Y llego a casa y me autoconvenzo diciendo que ha sido un día magnífico y que el sol de junio brilla sobre mí y me convierte en estrella de un viaje alucinante. Pero es mentira. Es mentira y lo sé.
Me he puesto a hacer la cuenta mientras subía los escalones del portal. Primero son seis y luego cuatro. Después llega el ascensor. Hoy está constipado o algo parecido, la cabina está desubicada en el espacio y en vez de bajarme en el segundo lo he hecho en el segundo y un tercio. Al menos las puertas se han abierto. Las puertas siempre se abren para los que quieren entrar. O para los que quieren salir. Yo hoy no sé si entrar o salir.
Y decía que me puse a hacer la cuenta y los números salían redondos: diecisiete. Curiosamente un número que me encanta. Impar. Compuesto por dos impares. Primo. Compuesto por el solitario y el número mágico. Tal vez un poco yo misma, cuando a veces me lo creo, cuando me levanto con el pie derecho si es que hay manera de levantarse con un solo pie. Es difícil acertar a la pata coja mientras apagas el despertador y dijes ¡joder, joder, joder!, que empieza un nuevo día y antes de levantarte de la cama cuentas las horas que faltan para volverte a acostar y le sumas las que vas a dormir y sigues sumando hasta que llega el viernes a las tres y te das cuenta de que sin querer, por mucho que empieces a odiar los números o por mucho que haga que los odio, la vida está llena de ellos. Me encantaría despertarme a las A y XZ en lugar de a las 7:51. De verdad. Seguro que me iría mejor. Es un presentimiento.
No he encontrado relojes de esos. ¡Mierda! Habrá que patentarlos. Me compro el primero. Se lo pediré a los Reyes, cuando se decidan si existen o no.
Ah, que sí, que no me desvío, que son 17. Las cuentas son claras. 5 por un lado. Jodidos 5. Al principio fueron divertidos, al final también, pero los de enmedio... buuuuf. Total, que 5. A esos le sumamos 2. Y aparece el primer par, ¡aplausos! Ya tenemos los 7 primeros. Aún quedan 10, los más tediosos.
Ahora he decidido que no quiero hablar de ello. Le echo la cremallera al horizonte y abro uno nuevo. Son las B y FH. ¡Sí, señor, la mejor hora del día!
Y quiero dejarlo. De una vez. Dejarlo.
Dejarlo. Y quiero. De una. Dejarlo. Vez.
Dejarlo.
No me gusta mi trabajo, hala, ya lo he dicho. No se me ha escapado. Ha sido queriendo. Y sé que hay crisis. Y que es el peor momento. Y que no hay que mirar para atrás, sólo para adelante. Y que no hay que arrepentirse de torpes decisiones. Y que quieras o no, te ríes también, y te echas tus ratitos de cháchara o merendola o desayuno. Tenemos chocolate con almendras, con lacasitos, con nueces, blanco, negro. Para colgar la desidia del perchero del archivo hay que tener todas esas tabletas en el armario de los AZ. Le robamos cachos. Reponemos a diario. Que falte lo que sea en el almacén, pero que no nos falte algo con lo que endulzar el día. Eso nunca. ¿Has probado las de alto porcentaje en cacao? Son las mejores.
Y escribo correos a mis amigos y sé que no debo quejarme porque una adolescente a la que casi no reconozco decidió que las ciencias eran lo guay. Sí, eran lo guay para hacer el gilipollas de 9 a 20h cada día sentada en el escritorio de una oficina, aporreando el teclado, desgastando números, echando a arder calculadoras, preparando informes, generando balances. Y ¡uy! ¿quién es ese chaval? ¿Es nuevo? Es del edificio de enfrente. Moreno. Como a mí me gustan. Y nuestros coches andan haciendo amistad en el parking, ejem, terrizo. El mío se ha presentado, el otro, bien coqueto lo ha ignorado. Y tiene una pegatina de "Bebé a bordo" y digo: hostia, la hemos cagao "again". Mira p´al suelo, mira p´al suelo, que aquí no hay más que mirar, pero levanto la barbilla sin querer y veo al tipo de la mochila. Perenne. Siempre en la entrada. Esperando. No saluda a nadie. Cree que es invisible tras sus gafas. Mira a un lado y a otro y luego se recoloca la mochila en el hombro. Sale su novia. Se miran. Caminan juntos hasta el coche. Silencio.
Silencio como en el bar donde desayunan. Yo no suelo ir allí, pero antes iba. Y los observaba. Ella comía un bocadillo y bebía café. Él comía miradas y bebía besos en el dorso de su mano. Callados. Siempre callados. Un amor extraño. Les dedico un relato. Pulmón. Ella se asfixia con él y él no puede respirar sin ella.
Y son diecisiete años. Y me acuerdo del estribillo de una canción de mecano y la tarareo: ya no puedo más y quiero salir pronto de aquí. El resto de la canción no viene a cuento, sólo me sirven esas frases. Y las tarareo. Y las tarareo. Y las tarareo.
Y me joden muchas cosas y veo un anuncio en internet. Y decido que hay que renovarse o morir. Renovarse. A la noche desempolvaré los viejos archivos del ordenador y cuando encuentre el documento word que narra mis vivencias laborales lo adjuntaré a esa página de letras. Eso haré. Sin duda.
No encuentro el documento word.
Y me pongo a ver una serie. Es nueva. Cougar Town. Su protagonista es Courtney Cox. (Mónica de Friends). Me gusta esa actriz. Veo el piloto. Me hace gracia el principio. Me río irónicamente. En voz alta. JA. JA. JA. Eso sucede cuando la veo estirar los pellejos de los codos, mover la barriga como si fuese un flan y observarla buscar lo que antaño fueron tríceps en sus brazos. Por un momento me he visto a mí misma en unos años. Me ha dado vértigo. Me he agarrado a la silla. He dado unas vueltas. Me he mareado. Y he pensado: diecisiete. Diecisiete años.
Y Courtney que ahora es Jules y no Mónica Geller, (confieso que he buscado a Mónica en Jules), tiene la crisis de los 40. Otro número, ya veo. Quiere vivir los 20. Los 40 son los nuevos 20. Esa es su leyenda. No la comparto. ¿O sí? Son unos 20 diferentes. No como los viví. ¿Y como los viví? No sé. Los viví. Es lo que cuenta. Y en su momento. Es lo que cuenta también. Fueron divertidos. Me creía mayor. (Risas en voz alta: JA. JA. JAAAAA). He visto dos capítulos. Entretenidos. No me llenan. (Echo de menos Lost, y V-2009 y miro para la estantería y pienso que debería re-ver Friends, las 10 temporadas, o las 5 de Alias, o las de Remington Steele o las que le gusten a esta narradora que no soy yo o que es sólo una parte de mí. E insisto en que ni todo es verdadero ni todo es falso. Para qué entretenernos en etiquetarlos).
Y llega la hora de dormir, o de leer, o de dormir, o de leer. Debería escribir. Y entro al blog y me pregunto si es un blog y si alguien va a molestarse en leerlo. Y busco en Internet las palabras "Andrés" "Neuman" "pareja". Absurdo, lo sé. Sentía curiosidad. Me pasa cuando leo un libro suyo.
Cómo viajar sin ver. ¿No es eso lo que hago a diario? Porque cuando viajo veo y mucho. Bastante. Viajo de verdad. Él lo hace por latinoamérica. Yo por Europa. Hoy por mi cabeza.
Y me canso y se me cierran los ojos y pienso que mañana empezamos de nuevo. Y el despertador suena a las 7:51 y tengo que hacer la cama antes de irme. Y tengo que buscar los 50 euros que olvidé en el pantalón que eché al canasto de la ropa sucia.
Diecisiete.
Me pesan. Ahora mismo me pesan.
Y sonrío y enseño los dientes. Los cepillo. Arriba y abajo. Los molares. Premolares. No tengo muelas del juicio aún. Los colmillos. Los afilo. Y cojo de la estantería el libro de Bram Stoker, que me he acordado. Y la lengua. Y los incisivos. Diario de Mina.
Y recuerdo la casa de Bram Stoker en Chelsey. La encontré sin querer, caminando por ese barrio de Londres, yendo a cualquier parte, volviendo de cumplir otro sueño, otro capricho. Y no sabía que Bram había vivido en Londres.
¿Me persigno?
Es hora de acostarse.
Y recuerdo la cara de tonta que se me ha quedado esta mañana cuando he ido a pedir algo que me pertenece por derecho. Y me enfado. Todo el día. Se me retuercen las cejas hacia abajo, se me inflan los mofletes. Se me achican y achinan los ojos. Se vuelven más oscuros. La tez más pálida. ¿Soy Jekyll o Hyde?
Le pregunto a Stevenson. Se encoge de hombros. Mira hacia otro lado. Le sigo la mirada. La isla del tesoro. Y recuerdo mi infancia. Mis notas. Mi premio. La isla del tesoro. Jim.
Diecisiete.
Son suficientes.
I.M.G.
¿Quién te ha dicho que ya no tienes edad?
ResponderEliminarJajjaja, qué razón tienes, Inmita ;-P
ResponderEliminar"Senkiu"
El diesisiete es un número especial.
ResponderEliminarRecuerdo mis diesiciete años, fueron muy decisivos en mi vida.
bstos
L;)
Yo me acuerdo caminando con mis amigas por una especie de monte por el que accedíamos al Instituto. Abrazaba mi carpeta de fotos de Rob Lowe y le decía a una de mis amigas, a la más rubia, que me encantaban los 17 porque me parecía un número especial y porque había pasado un año magnífico. Me quedaban unos días para cumplir los 18 y ser mayor de edad. Me preguntaba esos días si sentiría algo especial. No lo sentí. Aún me parece no sentirlo, a veces, creo que sigo teniendo aquellos diecisiete, jajaj. No he cambiado tanto... ¿o sí? Sí, supongo que sí, aunque la base sea la misma.
ResponderEliminarBesitos y gracias por llevarme de la mano, sin querer, hacia aquel momento. Ha sido bonito recordarlo ;-)
Besitos