El ruido de los coches es soportable a esta hora de la mañana. Un niño unido por una cuerda a un coche de bomberos con la escalera desplegada cruza la calzada sin mirar a uno u otro lado, pero el tráfico se detiene. Lleva camiseta azul, pañuelo anudado al cuello, pantalón corto y sombrero de marinero. Parece haber huido de alguna postal coloreada de los cincuenta. Sonríe a su abuela que lo espera con los brazos en jarra tras la última raya blanca del paso de cebra. Me huele a regañina, pero cuando miro hacia atrás y el tráfico vuelve a rodar, el niño y la abuela se abrazan y sus sonrisas me muestran sus mellas.
El ventanal del segundo piso, donde cuelga un muñeco de Papá Noel que simula entrar, se abre. El aire es primaveral a pesar de Enero. Un muchacho se asoma. Viste traje oscuro. Se arregla la corbata observando las nubes. Fija su mirada en el autobús que acaba de estacionar en la parada. Suben varias personas. Varias personas bajan. El autobús vuelve a retomar la marcha por su carril. El intermitente naranja parpadea una y otra vez mientras se incorpora. El muchacho se santigua y cierra el ventanal con una fuerza que hace retumbar los cristales. El muñeco de Papá Noel cae al vacío.
El ventanal del segundo piso, donde cuelga un muñeco de Papá Noel que simula entrar, se abre. El aire es primaveral a pesar de Enero. Un muchacho se asoma. Viste traje oscuro. Se arregla la corbata observando las nubes. Fija su mirada en el autobús que acaba de estacionar en la parada. Suben varias personas. Varias personas bajan. El autobús vuelve a retomar la marcha por su carril. El intermitente naranja parpadea una y otra vez mientras se incorpora. El muchacho se santigua y cierra el ventanal con una fuerza que hace retumbar los cristales. El muñeco de Papá Noel cae al vacío.
Una Señora toma asiento junto a otra en el Circular 1. Aparentan la misma edad. Dos personas que comparten generación siempre tienen algo de qué hablar. Comienza una charla ñoña. La Señora, cuyo pelo blanco alcanza sus hombros y su falda sus tobillos, levanta la voz y menciona los tiempos en que Fraga Iribarne se hacía oír. El resto de los pasajeros del autobús se acomoda en su asiento y desvía la mirada hacia el exterior. La Señora arremete contra la juventud de hoy día. Arremete contra los cristianos que presumen de su fe y huyen de sus iglesias. Despotrica contra los colegios españoles que cierran sus puertas el día de la Cabalgata y el de Reyes. Los pasajeros devuelven la vista hacia el interior del autobús, la dirigen hacia la Señora. Esta grita en nombre de la educación que no hay derecho a que los niños tengan tantas vacaciones y tantos días de fiesta: <<¡Yo he sido maestra, sí, yo, durante muchos años y es una vergüenza, una vergüenza, que los niños tengan todo el verano, la semana santa, la blanca, los puentes, la Navidad y hasta el día de Reyes para hacer sus gamberradas. Así vamos, los últimos de Europa. Los niños europeos ya están en clase, y los españoles en la calle. Es una vergüenza. Y yo he sido maestra, sí, lo he sido, y siempre abogué por no tener más de una semana de vacaciones al año. Así es como se aprende, así es como se enseña. Mientras esto no sea así, jamás saldrá España de su miseria. Por eso los niños y los jóvenes de hoy día son unos incultos, unos maleducados, unos indeseables. Unos miserables!>> El autobús se amotina. Y suenan los timbres y los pasajeros, en silencio, la invitan a bajar en la siguiente parada. La Señora se baja, no sin antes gritar: <<¡Qué vergüenza! ¡Maleducados!>> El autobús se aleja. La Señora que ocupaba el asiento de al lado se adolece de los oídos. Se disculpa diciendo que de nada conocía a aquella loca y luego dice que es una pena llegar a ese estado. Tan sola, dice.
Un cuerpecillo adolescente sobresale de uno de los contenedores de basura de la esquina. Lleva calzoncillos celestes, hasta la cintura. Los pantalones se le caen. No lleva cinturón. Le asoman tres lunares formando un triángulo isósceles en la base de la columna. Alguien le dijo alguna vez que eso traía suerte. Él busca esa suerte entre papeles de regalos rotos del día de Reyes. Con una mano se tapa la nariz, con la otra rebusca. Con uno de los pies se empina. Con el otro trata de buscar apoyo para no caer dentro del contenedor. Ha encontrado una locomotora. Se escapa del contenedor, respira y levanta la locomotora en alto. La observa. Sus ojos son celestes. Aprieta con el dedo índice el botón donde pone On. Sus uñas están sucias. La locomotora tose. Las ruedas comienzan a girar. Silban. El adolescente sonríe y la deja en el suelo. La observa marcharse calle abajo. Cuando su vista la pierde, vuelve al contenedor. Introduce medio cuerpo. Vuelve a dejar al descubierto su triángulo isósceles de la suerte. Una hoja de lechuga lamiosa se le pega en la cara. Se la quita con la mano que rebusca en las bolsas. Al fin encuentra una bolsa cerrada con doble nudo, la saca. Se sienta en el bordillo y encuentra su fortuna: Unos mendrugos de pan no demasiado duros. Mientras los roe con ansia, un niño cae de su patineta y se hiere la rodilla. Llora. Una niña le arranca los pelos a su Barbie Sirena. Su madre la obliga a lanzarla al contenedor. La niña llora desconsolada. Alguien tose y deja caer unas monedas al suelo. El adolescente sigue comiendo. La locomotora silba a lo lejos.
Una treintañera se revuelve el pelo a lo garÇon frente a su ordenador. En 10 minutos se cerrará la puja. Ha estado dos semanas observando la pantalla. Es mi regalo de Navidad, piensa mientras puja. Es mi regalo de Reyes, se justifica mientras puja por quinta vez. Aún faltan dos días y su puja es la última. Nadie puede superarla. La subasta parece abandonada. Cree que sus ojos son los únicos que están atentos a los euros marcados en cada prenda. Necesita esa pulsera. Necesita ese cinturón. Se asoma a la ventana a tomar el aire. Un niño tira de una cuerda atada a un camioncito de bomberos. Cruza la calle. El tráfico se detiene. La treintañera vuelve la vista hacia el ordenador. 43€. Lleva una semana parado en los 43. Ella hizo esa puja. Sonríe. Se vuelve a mirar por la ventana. Un muñeco de Papá Noel se ha estrellado en la acera. Un perro lo olfatea, levanta la pata y se hace pis en sus barbas. La treintañera se lleva las manos a la boca. Desea salvar al viejo de rojo. Se pone la chaqueta y se dispone a bajar. Alguien, al otro lado de la pantalla ha pujado. 48€. Suelta la chaqueta sobre la cama, vuelve a la silla y marca 53€. Piensa que ahora sí es insuperable. Faltan 7 minutos para el final de la puja. 58€. Se enfurece, le grita al ordenador. Marca 63€ mientras mira el saldo de su cuenta en otra pantalla. Quedan 5 minutos. Se vuelve a asomar la ventana. El aire de la habitación se ha vuelto asfixiante. Una mujer de pelo blanco se baja del autobús. Grita a todo el que pasa: <>. Enciende un pitillo y vuelve al ordenador. 68€. No se lo puede creer. Aprieta el pitillo contra el cenicero que compró en Moscú. Sus dedos corren más que su razón. Ahora se trata de ganar. Marca 73€. Sólo queda 1 minuto. La pulsera es suya, piensa mientras oye sus propios latidos. Entonces alguien puja por el cinturón. Estaba en 20 y pasa a 25€. Ella ya no quiere el cinturón, pero puja: 30€. Faltan sólo 50 segundos. Se desabrocha el vestido, también el sujetador. Respira. Unas gotas de sudor se le arremolinan en la frente. Le pican los ojos. Pestañea varias veces. 78€ marca alguien en algún lugar del mundo, conectado a esa misma página, resuelto a obtener el mismo tesoro que ella ansía. Quedan 20 segundos. Se asoma a la ventana de nuevo, sólo a respirar un segundo, mientras toma la decisión final. Un adolescente le da un bocado a un mendrugo de pan mientras una niña lanza su Barbie calva al contenedor. La treinteañera rebusca en sus bolsillos y le lanza unas monedas al chico. El adolescente sigue saboreando su mendrugo de pan. La treinteañera vuelve al ordenador. Mira la pantalla. Cinco segundos. Cierra los ojos y toma una decisión.
I.M.G.
Parece que todos hacen lo que quieren... sin tener en cuenta al prójimo... ¡Son los tiempos!
ResponderEliminarBss... y muy buen relato.
Vaya ejercicio de tiempo simultáneo!!!!!! Me ha encantado, Isa.
ResponderEliminarHola MariCari, son observaciones reales de un día de Enero, tras la Navidad. Durante la misma pensamos que ocurrirán milagros, que todo cambiará,ejercitamos nuevos propósitos, pero todo sigue igual. Tras la Navidad, queda lo que había antes de la Navidad: el mundo real.
ResponderEliminarInma, no había pensado que fuera un ejercicio simultáneo, pero pensándolo, puede ser que sí. Me alegra que te haya gustado. Mientras era testigo de todas esas cosas, ya lo estaba escribiendo en mi mente. A veces la realidad supera la ficción, no?
Besitos y gracias por vuestros comentarios.
Isa
Realmente si abrimos los ojos y la mente cuantas realidades podemos observar, solo hay que saber mirar y después tener la facultad de contarlo.
ResponderEliminarEstupenda entrada Isa.
Besos
Gracias Elysa. Es cierto que en cada observación hay una historia. Me fastidia no poder contarlas todas, pero las voy guardando y de vez en cuando saco alguna, como de la manga y la revivo en un relato y la comparto, aunque generalmente no en el blog. En esta ocasión sí ha sido aquí, espero que haya otras ocasiones parecidas.
ResponderEliminarGracias por seguir ahí.
Besitos