viernes, 8 de marzo de 2013

Paseando con Baricco y Mr. Gwyn.

Plaza de la Marina (Málaga)
Cuando uno pasea por las calles de su ciudad, o de una ciudad cualquiera, sin rumbo fijo aparente, una calle le lleva a otra, y esa otra a una más, y finalmente, entre las muchas cosas posibles que pueden suceder cuando nos paramos, uno acaba perdido, encontrando lo que buscaba, o simplemente descubriendo un nuevo lugar que consigue sorprenderle. Así vagueo yo por las calles de Málaga, o de  internet, como vosotros mismos, que habéis llegado aquí con, o sin, razón aparente. 

Ayer me detuve en la Suite 101, en un artículo de Carmen Duarte que hablaba de Las minas de Oro. No sabía, sinceramente, qué estaba buscando, y cuando me detuve en su artículo, supe que era justo adonde quería llegar, sólo que, (como suele ocurrir),  no lo sabía. Y eso, me cambió la tarde. 

El artículo hablaba sobre Encontrar la mina de oro. ¿Cómo buscar ideas para una novela? Y en ese punto exacto de perdición y de necesidad, me encontraba yo, tras desechar los últimos, y a la vez primeros,  veintiún folios de lo que venía siendo mi novela

Para un escritor, no tener tema de que escribir es una agonía que le puede llevar a la desesperación de manera tal que en ocasiones se paraliza. 

Cuando un escritor no puede escribir siente que el mundo se le viene encima porque ha perdido el gusto por la creación. 

Yo no soy escritora, aunque, a veces, me identifico con ese oficio que ocupa parte de mi cotidianidad. No ejerzo como tal, ni me gano la vida con ello, (ya quisiera), el nombre me queda grande, y aunque formo parte de un grupo literario desde hace años y bla, bla, bla, puedo decir que lo que realmente soy, o llevo varios años siendo es: aprendiz de. 

Como aprendiz de, he sufrido los mismos síntomas, no sé si en igual medida, que afectan a un escritor, cuando la falta de ideas o el temor a la hoja en blanco se convierten en un terror de dimensiones desorbitadas. Puede sonar exagerado, y lo es, pero juro que el colapso que provoca en tu rutina diaria es una desorientación desoladora. 

Cuando alguien descubre que es escritor, no podrá parar de serlo hasta el último día de su existencia. Por tal motivo, se puede decir que la carrera del escritor es de por vida. 

La creación,en cierta manera, se comporta como el cuerpo humano. Si un individuo no ejercita el cuerpo, sus músculos se pondrán flácidos y perderán fuerza. 

Para vivir en abundancia de ideas, o sea, para vivir dentro de una mina de oro, se debe trabajar sin parar aunque el escritor se encuentre en medio de la adversidad. 

Llegados a este punto del artículo, probablemente al final del mismo, siento una necesidad también desorbitada no por ponerme a escribir, sino por leer. Descarto el Kindle porque justo este momento es de hojas de papel, repaso mi estantería esperando la llamada. Y al final llega.  Un libro es siempre el que escoge el momento que ha de ser leído y quién ha de leerlo, o al menos, así se comportan los míos. 

Mr. Gwyn de Alessandro Baricco
Bajo una montaña de libros, libretas, carpetas, etc, sobresale un ejemplar de Mr. Gwyn, el último libro de Baricco, uno de mis escritores favoritos. Lo compré en Madrid, el mes que salió a la venta en España, y tras leer unas treinta páginas, lo dejé allí mismo, donde acababa de rescatarlo. Empecé por donde deben empezarse las cosas, por el principio, y supe entonces que Baricco, como siempre, había acudido en mi ayuda. Al final, todas las cosas, (mis cosas),  llevan a Neuman, a Austen, o a Baricco. Qué curioso, ¿no?

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Mr. Gwyn
(...)
Mr. Gwyn: No tengo nada más que añadir: dejo de escribir y punto.
(....)
Editor:  (...) Yo esa frase ya la he oído docenas de veces, a mí me la han dicho una cantidad de escritores que  tú ni siquiera te imaginas. (...) ¿Y sabes qué te digo? Ni uno de ellos lo ha dejado de verdad; eso de dejarlo es algo imposible. 
(...)
Lo que le ocurrió, de todas formas, fue que acabó echándosele encima, con el paso de los días, una singular forma de desasosiego que al principio le costó comprender, y que sólo al tiempo aprendió a reconocer: por muy molesto que le resultara admitirlo, echaba de menos el acto de escribir y el cotidiano cuidado  con el que poner en orden pensamientos en la forma rectilínea de una frase. 
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Ese extracto, sacado entre las páginas 16 y 17 de mi ejemplar de la editorial Anagrama, me llevó de vuelta a la Suite 101, y esta, de vuelta al libro. Seguí hasta la página 52, y otra respuesta, o pregunta, o bombilla: Tal vez, sería necesario saber también qué clase de libro estás escribiendo (...).



Parafraseando al autor en la página 55, podría decirse, que El asunto de las bombillas podrá parecer de escasa relevancia, pero en cambio, se convirtió en una cuestión crucial. 

Baricco leyendo Mr Gwym a la luz de una bombilla 

Apagué el ordenador, cogí un abrigo, un bonobús, me lavé los dientes, y salí a la calle. No sé si fue en ese orden, pero sí sé que al final estaba la calle. Seis y poco de la tarde de un día que había sido lluvioso y que se había tornado en tranquilo y primaveral. Elegí el autobús de mayor recorrido, el Circular 1. Solos yo y mi ejemplar de Mr. Gwyn. Subimos al autobús y elegimos un asiento al fondo, pegado a la ventana. Y yo continué preguntando, o leyendo, y él respondiendo, o dejándose leer. 

Me bajé en el parque de Málaga con la sensación de estar haciendo algo diferente. Con la sensación de estar llegando a un punto de inflexión que es capaz de cambiar tu rumbo y derivarlo hacia algo importante. Cuando llego al Muelle Uno, con Baricco, (Mr. Gwym), bajo el brazo, sintiéndome acompañada y arropada por él, comienzo el descenso de las escaleras sin quitar la vista del mar tranquilo y sosegado del puerto malagueño. 

Muelle Uno con La Farola al fondo
(Málaga)

Barcos blancos salpicados por el muelle. Y al teléfono, un buen amigo, compañero de sueños literarios. Mr Gwyn, como Baricco, es un reciente y a la vez viejo conocido para él. La charla dura varios minutos. Mientras cruzo el Paseo de La Farola, mi amigo me cuenta los lugares que ha visitado, y me habla de una nueva pasión por un acontecimiento  histórico, por un lugar, y unos hechos, y surgen personajes, historias, y nos entendemos, y la luz del atardecer se va tornando naranja, o rosada, casi roja, y se refleja en el mar junto a la catedral, la Alcazaba y el Edificio de la Equitativa. 

La Farola desde El Palmeral
(Málaga)

Y camino hacia el paseo del Palmeral, y entendemos, de repente, que todo está ahí, que todo lo que nos rodea son historias, personajes, todo esperando ser escrito, y que las minas de oro de las que hablaba Duarte están dentro de nosotros. Y, finalmente, aliviados, si se puede decir aliviados, comprendemos, una vez más, que por más que queramos, no podemos dejarlo. Y que si no escribimos hoy, lo haremos mañana, pero que eso de dejarlo, es algo imposible. 

Baricco

Ni uno de ellos lo ha dejado de verdad, digo. Y mi amigo asiente. Cuelgo el teléfono y me siento en un banco de piedra. 



Hago algunas fotos. La luz es sensacional. 

Muelle Uno
(Málaga)
La Farola, blanca, al fondo, recortada entre cielo y mar. Un montón de barquitos, como letras salpicadas en un texto. Abro el libro y continuo leyendo, a pesar de los transeúntes. Soy un bicho raro, le digo a Mr. Gwyn. Y él se encoge de hombros y dice: No somos personajes, somos historias.

Mientras leo, en El paseo del Palmeral
Al fondo, La Farola y el Paseo
Muelle Uno
(Málaga)

Cuando empiece el primer capítulo de lo que será, espero, una novela, que se alejará de la anterior y de los cuentos que he escrito anteriormente, sé que Baricco volverá, y que a través de Mr. Gwyn preguntará: 


- ¿Qué tal, todo bien?
- Sí.
- ¿segura?
- Sí, eso creo.





Sé que Jasper Gwyn, como tal vez alguno de vosotros, se preguntó justo en ese instante, si volvería a verme. Y yo, vuelvo a parafrasearlo, (he aprendido mucho de él), y le, os, respondo: 

- Dentro de muchos años, en otra soledad. 


Calle Larios
(Málaga)




A Alessandro Baricco, que siempre está ahí cuando lo necesito. 











GRACIAS.


I.M.G.
@isamerino