo aprendí en la autoescuela y por las que me rijo en mi país. Es extraña Inglaterra, arraigada en sus costumbres. Me gusta.
En la parte trasera del taxi alguien se ha dejado unos zapatos altos, de tacón. Negros. El taxista los observa. Da las gracias. Me da una tarjeta. Lo llamaré cuando finalice la visita. Cuando se marcha pienso que cuando acabe el turno se pondrá esos tacones y se irá andando a casa, a través de la campiña, por un camino lleno de olmos. Entrará en un edificio de la época regente y cambiará los tacones por pantuflas y la chaqueta por una bata de guatiné y anotará en su libretita que fui una más de las que acudió a ver la casa donde una vez vivió aquella escritora. Y no recordará mi nombre porque no me lo preguntó. Anónima, escribe. Española.




Cierro los ojos un instante. El aire frío entra a mis pulmones. Despierto. Estoy en Chawton Village, en casa de Jane Austen, donde vivió sus últimos 8 años, donde revisó sus novelas, donde recibió las noticias de sus publicaciones, (excepto de las que se publicaron tras su muerte en Winchester), donde fue feliz tras una larga temporada en Bath que no la satisfizo, donde Lizzy Bennet y Fitzwilliam Darcy pasearon con ella y la ayudaron a mejorar sus Primeras Impresiones para transformarla en Orgullo y Prejuicio. Sobre aquella mesita, en hojas sueltas, al alba, a solas, con pluma y tinta negra. A mano. Y observo el camino. La lluvia ha cubierto la carretera de charcos. Son espejos. Chawton cottage se refleja en ellos. Adonde quiera que mire, la casa está allí. Con su tejado negro, salpicado de chimeneas, con sus ventanales blancos sobre paredes rojizas. Una enorme placa en la pared recuerda a Jane. Los tulipanes curiosean en la entrada, como yo. Me acerco al jardín. Ha dejado de llover. Me siento en un banco. Quiero pensar que allí se sentaban Jane y Cassandra a contarse sus cosas, a conversar sobre algún borrador, a retocar a algún personaje, a ver pasar a la gente. Buenos días Srta Austen. Buenos días, contestan las dos.
To be continued...


I.M.G.










lunes, 12 de julio de 2010

ESPAÑA CAMPEONA DEL MUNDO 2010 (11 DE JULIO)






SOMOS CAMPEONES DEL MUNDO







ESPAÑA CAMPEONA MUNDIAL DE FÚTBOL 2010



Hoy, domingo 11 de Julio de 2010, (tercer cumpleaños de mi sobrino y ahijado Alejandro), España ha hecho Historia proclamándose CAMPEONA DEL MUNDO POR PRIMERA VEZ en su historia al ganar a Holanda en la final gracias a un gol de Andrés Iniesta en la segunda parte de la prórroga. (Soccer City de Johannesburgo (Sudáfrica))


Andrés Iniesta, con el dorsal número 6, marcando el gol de la victoria:








Andrés Iniesta dedica su gol a Dani Jarque.






El capitán Iker Casillas levanta la copa del mundo junto a sus compañeros y el entrenador: Vicente del Bosque.





El famoso Pulpo Paul que predijo que España ganaría este partido, se ha convertido en el pulpo más famoso del mundo. No ha errado en sus predicciones en los partidos de este mundial. Sin duda, él también pasará a la historia.





Para conocer qué ocurre en España en estos momentos sólo hay que pasearse por las cadenas de televisión, por las de radio, por las calles de España o entrar en cada una de las casas. La celebración no sólo queda en casa, es a nivel mundial. Hoy España está en el hogar, en la cabeza y en el corazón de todos. (Bueno, de los holandeses es probable que no, pero si son justos y valoran el partido y la forma de jugar y cómo se han dado las cosas esta noche, deberían estar también con la ROJA).


Hoy voy a contar cómo lo he vivido yo. Ya que es un día histórico no quiero preguntarme el día de mañana qué fue lo que hice o dejé de hacer en este día. Jamás pensé que si tuviera un blog hablaría de fútbol, pues no soy futbolera, pero héme aquí. El equipo español ha logrado no sólo ganar el mundial, si no emocionarme hasta tal punto de estar aquí escribiendo sobre ellos en lugar de estar acostada, pues mañana trabajo y a una hora bien temprana. Pero ¿cómo dormir en un día histórico? ¿cómo dormir cuando Málaga entera retumba, palpita, suena, levita, trasnocha, celebra, baila, canturrea, toca el claxon, explota fuegos de artificio y se baña en el mar y en las fuentes? Imposible. Mi manera de celebrarlo es escribiendo cómo viví yo la final.


No he visto ningún partido del mundial al completo, tan sólo unos minutos de cada uno. He ido siguiendo los marcadores y confieso que generalmente no tenía ni idea de qué día se jugaba un partido ni contra quién hasta horas antes, y preguntando a mis compañeros de trabajo. Me preguntaba cómo el fútbol mueve tantas masas y por qué despertaba tanto interés. Muchos amigos me han contestado a la pregunta. Yo lo comparo a lo que yo siento cuando estoy en un concierto o cuando veo la final de alguna serie que sigo. En este caso se me ocurre un concierto de Mecano o de Madonna y una final de Lost. Sí, tal vez no lo consideren comparable, pero yo me hago una idea si lo comparo con ellos. Me hacía ilusión que ganaran hoy, porque hoy día 11, (aunque por la hora que he empezado a escribir, pondrá en la entrada día 12), nació mi sobrino Alejandro hace 3 años. Es mi sobrino mayor, el primero, y mi ahijado, y su fecha de nacimiento es histórica para mí y de las más importantes de mi vida, por lo que me hace especial ilusión que esta fecha sea ahora un hecho histórico para toda España. El 11 de Julio. (Cabe recordar que tenemos en la historia varios días 11 malditos. Guardo un minuto de silencio por ellos y tampoco los olvido jamás y espero que no vuelvan a sucederse ni en días 11 ni en ningún otro. Jamás).


El día amaneció entre nublado y nebloso en Málaga. Parecía que la tendencia de la niebla marítima se esparcía hacia el este, así pues tras recoger a una amiga en su casa, tiramos para el oeste. Acabamos en la playa de Santa Ana, en Benalmádena. El día se tornó magnífico. Soleado. Espléndido. Preludio de algo importante. Durante todo el día había signos de cocerse algo importante en el ambiente. Los vendedores ambulantes o playeros, paseaban banderas, bufandas y camisetas españolas por la playa. Se oían pitos. Ondeaban las banderas en los balcones de los hoteles de la costa, en las tiendas de chinos, en los bares, en las antenas de los coches, en las ventanas... de cada 5 personas, 3 vestían la roja por donde quiera que pasaba. El agua estaba transparente, templada, las piedras del fondo redondas, blancas, naranjas, negras. El sol quemaba, la brisa acariciaba. Bajo la sombrilla el día era perfecto. Salimos tarde de la playa. Me esperaba la caravana de mi vida a la entrada de Málaga. Paré a repostar por si acaso. La sorpresa fue encontrarme la salida más limpia y despejada de mi vida. Ni siquiera había aglomeración de coches a la altura de Plaza Mayor. Ni siquiera tuve problemas al aparcar en casa. Los coches circulaban con sus banderas, pitando moderadamente, dirigiéndose al centro, a los bares, a casa... a celebrar. Una caravana de motocicletas del telepizza ondeaban las banderas al viento. Todos de rojo. Todos con la roja. Me duché rápidamente.


No tenía intención de ver el partido, pero quería verlo. Era como romper mis principios. No soy futbolera. No debo verlo. Pero es HISTORIA. Sí, pero no te gusta el fútbol. Buuuuf. Me acomodé en la terraza con mi madre. Charlábamos de todo un poco y con el rabillo del ojo seguía el partido. La patada en el pecho a Alonso me dejó sin respiración. Cené en el descanso del primer tiempo. El partido estaba siendo flojo y a la vez una carnicería donde los holandeses regalaban patadas y zancadillas por doquier y el árbitro, un armario empotrado de 2x2 gritaba mucho y hacía poco. Colección de tarjetas amarillas para los naranjas y una roja también. Lo merecían. Se merecían muchas más. NO me gusta el juego sucio, ni dentro ni fuera de un estadio. Me fui a la salita y vi el segundo tiempo al completo, yo sola, disfrutando por primera vez desde los mundiales del 82, del fútbol. Sí, yo, esa que no quiere saber nada de fútbol. Esa que cambia de canal. Esa que al mirar a esos chavales piensa que esta generación tiene unos chicos mucho más monos que la que le tocó a ella. Alonso, Nadal, Casillas, Cesc Fábregas... muy monos todos. Y me jode que no estén jugando con la roja, van de azul marino. Les queda bien. Pero nuestro color es el rojo y pienso que igual la suerte la da también el color. Y termina el segundo tiempo y no quiero que vayamos a penaltis. Deposito mi confianza en la prórroga. España se come los nudillos, las manos, las muñecas. Málaga está en silencio, sólo se oye el partido, en todos lados. Por el ojo patico, por la terraza, en la radio, en la televisión. Sólo España y Holanda. Hoy no existe otra cosa. Estoy deseando que marque Iniesta. A mi parecer este chico es el que mejor lo está haciendo. NO entiendo de fútbol, pero lo animo y pienso que no es muy alto, ni muy guapo, pero quiero que sea él y tiene que ser él quien marque porque está dando su vida en el partido, su alma. Y si no es él que se Fábregas, aunque haya salido casi al final, por Villa. Y pasan 15 minutos de la prórroga y todos nos vemos en los penalties y yo no quiero. Son divertidos, pero no son justos y menos para la final de un mundial. Y cruzo los dedos y no los pienso descruzar hasta que termine. Pienso que el alma futbolera que tuve de niña ha vuelto y se ha apoderado de mí de nuevo y sufro con la roja, como todos. Y me siento más española que nunca. Y hago una promesa cuando parece improbable que nadie marque: si gana, me compro la camiseta. Y lo digo para mí. Y el partido sigue igual. Y lo digo en voz alta, mientras calmo a mi perra que está asustada por algún cohete que han tirado por ahí los aficionados. Y entonces no sé cómo el balón se acerca a la portería contraria y hay varios jugadores naranjas delante, y sólo dos azules, uno tiene el balón y se lo pasa a Iniesta e Iniesta chuta y... GOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!! El gol de la victoria a escasos minutos del final.


Todo el mundo grita, petardos, cohetes, el suelo retumba, el piso parece celebrarlo también. Siento que yo también he marcado ese gol. Levanto las manos. Grito. Y entiendo a los futboleros. Si yo me siento así, ¿cómo se sentirán ellos? Y se acaba el partido y ya sólo hay lágrimas por todos lados, sonrisas y lágrimas, como en la película. Y mi madre se viene a la salita y como tontas observamos el televisor y hablamos de que nos emocionamos más con cosas alegres que con tristes, que con las tristes cuesta llorar. Y pienso que mi prima Maribel también estará limpiándose las lágrimas y diciendo, ay, qué tonta. Pero es así, todos los españoles, como con las uvas, estamos haciendo lo mismo a la vez. He vuelto al redil. He vuelto a la manada. Estoy emocionada. Me llama mi amigo Rafa. Le envío un sms de vuelta, y otro a mi amiga Patri. Las dos queremos la camiseta de España YA. Y me dice que nos vayamos mañana a Madrid a celebrarlo. Y en caliente digo que claro, mañana en frío diré que tenemos trabajo y que hasta el fin de semana no podremos hacerlo. Y le mando un sms a Fernando, mi compi, y otro a Pedro, mi compi de escritura. Y me quedo viendo los comentarios en la tele mientras todo el mundo abandona sus hogares y tira para el centro. Mis amigos están en la plaza de toros, donde el Ayuntamiento ha puesto una pantalla gigante. Y los pitos no cesan, ni los cohetes, ni los gritos, ni los ooooooooeee, ooooooooooeee, oeeee, oooeeee, ni los España, ra, ra, ra, ni los CAMPEOOONES, CAMPEOOONES, OOOEE, OOEEE, OOEEEE, etc, etc. Y veo a la Reina decir que hemos jugado mejor que todos, y veo al Príncipe emocionado y a Letizia que tiene mucho qué decir, y veo a Nadal, a Plácido Domingo, a Morgan Freeman, a Shakira, a Gassol y a Iker Casillas que es entrevistado por su novia Sara Carbonero, y para acallar la boca de todos, le pega un morreo que ella no se espera pero desea. Y todos volvemos a gritarle a Casillas: Viva la madre que te parió!!! y aparece su madre y dice que su padre también tuvo que ver, y luego aparece su hermano Unai y después Andresito Iniestra, tan humilde y buena gente como siempre. Y se emociona y me vuelvo a emocionar con él y esto es un no parar y decido que por una vez en la vida y sin saber, voy a hablar de fútbol, que tengo que hacerlo y me vengo para el cuarto cerca de la una, cuando debería llevar una hora dormida pero a sabiendas que es imposible dormir por el ruido y las celebraciones, y empiezo a escribir esto sin saber qué decir o qué poner. Sin duda toda esta palabrería no aporta nada, sólo la visión de alguien que no ama el fútbol pero que hoy ha sentido como si ese sentimiento le corriera por las venas. Extraña cosa. En fin, este ha sido el final del mundial para mí. Hoy día 11 de julio de 2010. Ya es 12 y seguiremos celebrando toda la semana, y recurriremos a este día todas las veces que haga falta de aquí a la eternidad.



ENHORABUENA AL EQUIPO ESPAÑOL DE FÚTBOL:


SOIS LOS MEJORES DEL MUNDO.



GRACIAS POR HACERME SENTIR ALGO QUE TENÍA DORMIDO EN MÍ Y QUE JAMÁS PENSÉ QUE VOLVERÍA A SENTIR. TODOS SOMOS LA ROJA.



I.M.G.





viernes, 9 de julio de 2010

SEDA (Baricco)


Llevo años oyendo hablar de este libro y de Alessandro Baricco, pero nunca había sentido curiosidad ni por el uno ni por el otro, he de reconocerlo. Ese nunca se despidió ayer. Alzó la mano y se largó. En su lugar me dejó el libro, sobre mi escritorio. Cerrado. Seda.
Volví a leer la contraportada. Huevos de gusano. Hojas de morera. Japón. Nada. No me atraía en absoluto. Sin embargo lo abrí. Esta vez lo abrí y conocí a Hervé Joncour. Nos dimos la mano. Pura cortesía. Me invitó a sentarme. Accedí. Me contó su historia. Me habló de sus viajes y de Hélene. Hablaba despacio, mirando en el aire cosas que yo no veía. Me habló de cómo consumía su tiempo en una liturgia de hábitos que conseguían defenderlo de la infelicidad.
Leí el libro en apenas un par de horas. 67 páginas. 65 capítulos. Todos cortos. La historia, que habría podido dar para centenares de páginas cargadas de prosa elegante del siglo XIX, no carece de contenido. Todo lo importante está. Todo lo que debe ser contado está. Todo lo que el lector necesita saber está. El narrador es el adecuado y los personajes son descritos a pequeñas pinceladas, se ven con el correr de la historia, no hace falta saber si Hervé tenía bigote o si era alto como un ciprés o canijo como una caña. Vemos a Hervé sin necesitad de que nos describan su físico, vemos su alma a través de su camino, su corazón a través de sus miradas y silencio. Así son descritos todos los personajes del libro. Ninguno desentona. Ninguno falta. Ninguno sobra.
No sé si debo ver la película. Me ocurre siempre que leo un libro que me gusta y me deja un leve sabor a fresa y chocolate en el paladar. "Seda" ha sido adaptada al cine, dirigida por François Girard y protagonizada por Keira Knightley (Helene Joncour), Michael Pitt (Herve Joncour), Sei Ashina (La Señora), Alfred Molina (Baldabiou) y Kôji Yakusho entre otros. Supongo que la veré. No hoy, cuando se me agoten los sabores que me ha dejado. Entonces volveré a buscarlos en el cine.
He leido por ahí que:
1. Seda es la historia de la certeza de la propia suerte. En
ella se percibe una atmósfera de abandono al destino cuyos personajes lo asumen
como se asume la realidad.
2. Alessandro Barico ha escrito la novela de un sacrificio,
como a veces es el amor o las cosas cercanas que nos rodean.
-"¿Cómo es el
fin del mundo? -le preguntaron.
Invisible
3. Me han dejado la novela de Baricco "SEDA",
afortunadamente! Es un Bluf, una pérdida de tiempo leerla y un aburrimiento
total, a su favor que es corta. (No estoy de acuerdo, pero es una opinión como
otra cualquiera, claro)
4. Es curioso cómo una historia tan breve, con un contenido
aparentemente simple y en ocasiones descarada e intencionadamente repetitivo,
puede plantearme tantas incógnitas a la vez...
5. Un whisky doble para el alma
He seleccionado los 5 primeros que me han venido a la mente, después de leer infinidad de comentarios, habrá tantos como lectores lo hayan leído, obviamente.
Me gustaría saber tu opinión si lo has leido o cuando lo hayas hecho. Es curioso conocer cómo cada libro nos atrae a cada uno, cómo encontramos el momento justo en que ha de ser leido. Ni antes ni después. Cuéntamelo.
Os dejo unas frases que me han gustado. Hay muchísimas, pero me anoté estas las primeras:
1. No le gustaban los asuntos serios y un adiós es un asunto
serio.
2. Volverán. Siempre es difícil la tentación de volver.
3. Había un por qué, pero no me acuerdo. No se recuerdan
nunca los porqués.
4. Tal vez, la vida, a veces, te cambia de una forma que no
hay más que decir.
Yo ya lo leí. Ahora os toca a vosotros, si os apetece y cuando os apetezca.
I.M.G.
Posdata: Si no llega a ser por Ana T., Seda seguiría esperando el momento apropiado para que lo descubriera. Y el momento era este. Gracias Ana.

lunes, 5 de julio de 2010

SONRISA (Ana Torroja ) Audio





Desde hoy., 05 de Julio de 2010, ya se puede oir la nueva canción de Ana Torroja, que da título a su nuevo álbum que saldrá a la venta en Septiembre: SONRISA.


Os dejo el enlace de cadena Dial.





¡¡¡Ahora a disfrutarla!!!







Siento ser tan escueta en el blog cuando hablo de Ana, pero es que si me pongo a hablar de ella o de su trabajo o de mecano, los que me conoceis, sabeis y los que no, os lo cuento, no podría parar... son mi tema favorito. Soy fan absoluta. Para muestra un botón, o mejor dicho, un tattoo, MI TATTOO:










I.M.G.